Su mochila es la misma que suelen cargar los venezolanos que
llegan al aeropuerto de Maiquetía para buscar un futuro mejor. Es que la crisis
venezolana hizo que entre 2015 y 2017 el número de inmigrantes venezolanos en
Latinoamérica pase de 89.000 a 900.000, lo que representa un incremento de más
del 900 por ciento, según la Organización Internacional de las Migraciones
(OIM). En todo el mundo, la inmigración venezolana creció en ese mismo periodo
casi un 110 por ciento, al pasar de 700.000 personas a 1,5 millones. Sin
embargo, él no se va con la intención de no volver. Tampoco con la de escaparle
a una situación que parece cada vez más complicada. Él en su mochila lleva el
sueño y la carga de ser el único periodista venezolano acreditado por un medio
de su país que hay en Rusia 2018. Esta es la historia de Miguel Vallenilla.
Este caraqueño de 31 años que viste casi siempre con la gorra
de los Navegantes del Magallanes (uno de los dos equipos más poderosos del
béisbol de su país) ya sabe lo que es estar en la cita máxima del mundo del
fútbol. En Brasil, hace cuatro años, se encontró con un mundo que ni sabía que
existía. “Vamos a intentarlo otra vez”, se dijo. Y así empezó la travesía por
un sueño. El primer paso fue la credencial. La prioridad para las pocas
credenciales que poseía la Federación Venezolana las tenían los medios impresos.
Por ese motivo preguntó en cada uno de los diarios de tirada nacional que
podían ser el receptor de uno de esos cupos y tras recibir algunas negativas en
Líder le aceptaron la propuesta. “Yo les trabajo mandándoles fotos y ellos me
apoyaron mandando una carta a la FVF para ver si me la daban. Tuve que esperar
la respuesta del presidente de la Federación, que fue positiva y esperé hasta
febrero para la confirmación final de FIFA”, asegura un rato después de conocer
una de las salas de prensa del estadio de Luzhniki.
Pero cuando todo parecía, desde el papelerío previo, estar
listo para que Miguel pueda ocuparse de la parte más dura del viaje, la
financiera, surgió otro problema: estaba anotado como periodista y no como
fotógrafo. Tuvo que llamar a Suiza para que cambien su categoría para que le
solucionen el problema. Tardaron unos días pero ya la credencial estaba ok.
Solo quedaba escalar el Everest del sueño: lo económico. Hablando,
hablando y hablando. Así empezó a creer Miguel que cruzar el charco era
posible. Así su deseo de viajar llegó a los oídos del dueño de una aerolínea
(Estelar) que tiene el trayecto Caracas-Madrid. Y tras una charla logró
conseguirlo. ¿Qué tan vital fue ese boleto de avión para llegar al viejo
continente? Demasiado. Para entender un poco la situación si uno se mete en
Google y pone en el buscador “Caracas-Madrid” se encuentra con que los pasajes
rondan entre los 70 millones de bolívares hasta los 193 millones. Para tener
una idea clara de lo imposible que sería todo si no hubiese tenido ese boleto
hay que saber que con el último aumento que Nicolás Maduro otorgó el pasado 30
de abril el sueldo mínimo de un trabajador venezolano es de 2.550.000 de
bolívares. Los números hablan por sí sólos.
Pero la travesía por alcanzar el sueño de Rusia no estaba ni
cerca de acercarse a un final feliz porque ahora quedaba la otra parte del
viaje. El trayecto: había que resolver Madrid-Moscú. Y eso, a pesar de que eran
muchísimos menos kilómetros que el primero, estuvo a punto de matar la ilusión.
El plan original estipulaba arribar a la capital rusa el lunes 11 de junio,
tres días antes de la inauguración, pero los días en Caracas pasaban y
Vallenilla seguía estancado ahí. Solo quedaban dos días para que de tanto nadar
el sueño muera en la orilla. En 48 horas si no conseguía el segundo boleto a
Moscú el fotógrafo venezolano agarraba la cámara y la guardaba en el bolso para
mirar el Mundial por televisión. Porque si gastaba los menos de mil dólares que
había recolectado con sus sponsors en ese pasaje, no podría sobrevivir en Rusia
más de un mes.
Pero el destino, tantas veces criticado de injusto, le dio un
guiño a Miguel y su historia llegó a los oídos del ciclista Hersony Canelón,
quien fue olímpico en Londres 2012 y Río 2016, y que recientemente ganó una
medalla de oro y dos de plata en los Juegos Sudamericanos de Cochabamba. Un
atleta desconocido, al que nunca había tratado más allá de haberlo fotografiado
en alguna competencia, iba a ser el que le iba a terminar de cumplir el sueño.
“No lo conocí y todavía no pude agradecerle personalmente su gesto. Pero
hablamos mucho por WhatsApp”, recuerda Miguel con su serenidad habitual. De una
de esas charlas Canelón le contó el porqué de su decisión: “Yo sé lo que es que
no te apoyen. Cuando yo arrancaba en esto del ciclismo y buscaba apoyo todos me
decían que no. Pero siempre, siempre, aparece alguien y te apoya”. Dicho esto,
un amigo suyo le encontró las combinaciones perfectas y en 48 horas llegaría a
Moscú.
La otra pregunta que le hacen los periodistas que lo conocen
de otros torneos es como es cómo conseguir dólares para vivir un mes en el otro
lado del mundo. Los sponsors que siempre le bancaron su proyecto de Grada
Digital, por ejemplo la marca de ropa deportiva Skyros, le dieron lo suficiente
para hacer el día a día viable. A Miguel no le sobrará ni un dólar. “Sé que
tengo que hacer todo muy justo. Que no puedo estar dándome el lujo de comprar
ni un souvenir. Tengo que calcular todo al máximo”. El hospedaje corrió por
cuenta de un amigo que estudió con él en Venezuela, y que vive en Rusia hace
más de ocho meses. Este amigo le consiguió un departamento a compartir por un
precio ideal, y dentro de las posibilidades económicas del viaje.
¿Pero qué lo hace a este fotógrafo sortear tantos obstáculos
para cubrir su segundo Mundial? Él lo tiene muy claro. “Amo el fútbol y la
fotografía. Alguna vez hablé con un colega mexicano y me dijo que ‘cómo uno no
va a ir a un Mundial si el Mundial es el premio a lo que uno hace cuatro años
dentro de su país’”. Es que en Brasil 2014 su mente cambió: “Fue un mundo
mágico. Súper profesional. Descubrí que yo tengo que lograr sacar una
fotografía que transmita algo. Uno sueña con un juego muy importante”. Y
vaya si le pasó hace cuatro años en el Mundial que vio a Argentina perder la
final ante Alemania. Ahí estuvo en el mítico 7-1 de la semifinal
Alemania-Brasil y también en el partido más importante de todos. Y a pesar de
que no estuvo a ras del campo de juego el venezolano encuentra siempre una
arista positiva de cualquier situación. “Me podría quejar por no haber estado
abajo, pero estando arriba pude sacar la foto del momento justo del gol de
Götze”, sonríe.
Pensar en bajar los brazos nunca es una opción para Miguel.
No importa que el ser venezolano le juega en contra en Rusia, porque al no
estar clasificado la ‘prioridad’ para ser acreditado para cada uno de los
partidos que solicita pasa a ser de las últimas. La “Waiting List”, esa que la
FIFA tiene para que se anoten los periodistas que no fueron favorecidos con la
entrega de tickets, lo tendrá como una fija en cada partido. Pero para el
hincha del Caracas FC esa historia es conocida: “Ya me perdí los tres primeros
en Moscú por no haber llegado a tiempo. No me aprobaron ninguno. En Moscú me
dijeron que es difícil por la cantidad de periodistas, sobre todo rusos, que
hay aquí. La esperanza es que se vayan a abrir posibilidades, tengo reservas en
San Petersburgo y en Niznhi para algunos partidos, espero que ahí haya menos
pedidos”.
A pesar de todo lo que se vive en Venezuela, Miguel no se
quiere ni imaginar vivir fuera de su país. Por más que la situación ahoga y
que, como él mismo dice, “te obliga a bajar los brazos” en su interior espera
que la recompensa por todo el esfuerzo llegue en algún momento. “Primero me
cuesta irme. Aunque casi todos me dicen: ’Yo te hacia afuera’ o ‘afuera
tendrías mucho más apoyo que aquí’. Yo puedo decir que ahorita pasé mucho
trabajo para llegar a este Mundial. Pero también puedo decir que estoy acá
porque los que me apoyaron están en Venezuela”. Dentro de ese apoyo el de
la familia es incondicional. “Para mi mamá (Jacqueline) que yo esté aquí es un
logro. Hoy (por ayer) hablando con mi papá (Luis Eduardo), y deseándole un
feliz día, me decía que el mejor regalo para ellos es que esté en Moscú. Mi
novia (Stefany) me extraña mucho, pero entiende que el hecho de que yo esté en
el Mundial es un privilegio que yo solo pude tener del periodismo venezolano en
este Mundial”.
Vender las fotografías a agencias y a medios internacionales
es lo que lo ayuda a subsistir. Ese es uno de los objetivos primordiales en
Moscú. El principal es conseguir la próxima foto que quiere tener en su cámara.
“¿Cuál es la que quiero? No lo sé. Hay un refrán que dice que la mejor
fotografía es la que uno no sabe cuál va a ser. Quiero sacar un momento
histórico. ¿El título de Messi? Ojalá, porque se repetiría mucho a lo largo de
la historia. La de Götze en la final de Brasil no va a quedar en la historia,
por más que sea mi favorita”. La charla se diluye con la obligación de seguir
la historia de cerca para saber cómo sigue el camino de Miguel. Un Miguel que
está acostumbrado a recibir siempre la respuesta menos deseada: “A mí siempre
me dicen que no se puede y yo trato. A veces lo logro y otras no. Me tropiezo
con obstáculos siempre, pero también con personas que me ayudan. Y a esas
personas estarle eternamente agradecido”. Termina la charla. Tiene que ir a la
que será su casa por el próximo mes. Agarra su mochila cargada de su cámara, su
chaleco, su computadora y su trípode, y se va Miguel, sabiendo que esa mochila
también está esperando su próxima foto favorita.