Por Cardenal Baltazar Porras Cardozo
No puedo ocultar la tristeza que sentí al conocer el 31 de
octubre el deceso de Teodoro. Me vino a la mente musitar por su eterno descanso
una de las oraciones que hacemos los sacerdotes en el oficio de completas, al
caer la noche, para dirigirnos a Dios: “verán al Señor cara a cara, y llevarán
su nombre en la frente. Ya no habrá más noche, ni necesitarán luz de lámpara o
del sol, porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos, y reinarán por los
siglos de los siglos” (Apocalipsis 22, 4-5).
Hace cerca de cuarenta años tuve la oportunidad de conocer y
tratar personalmente a Teodoro Petkoff. Por iniciativa del Rabino Pynchas
Brener y Mons. Alfredo Rodríguez Figueroa, a la sazón Obispo Auxiliar de
Caracas, se realizaban periódicas reuniones con los dirigentes religiosos de
diversas denominaciones en Caracas. El día que fue invitado Teodoro me tocó
representar a la iglesia católica y sentarme a su lado. Me impresionó su
claridad de pensamiento, su respeto a las creencias de los presentes, pero
sobre todo su honestidad y verdad. Se le preguntó por su vida de guerrillero y
paladinamente no escurrió el bulto sino que afirmó: sí es verdad, en un momento
de mi vida creí que la lucha armada era el camino, y me equivoqué. Soy
consciente de los errores del comunismo tradicional y por eso he fundado el
MAS, buscando un camino democrático, de libertad y respeto a los demás. No es
común que un político, acepte sin cortapisas sus errores y asuma su nueva
condición.
Después, fueron muchas las ocasiones para encontrarnos en
diversos eventos y para compartir en la conferencia episcopal criterios,
actitudes y proyectos. Su vida pública, azarosa, porque su espíritu inquieto lo
llevaba a polemizar, disentir, corregir, aceptar puntos diferentes a los suyos,
lo
que le dio talla de político y estadista de una sola pieza.
Nunca se le subieron los humos de sentirse superior a nadie o para exigir
privilegios. Cuando fue ministro andaba en su destartalado carrito sin escoltas
y se acercaba a Montalbán a conversar, tomar un café y discurrir sobre el
acontecer nacional. Cuando fuimos convocados por el presidente difunto junto a
Eduardo Fernández, Mons. Ovidio Pérez Morales y mi persona, en los momentos
difíciles del 2003, el presidente lo halagaba y felicitaba. A lo que Teodoro,
ni corto ni perezoso, le ripostaba inmediatamente: Hugo, no pierdas tu tiempo
jalándome mecate ni ofreciéndome nada…no pierdas tu tiempo…”.
Al frente del diario Tal Cual le abrió sus páginas a gente
muy diversa, y fue crítico con auténtico discernimiento de las situaciones
confusas. La verdad lo hizo libre y la buscó con denuedo. En plano más familiar
pudimos conversar de lo humano y lo divino con fruición. Esa es la verdadera
amistad, el auténtico rostro que le pedimos a quienes sienten y ejercen la
vocación de servidores públicos y no de pedigüeños de una cuota de poder para
beneficio propio. El buen Jesús, padre de la misericordia y el perdón,
seguramente le abrió sus manos para recibir al hijo díscolo pero auténtico. Que
su trayectoria sirva de ejemplo y de látigo a quienes usan el servicio público
a su favor y no en primer lugar a los demás, empezando por los más pobres.
“estamos mal pero vamos bien”, debería ser la consigna de quienes se despojan
de fanatismos y prebendas absurdas que rompen la verdadera equidad. Descanse en
paz.