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10 julio, 2019

Un catálogo de horrores *


El informe de la ONU sobre los derechos humanos en Venezuela revela una situación aterradora. Ejecuciones extrajudiciales, torturas, detenciones arbitrarias y hambre son parte del recuento.
Para nadie es secreto la espiral de hambre, privaciones, inseguridad, asesinatos políticos, encarcelamientos arbitrarios, éxodo, militarización, crueldad y conculcación de libertades que padece Venezuela. Tampoco es desconocido que la gran responsabilidad corresponde al régimen de Nicolás Maduro, bajo cuya dictadura se han acelerado todas las tendencias destructivas y represivas gestadas desde que su predecesor, Hugo Chávez, llegó al poder.
Las anteriores certezas, desgarradoras y ofensivas de los conceptos más elementales de dignidad humana, acaban de ser reveladas, con lujo de detalles y sólido sustento, por la alta comisionada de las Nacionales Unidas para los Derechos Humanos, la expresidenta socialista chilena Michelle Bachelet, en un informe dado a conocer el jueves en Ginebra, sede de su oficina.
Claro, preciso, directo y desgarrador como es, el informe de la alta comisionada se queda corto en las recomendaciones.

El documento, en el cual analiza la situación del país entre enero del 2018 y mayo del 2019, con base en centenares de entrevistas, visitas y documentos, constituye un descarnado catálogo de horrores, por la cantidad, magnitud y perversión de las políticas y actos que revela. En sus propias palabras, “destaca patrones de violaciones que afectan directa e indirectamente todos los derechos humanos: civiles, políticos, económicos, sociales y culturales”.
El dato más escalofriante, y que con justa razón ha sido el más destacado por los órganos de prensa, es que, durante el período analizado, se han documentado, como mínimo, 7.000 muertes extrajudiciales. La mayoría han sido cometidas por cuerpos de seguridad del régimen, en particular, sus temidas Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), que han intentado disfrazarlas como resultado de “resistencia a la autoridad” de los asesinados, pero que en realidad son un instrumento para deshacerse de opositores y eliminar a sospechosos de actos delictivos. Por algo el informe pide la disolución de este grupo.
Es iluso suponer que el régimen venezolano ponga empeño en lo que se le pide hacer.
El informe, además, señala al Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin) y a la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM), ambos fuertemente influidos por operativos cubanos, como “responsables de detenciones arbitrarias, maltratos y tortura” de opositores políticos y sus familiares. Los “colectivos armados”, grupos paramilitares en los barrios, “contribuyen a este sistema ejerciendo control social en las comunidades locales y apoyando a las fuerzas de seguridad en la represión de manifestaciones y de la disidencia”.
Han aumentado el acoso a los pocos medios de comunicación independientes, las detenciones y el exilio de periodistas, lo mismo que “la militarización de las instituciones del Estado”. Sucesivas leyes “han facilitado la criminalización de la oposición”, y se ataca selectivamente a los familiares de opositores políticos. Se han detectado varios casos de torturas y “de violencia sexual y de género contra mujeres y niñas durante su detención”. Por algo la alta comisionada “considera que el Gobierno ha utilizado las detenciones arbitrarias como uno de los principales instrumentos para intimidar y reprimir a la oposición política y cualquier expresión de disensión política, real o presunta, al menos desde el 2014”.
El valor del informe es indudable y servirá, al menos, para dejar más desnuda aún la perversidad de un régimen que no merece seguir en el poder.
A estas y otras violaciones documentadas contra la integridad personal y los derechos políticos y civiles, se unen aquellas que conculcan derechos económicos, sociales y culturales, así como la existencia de una profunda crisis humanitaria, generada desde las más altas instancias del poder constituido.

*Editorial del diario La Nación de Costa Rica