Por: Leonardo Padrón / EL Nacional
Lo hacen sin pudor. Cada vez que se acercan a un micrófono. Cada vez que
los enfoca una cámara. En cada rueda de prensa. Fuera y dentro del país. No
importa el tema. Puede ser sobre la crisis hospitalaria, la escasez, la
hiperinflación, la epidemia de asesinatos, la desaparición del dinero en
efectivo, la ausencia de gasolina. Cualquier tema obvio y visible. Y a pesar de
eso, de lo irrebatible y manifiesta que es nuestra miseria, mienten. Dicen que
la patria es cada vez más próspera, que el mundo nos envidia, que somos
referencia y paradigma, que si por Dios fuera nos plagiaría para diseñar el
paraíso terrenal a imagen y semejanza de Venezuela. Se ponen grandilocuentes y
pomposos. Retóricos y cursis. Citan a Bolívar hasta el desfallecimiento.
Mienten cuando hablan de guerra económica y conspiraciones universales. Mienten
para sentirse libres de culpa. Mientras tanto, la gente, el ciudadano común, el
mismísimo pueblo, busca sobrevivir entre los escombros de un país arruinado y
saqueado por los insignes prohombres de la revolución.
Mienten a cada hora. Todos los días. Mienten cuando dicen que vivimos en
democracia. Mienten cuando ondean la constitución en sus manos. Maduro dice que
Donald Trump amenazó con matarlo y uno sabe que no fue esa la propuesta.
Arreaza dice que el capitalismo es un sistema anacrónico y uno entiende que el
anacronismo está en su verbo. Delcy Rodríguez dice que la Comisión de la Verdad
dictaminó que la GNB no cometió ninguna violación de los derechos humanos y uno
tiene arcadas de asombro. Ernesto Villegas habla de lo que sea y hay garantía
absoluta de que miente, desde que embaucó al mundo entero pregonando la
milagrosa recuperación de Hugo Chávez cuando ya su cuerpo claudicaba ante la
muerte. Tibisay Lucena mintió cuando anunció la cifra de 8 millones de personas
votando a favor de la Constituyente. Uno oye hablar a cada uno de ellos sobre
el País Potencia, los 15 motores de la economía, el salario más fuerte del
continente, y se cansa hasta el óxido de oírlos mentir.
Hace poco, Maduro, sin que se le moviera un milímetro su “perfil Stalin”
que tanto lo envanece, dijo: “Es muy grave el problema de la migración de los
refugiados colombianos hacia Venezuela, eso es diario, son miles y miles”. Y
uno se queda pasmado, boquiabierto, mientras en las redes sociales se ven
claramente las imágenes que lo desdicen. Venezuela peregrinando hacia Colombia.
Familias enteras. Personas durmiendo en las calles de Cúcuta. Yéndose hacia
Panamá, Chile, Perú, Miami, México, España, hacia donde sea y donde se pueda.
Pero a pesar de que todos lo sabemos, él dice lo que dice. Miente. Sin un
parpadeo en el pudor.
Maduro miente cuando se vende a sí mismo como el gran representante de los
pobres, no solo de Venezuela, sino también del Tercer Mundo, de los indígenas
del Potosí, de los desclasados de Quito, Belgrano y el Bronx.
Jorge Arreaza dice que la ANC restituyó la paz y la estabilidad en
Venezuela. Miente. Lo sabemos. En Venezuela no hay un metro cuadrado de
territorio estable. Andamos en caída libre, recorriendo el precipicio. Tampoco
hay paz. Las calles vacías no son sinónimo de paz, sino del sangriento triunfo
de un aparato represor que no dudó en asesinar a más de cien personas, en
encarcelar a diputados, alcaldes, concejales, estudiantes, mujeres y hombres de
cualquier condición. Lo que hay es un país reprimido y atemorizado. Esto
no es paz. Es miedo. Asco.
Delcy Rodríguez lo repite como un estribillo y miente: en Venezuela no hay
hambre, ni crisis humanitaria, ni nada que se le parezca. Esa, de todas las
mentiras, es como intentar tragarse un elefante sin masticarlo. En una de sus
tantas veces dijo: “en Venezuela no hay hambre, lo que hay es voluntad”. Habrá
que entender por voluntad los esfuerzos que hace cualquier jefe de hogar para
llevarle algo de comida a sus hijos. Algunos, en la suma de la desesperación,
llegando a delinquir por primera vez en sus vidas. Lo sabemos. Delcy miente.
¿No hay crisis en el sistema de salud de un país donde 3,4 millones de
niños están en riesgo de contraer sarampión por falta de vacunas? ¿Dónde se
habla de la reaparición de la difteria luego de 24 años de haber sido
erradicada? ¿No hay crisis hospitalaria cuando uno ve que dos neonatos fallecen
el mismo día por un corte de luz en la Maternidad Concepción Palacios?
Todos, desde el presidente hasta el más soez de sus subalternos, niegan que
en Venezuela se violan los derechos humanos. Mienten. Lo confirman los
testimonios de decenas de personas que han sido torturadas en los calabozos del
Sebin. Lo confirma el inaceptable fallecimiento del concejal Carlos Andrés
García en plena cárcel por negarle el acceso a los medicamentos necesarios. Lo
confirman la cantidad de personas que siguen presas a pesar de habérseles
librado boletas de excarcelación. Lo confirman los cientos de videos que registraron
la saña y crueldad con la cual los cuerpos de seguridad reprimieron a los
venezolanos en los convulsos cuatro meses de protesta que nadie olvidará.
Elías Jaua habla de 200 mil estudiantes que han emigrado de colegios
privados a públicos y enumera tres razones: La especulación en el costo de las
matrículas, la violencia política (¿¿??) y la inculcación del odio en las aulas
de los colegios privados (¿¿??). Las tres razones apuntan a resaltar la
“villanía” de la oposición. Pero sabemos que la razón es estrictamente
económica. Aquí ya todo, absolutamente todo, cuesta demasiado dinero. Ya hay
mucha gente que no tiene cómo pagar el colegio de sus hijos. O comen o
estudian. Para realizar ambas actividades hay que renunciar a estudiar en un
colegio privado. Así de simple y duro. Esa es la agria verdad para muchos.
Mienten sobre PDVSA, sobre el Arco Minero, sobre el estado real de las
finanzas del Estado. Mienten cuando se sientan a dialogar y ofrecen lo que
luego no cumplen. Mienten cuando le anulan el pasaporte a una figura opositora
y le dicen que es porque en el sistema aparece reportado como “robado”.
Mienten, ofenden, agreden, cuando callan ante el dolor que es hoy ser
venezolano.
Nos han intoxicado la vida con sus mentiras. Tan honesto que sería admitir
el fracaso. Tan sanador que sería para todos que entendieran que el país los
repudia.
Tan necesaria que es la verdad en la vida de un país.
Pero no, también se mienten a sí mismos. Se creen épicos, históricos.
Como bien lo resume el periodista Luis Carlos Díaz en la frase fijada en su
cuenta de Twitter: “El gobierno miente. No importa cuándo leas esto”.
Mienten. Y seguirán mintiendo. A pesar de que la terrible realidad que
asola a Venezuela es noticia en el mundo entero. Mentir es un verbo
indispensable para cualquier dictadura. Sea de derecha o de izquierda.
Es el azúcar de su veneno.