Opinión - Por Emir Sader / Tomado de La Jornada - México
En días recientes la derecha brasileña ha entrado en
estado de desesperación. Después de lograr poner como tema central de la agenda
política la posibilidad de la prisión de Lula, contando con la decisión que
creían segura del Supremo Tribunal Federal de Brasil, sus sueños habían
empezado a debilitarse. Una primera resolución del STF era favorable a Lula,
apuntando a una quiebra del consenso de Curitiba, que se había impuesto hasta
ese momento. Un consenso absurdo jurídicamente, de la condena sin crimen, ni
pruebas, configurando claramente una persecución política, basada en el lawfare –el
uso de las leyes de forma unilateral, para la persecución a adversarios políticos.
Nadie tiene dudas de que el juez Sergio Moro es un oponente político feroz de
Lula, que le ha negado todo tipo de recursos, que le trata de forma racista y
discriminatoria, que frecuenta, de forma amigable, a fiestas con dirigentes de
los partidos de derecha, ninguno siquiera acusado por el juez y sus colegas.
El clima era de gran expectativa. Revista semanal de derecha
decía que, si Lula recibiera el habeas corpus se terminaba
la Lava Jato, como que confesando que esa operación dependía de la
violación de la Constitución que, expresamente, dice que la prisión de un
acusado sólo se daría una vez concluidos todos los recursos. Pasa que el mismo
STF, involucrado en el clima de arbitrariedades que la Lava Jato había
impuesto al país, había decidido, en varios casos, por la prisión antes que se
agotaran todos los recursos. Pero, rompiendo con esa práctica, en el caso de
Lula, volvería a hacer valer el precepto constitucional, concediendo el habeas
corpus.
En los días previos al nuevo juicio, los medios han usado
todos los recursos para intentar crear un clima de presión sobre el STF, desde
anunciando movilizaciones de docenas de personas como si fueran de miles, hasta
publicar editoriales exigiendo la prisión de Lula, aún basado en un proceso sin
ningún fundamento de realidad. Era claro que consideran que sólo por la vida
judicial pueden impedir que Lula vuelva a ser Presidente de Brasil.
Como elemento nuevo, oficiales de las fuerzas armadas pasaron
a manifestar abiertamente sus posiciones por la prisión de Lula, hasta que el
mismo comandante en jefe del Ejército se sumó a ellas, diciendo que la
institución no aceptaría tolerancia con la corrupción. Representa la
repolitización de las fuerzas armadas, que se han otorgado una amnistía, al
final de la dictadura, que representa precisamente la tolerancia total con
todos los crímenes que los militares han cometido en los 20 años de dictadura.
Intolerancia significaría ahora anular esa amnistía y pasar a juzgar a todos por
sus atropellos. Pero ahora se trata de sumarse a la persecución política de
Lula y nada más.
Las reacciones negativas han venido de varios lados, incluso
de la Globo en su editorial, del comandante en jefe de la Fuerza Aérea y de
otros sectores formadores de la opinión pública, indignados de que ese militar
hubiera aceptado la impunidad respecto a políticos de derecha, como Michel
Temer, Aecio Neves, entre otros y, súbitamente, muestra preocupación con el
caso de Lula.
El clima ha vuelto a ser tenso en todo el país fomentado por
los medios, en particular la Globo, que actuó como si se estuviera en las
vísperas del golpe de 1964, cerrando su principal noticiario con la amenaza del
comandante en jefe del Ejército –antes de decir lo contrario al día siguiente.
Fue en ese clima que se ha vuelto a reunir el STF, empezando
por el voto del relator que, Edson Fachin –que, hay que recordar, había sido
abogado del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) durante
mucho tiempo, habiendo recibido el apoyo de éste para su nombramiento para
cambiar radicalmente de posición una vez nombrado– en contra del habeas
corpus y el de Gilmar Mendes, en favor. Todo transcurrió hasta el voto
decisivo de la jueza Rosa Weber, sobre quien había recaído más fuertemente las
presiones de la derecha. Incluso del mismo Sergio Moro, que no contento en
hablar todo el tempo fuera del foro –lo cual es prohibido por ley– estuvo en un
largo programa de entrevistas en una Tv de derecha y centró su fuego en contra
de esa jueza.
El efecto terminó siendo decisivo. Ella cambió la posición
que había tenido en la sesión anterior, votó en contra del habeas
corpus, lo cual permitió que la votación terminara en empate, con lo cual
la presidenta del STF, Carmen Lucia, militante en contra de Lula, desempatara y
así fuera rechazado el habeas corpus a Lula.
Caben todavía recursos y, aún siendo rechazados, como deben
ser, queda la decisión política en manos de Sergio Moro, de definir si decreta
la prisión de Lula. Lo cual produciría una inmensa conmoción por ser el único
líder político nacional en Brasil, por tener 40 por ciento de apoyo en las
encuestas con la perspectiva de triunfar en primera vuelta y el enorme apoyo
popular, como lo han confirmado sus caravanas por todo el país.
Una fantástica farsa jurídica, alrededor de un departamento
que nunca fue de Lula, que recién fue a subasta, con los rendimientos para la
empresa que es la real propietaria del inmueble, generó un proceso absurdo, sin
pruebas, con condena en base a las convicciones de los que lo acusan
como enemigo político. Se pasaría a un periodo todavía más turbulento de la
vida política brasileña. De ahí que, a lo mejor, no se atreven, manteniendo lo
que más importa a la derecha brasileña –tratar de impedir que Lula sea candidato
a la Presidencia del país.