Por Rory
Smith y Elian Peltier
Los suburbios y vecindarios que rodean a París son vistos por
muchos como zonas peligrosas y fuentes de conflicto, pero son también uno de
los mejores semilleros de talento en toda Europa; un tercio de los galos
convocados al Mundial de Rusia surgieron de allí.
BONDY, Francia — Cualquiera que haya conocido a Kylian Mbappé
cuando era niño, y que ha visto al jugador de ahora 19 años dar sus primeros
pasos hacia una carrera de ascenso casi meteórico, dice lo mismo: bastaba con
una mirada. Con eso era suficiente para saber.
Jean-François Suner, el gerente general del A. S. Bondy —el
equipo de Mbappé antes del Mónaco, del Paris Saint-Germain y del Mundial de
Rusia 2018—, recuerda que solo pudo decir “wow” cuando vio por primera vez al
delantero francés.
Y Antonio Riccardi, el primer entrenador de Bondy que trabajó
con Mbappé, dijo que era un niño que hacía “todo mejor, más rápido, más
seguido” que sus pares. Su talento sí necesitaba refinarse, pero Riccardi supo
desde un inicio que no había cómo frenarlo. “Era el mejor niño que entrenaba.
Probablemente siempre será el mejor que haya entrenado”.
Sabían que era especial, pero no sabían —no podían saber—
hasta dónde lo iba a llevar ese talento: campeón de la liga francesa, el
segundo jugador más costoso del mundo y el puntero con el que Francia espera
triunfar en el Mundial de Rusia. Todo mientras sigue siendo adolescente.
Tampoco había cómo predecir qué tanto se convertiría en un
símbolo de Bondy, una comuna a unos kilómetros —pero en realidad, a un mundo— de
distancia del París central, y, con ello, de todos esos suburbios y barrios
satelitales de los que Bondy forma parte.
Oficialmente, Bondy es parte de la isla de Francia, la región
metropolitana parisina. Aunque muchas personas lo consideran en realidad una
parte norteña de los banlieues: aquellos lugares de clase trabajadora y
comunidades de varias etnias y razas que se han vuelto sinónimo de disturbios y
descontento social, y que son vistos como semilleros de la delincuencia y el
terrorismo. De ahí proviene Mbappé; ese es el mundo que representa.
Hay decenas de historias como la suya en los banlieues, los
barrios periféricos. Si cambiamos a Mbappé y a Bondy, tenemos a Paul Pogba en
Lagny-Sur-Marne y Roissy-en-Brie, o a N’Golo Kanté en Suresnes, a Blaise
Matuidi en Fontenay-sous-Bois, a Benjamin Mendy en Longjumeau. Todos siguieron
el mismo camino.
Y es que aquí, en estas torres habitacionales de los
banlieues parisinos, es donde Francia tiende a encontrar a sus jugadores de
fútbol; cientos de ellos van a Clairefontaine, el centro de entrenamiento
nacional; decenas terminan jugando en ligas profesionales del país o en el
extranjero y, este verano, unos de ellos representarán a los galos en el
Mundial de Rusia 2018.
De los veintitrés jugadores con los que el director técnico
francés Didier Deschamps contará en Rusia, ocho empezaron aquí, en estos
barrios. Mbappé es uno, pero también Pogba, Kanté, Mendy y Matuidi, al igual
que Alphonse Areola, Presnel Kimpembe y Steven Nzonzi. Muchos otros estuvieron
a un paso de quedar en la lista.
El equipo francés, que involucra a una generación de
jugadores considerados los mejores en veinte años —un grupo suficientemente
bueno para ganar la copa— se forjó en Bondy y en lugares similares. Es una
selección construida a la sombra de la Ciudad Luz.
En busca del que sigue
Hace unos meses, Huseyin Ergunes llamó a Yves Gergaud para
decirle que valía la pena que visitara Argenteuil, el equipo que entrena
Ergunes.
Este club fue fundado hace apenas unos años, en buena medida
como proyecto social, dijo Ergunes, para fomentar la “cohesión social”: que los
jóvenes tuvieran qué hacer y adónde ir.
Pero Ergunes no es solo un trabajador social, es también un
entrenador. Así que cada vez que piensa que tiene un jugador con suficiente
talento como para interesar a algún equipo profesional, llama a personas como
Gergaud. Él fue cazatalentos juvenil para el Paris Saint-Germain (PSG) durante
cinco años y ahora se encarga del reclutamiento de jóvenes de 17 a 20 años para
Sochaux, equipo de la Ligue 1 —la primera división francesa— con sede en
Montbéliard, cerca de la frontera con Suiza.
El sitio más fértil para el reclutamiento es justamente aquí,
la isla de Francia, porque es quizá el sitio con la mayor concentración de
talento en prácticamente toda Europa. Y también es donde hay mayor competencia:
muchos aseguran que hay más cazatalentos en los alrededores de París que en
cualquier otro lugar del mundo fuera de São Paulo.
“Cuando trabajas con jugadores jóvenes lo último que quieres
es perderte al próximo grandioso”, dijo Gergaud.
O, lo que sería peor, que alguien más lo contacte antes. Los
clubes parisinos, sobre todo el PSG, buscan el oro escondido en los banlieues,
claro, pero lo mismo hacen los grandes equipos franceses, hasta Lyon y
Marsella, que tienen zonas de reclutamiento propias.
Ahora también llegan cazatalentos de la Liga Premier inglesa.
La competencia es tal que equipos como Sochaux mandan a personas —incluido
Gergaud— a buscar a jugadores desde que tienen 11 o 12 años.
Lo que atrae a todos es la cantidad de talento, pero, sobre
todo, el tipo de jugador que sale de estos barrios. Mohamed Coulibaly,
entrenador en el A. A. S. Sarcelles, lo describió como “atlético, vigoroso,
dinámico, técnico, agresivo: el tipo que busca la selección nacional”.
Y no solo la nacional. En el Mundial de este año habrá
jugadores que crecieron en la isla de Francia representando a Marruecos,
Portugal, Túnez y Senegal.
El estilo de juego es el típico de los banlieues: equipos
pequeños, fútbol rápido, personas de varias edades y todo en un espacio pequeño
de canchas de concreto.
“Tenemos a los mejores jugadores juveniles enfrentándose cada
fin de semana”, dijo Coulibaly sobre los partidos entre los clubes formales de
los banlieues. “Eso es lo que hace la diferencia”.
Los sueños
Unos días antes de un partido clave de la copa local,
Riccardi, el exentrenador de Mbappé, tomó una decisión. En vez de entrenar en
el pasto artificial del estadio Léo Lagrange, donde se realizan casi todas las
sesiones del Bondy, sus jugadores practicarían en un campo de tierra. Ahí el
balón rebota con trayectorias inesperadas. La superficie está desnivelada. El
polvo salta hacia la cara de los jugadores.
Riccardi no perdona si un toque de balón no sale como debe;
dice que ha descubierto que los jugadores de los banlieues responden mejor a
los regaños que a las promesas vacías: muchos saben que no se trata solo de un
partido.
“Kylian es el ejemplo más claro para ellos. Es su luminaria,
hizo lo que ellos podrían hacer mientras estaba en las mismas canchas y en los
mismos vestidores. Hace apenas unos años estaba aquí, igual que ellos”, dijo.
Tener a una estrella guía tan clara es una inspiración
poderosa. Al Bondy han llegado muchos jóvenes que esperan inscribirse desde que
Mbappé pasó por ahí, con la creencia de que podrán seguir su camino.
Sin embargo, eso también tiene un aspecto negativo. Como hay
tantos jugadores en estos barrios que ya lo han logrado, como la posibilidad
parece tan real, el sueño se ha vuelto objetivo de muchos. Pero no todos podrán
lograrlo. Riccardi intenta advertirle a sus jugadores, pero es difícil.
Y el sueño también puede volverse casi una meta para toda una
familia. Coulibaly, del Sarcelles, recuerda casos de padres que “se han vuelto
algo locos en la última década”. “Se dan cuenta del dinero que podría conseguir
su hijo”, indicó, y se vuelve casi una obsesión intentar que lo logren. “Un
padre me preguntó cuál era el proyecto para su hijo. Le respondí que el
proyecto se llama escuela. El niño tenía 12 años”.
Todos creen que van a logarlo, o que tienen un hijo que va a
lograrlo, y con ello llevar a toda la familia a una mejor vida. Pero solo unos
pocos pueden.
La cruda realidad
Riccardi no cree que su función sea enseñar talento, sino
direccionarlo y afinarlo. Pero también considera que es de suma importancia
inculcarle valores a sus jugadores, sin importar si se mantienen dentro de las
canchas en el futuro. “Puntualidad, cortesía, juego limpio, autoridad, respeto
por la camiseta”.
Se toma el tiempo para saber exactamente cómo es la vida
personal de sus jugadores. Algunos, como Mbappé, tienen familias fuertes que
les dan seguridad. Otros están en situaciones más complicadas.
Hay unos 30.000 entrenadores en los banlieues para 235.000
jugadores registrados; más de un tercio tiene menos de 18. Eso significa que
los entrenadores y el deporte desempeñan importantes papeles sociales. “Puede
que estos niños batallen en la escuela, pero al ser excelentes jugadores de
fútbol consiguen legitimidad y son respetados”, dijo Cyril Nazareth, profesor
de sociología que estudia el papel del fútbol en esos barrios.
Francia, por muchos años, ha tenido una relación incómoda con
su selección, no solo por malos desempeños en varios torneos, sino por
escándalos como la huelga de jugadores durante el Mundial de Sudáfrica 2010 o
cierto resentimiento porque algunos de los jugadores no entonan el himno nacional
antes de los partidos.
Pero al centro de esas controversias se juegan prejuicios
sociales. Los jugadores que encabezaron la huelga de 2010 crecieron en los
banlieues. El capitán de la selección, Hugo Lloris, hijo de abogados de clase
media en Niza, siempre entona La marsellesa; Karim Benzema y Franck Ribery,
chicos de los banlieues, no.
“Así va la cosa: el fútbol en Francia significa clases
trabajadoras, que significa banlieues, que implica rufianes”, dijo Stéphane
Beaud, profesor de sociología en la Universidad de Poitiers que ha escrito
sobre los vínculos entre la selección gala y la migración.
Beaud afirma que los crecientes temores sobre delitos y
terrorismo, con los prejuicios vinculados a suburbios multiétnicos, así como el
ascenso de políticas nativistas, han atizado la idea de que los jugadores de
los banlieues, y por tanto los mismos barrios, solo causan problemas.
¿Un cambio mundialista?
Los deportes y la infraestructura que estos requieren han
tenido un efecto en los intentos de estimular el crecimiento en esos barrios.
La construcción del estado nacional, el Stade de France, en Seine-St.-Denis
(del que forma parte Bondy y que en 2005 fue sede de varios disturbios) para el
Mundial de 1998 tenía la pretensión de transformar la vida allí. Aunque eso
fracasó, Francia espera que los Juegos Olímpicos de 2024 tengan éxito: en esa
misma zona estarán el centro acuático, la Villa Olímpica y el centro de medios.
Sin embargo, quizá el efecto más potente es el de Mbappée y
los demás jugadores como él. Esta selección francesa, además de que tiene
varios jugadores de los banlieues, es vista como joven y, sobre todo,
simpática. Es posible pensar que una victoria francesa en Rusia lograría
mejorar la perspectiva de zonas como esas al igual que sucedió cuando el país
fue campeón por última vez: la generación del 98 incluía a jugadores como
Zinedine Zidane, Thierry Henry y Patrick Vieira, muestras de una Francia
multicultural.
En Bondy no albergan muchas esperanzas. Así como Francia no
renació después del triunfo de 1998, será necesario más que un buen Mundial
para deshacerse de décadas de estigma y desdén. “Cuando las cosas les salen mal
a los jugadores jóvenes, la gente dice que son malos chicos y culpan a los
suburbios”, dijo Suner, el general del A. S. Bondy. “Y cuando todo sale bien,
no dicen nada”.
Y es que el fútbol solo no puede lograr tanto. Líderes
locales y trabajadores comunitarios como Riccardi y Coulibaly señalaron varias
veces que los jóvenes de los banlieues necesitan más que una extremadamente
improbable vía de salida.
“El éxito en lo deportivo ayuda a esconder el amplio fracaso
social”, dijo Beaud. “La cantidad de talento futbolístico no debería hacernos
olvidar que hay una escasez de oportunidades para la juventud aquí”.
Sin embargo, el que Mbappé y sus pares no puedan transformar
por completo a la sociedad no implica que signifiquen menos para estos
lugares: son fuente de orgullo y de esperanza, evidencia de
que los estereotipos no son la realidad.
“En el Mundial, algunos de los jugadores serán nuestros
vecinos o nuestros hermanos pequeños”, dijo Coulibaly. “Son las personas de
nuestro universo y por eso representan a Francia”.
*Este texto fue publicado originalmente en The New York Times
en español.