Por Martin
Granovsky / Tomado de Página 12 – Argentina
Mariano Rajoy jugó fuerte. Ordenó la disolución del
Parlamento catalán, la intervención de la policía regional y el llamado a
elecciones. Lo hizo en caliente, cuando estaba fresca la decisión de los
parlamentarios catalanes de establecer una república independiente. Pero, ¿jugó
fuerte porque su posición es sólida? ¿O jugó fuerte para huir hacia adelante?
Durante años apostó al grito más que a la negociación. Fue inflexible con los
catalanes. ¿Habrá calculado que si profundiza el conflicto después lo
capitalizará, o que una crisis le conviene porque será él quien pilotee la
tormenta? Parece haber tomado ese riesgo.
Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona que pertenece a Podemos,
escribió en Facebook que Cataluña sufrió un choque de trenes. De un lado el
tren más grande, el Partido Popular de Rajoy, según ella incapaz “de escuchar y
de gobernar para todos”. Ese tren consumó “un golpe a la democracia con la
aniquilación del autogobierno catalán”. Del otro un tren más pequeño que, para
ella, tomó una actitud kamikaze. Consumó una declaración de independencia
“hecha en nombre de Catalunya pero que no cuenta el apoyo mayoritario de los
catalanes”. Resumió Colau: “Es un error renunciar al 80 por ciento a favor de
un referendum pactado, por un 48 por ciento a favor de la independencia”.
En la encrucijada, de todos modos, Podemos promete imaginar
“nuevos escenarios de autogobierno” y defender los derechos para garantizar
“más democracia”. Mientras, seguirá apelando al diálogo y al consenso. Una
posición incómoda, sin duda. De un lado quedaron los independentistas de
derecha y de izquierda. Y del otro no solo el PP sino el Partido Socialista
Obrero Español, aliado con Rajoy ante el conflicto catalán. Podemos seguía
teniendo en carpeta, a futuro, la edificación de una mayoría de gobierno junto
con el PSOE. Rajoy dinamitó ese puente. El otro apoyo clave de Rajoy frente al
litigio con Cataluña es el partido Ciudadanos de Albert Rivera, un dirigente
ligado al poderoso grupo financiero catalán de la Caixa, opuesto a todo intento
de independencia.
El presidente del Gobierno español no es un chico fácil. A
los 62 años, este político gallego formado por Manuel Fraga Iribarne ya lleva
siete años al frente de la administración. Siempre redobló la apuesta. Ante la
recesión no mejoró las prestaciones del Estado de bienestar. Apeló a una
reforma laboral que facilitó los despidos. Le puso un tope a la famosa
“ultraactividad”, es decir al alargamiento prácticamente indefinido de los
convenios colectivos. Y priorizó los convenios por empresa. En materia
internacional siguió prestando la base de Rota, en Cádiz, para los destructores
de los Estados Unidos encargados de lanzar desde allí los misiles a Siria.
También reforzó su compromiso con la Organización del Tratado del Atlántico
Norte en la contención del poderío ruso. En el plano de los derechos sociales
interpuso un recurso en el Tribunal Constitucional en contra del matrimonio
igualitario. Terminó perdiéndolo.
Las apuestas audaces le sirvieron a Rajoy para disimular los
casos de corrupción que afectaron al corazón del PP. La intervención de
Cataluña se produce solo tres días después de que la fiscal Concepción Sabadell
diera por probada la existencia de una contabilidad paralela de los
conservadores, una caja B alimentada de coimas y tráfico de influencias. Es el
caso Gurtel, donde hasta confesó el ex tesorero del PP, Luis Bárcenas, que
aparece en algunos papeles como “Luis el Cabrón”.
Según explicó antes de esta crisis el gran historiador
español Julián Casanovas a www.eldiario.es, el Estado central venía perdiendo
legitimidad por tres razones.
La primera, justamente, era la corrupción, que irritó a los
catalanes. Dijo Casanovas: “Hay un discurso del independentismo que ha calado
en Cataluña. No estamos hablando de la conciencia independentista, la identidad
cultural o de conciencia política, sino del chollo (ganga) que significaba que
la España que nos roba estuviera dominada por ladrones. Esta percepción es muy
importante en el sector más joven y menos concienciado de Cataluña”.
La segunda fuente de pérdida de legitimidad sería la
decadencia del parlamento.
La tercera, la falta de poder de negociación por parte de
Madrid sobre todo en los años de Rajoy.
Otro historiador prestigioso, Josep Fontana, le explicó al
periodista Ramón Lobo que el Partido Popular hacía mal en agitar a la
opinión pública con la idea de que una consulta implicaba automáticamente la
secesión. Para Fontana todo el mundo sabía que separarse era imposible “porque
implicaría que el gobierno de la Generalitat tendría que pedir al Gobierno de
Madrid que tuviera la amabilidad de retirar de Cataluña al Ejército, la Guardia
Civil y la Policía Nacional, y renunciar pacíficamente a un territorio que le
proporciona el 20 por ciento del PBI”.
Tanto el aragonés Casanovas como el catalán Fontana rescatan
la validez histórica del pacto de transición que llevó a la Constitución de
1978 y tildan de anacrónica toda crítica que no tenga en cuenta las
circunstancias concretas. Pero al mismo tiempo entienden que 40 años después
España necesita buscar otras fórmulas, sobre todo en medio de las crisis como
el Brexit, el conflicto ampliado del Medio Oriente y la irrupción de Donald Trump.
Casanovas cuestiona que a esta altura siga rigiendo una Constitución que
establece como un dogma la indivisibilidad del Estado español. Esa rigidez
podría ser un factor más de estimulación del conflicto. La postura de Podemos,
por ejemplo, es la formación de un Estado plurinacional y la realización de un
referendum pactado.
El problema es que a los sentimientos catalanistas Rajoy no
les opuso una propuesta superadora –la negociación política– sino la discusión
jurídica. Y luego, directamente, la fuerza. Hasta Donald Tusk, presidente del
Consejo Europeo, dijo ayer que para la Unión Europea España seguirá siendo “el
único interlocutor”. Sin embargo, señaló en Twitter su esperanza de que Rajoy
“favorezca la fuerza de los argumentos y no los argumentos de la fuerza”.
martin.granovsky@gmail.com