THIERRY MEYSSAN
En la primera parte de este artículo
subrayé que el presidente sirio Bachar al-Assad es en este momento la única
personalidad que ha sabido adaptarse a la nueva “gran estrategia
estadounidense”, mientras que las demás siguen pensando como si los conflictos
que hoy se desarrollan fuesen similares a los que ya vimos desde el final de la
Segunda Guerra Mundial. Siguen interpretando los acontecimientos como intentos
de Estados Unidos para derrocar gobiernos como medio de acaparar los recursos
naturales para sí mismo.
Pienso, y voy a explicarlo aquí, que esa
interpretación es errónea y que ese error puede sumir la humanidad en un
verdadero infierno.
Hace 70 años que los estrategas
estadounidenses sufren una obsesión que no tiene nada que ver con la defensa de
su pueblo. Lo que les obsesiona es mantener la superioridad militar de Estados
Unidos sobre el resto del mundo. Durante el decenio transcurrido entre la
disolución de la URSS y los atentados del 11 de septiembre de 2001, estuvieron
buscando diferentes maneras de intimidar a todo el que se resistía a la
dominación estadounidense.
Harlan K. Ullman desarrollaba la idea de
aterrorizar a los pueblos asestándoles golpes brutales (Shock and awe o “shock
y pavor”) [1].. Se trataba, idealmente, de algo como el uso de la bomba atómica
contra los japoneses. Eso se concretó, en la práctica, bombardeando Bagdad con
una lluvia de misiles crucero.
Los discípulos del filósofo Leo Strauss
soñaban con librar y ganar varias guerras a la vez (Full-spectrum dominance o
“dominio en todos los sentidos”). Vimos entonces las guerras contra Afganistán
e Irak, que se desarrollaron bajo un mando común [2].
El almirante Arthur K. Cebrowski predicaba
que había que reorganizar los ejércitos de Estados Unidos de manera tal que
fuese posible procesar y compartir una multitud de datos de forma simultánea.
Eso haría posible algún día el uso de robots capaces de indicar
instantáneamente las mejores tácticas [3]. Como veremos más adelante, las
profundas reformas que el almirante Cebrowski inició no tardaron en producir
frutos… venenosos.
Esas ideas y obsesiones primeramente
llevaron al presidente George W. Bush y la US Navy a organizar el más extenso
sistema internacional de secuestro y tortura, que contó 80.000 víctimas.
Posteriormente, llevaron al presidente Obama a poner en marcha todo un aparato
para perpetrar asesinatos, principalmente mediante el uso de drones, pero
también recurriendo a comandos armados. Ese sistema opera en 80 países y
dispone de un presupuesto anual de 14.000 millones de dólares [4].
A partir de los hechos del 11 de
septiembre de 2001, el asistente del almirante Cebrowski, Thomas P. M. Barnet,
impartió en el Pentágono y en las academias militares estadounidenses numerosas
conferencias anunciando lo que sería el nuevo mapa del mundo según el Pentágono
[5]. Ese proyecto se ha hecho posible debido a las reformas estructurales
realizadas en los ejércitos estadounidenses, reformas en las que se percibe una
nueva visión del mundo. El proyecto en sí parecía tan descabellado que los
observadores extranjeros lo consideraron, apresuradamente, solo una forma de
retórica más entre tantas otras tendientes a sembrar el miedo en los pueblos
que Estados Unidos pretende dominar.
Barnett afirmaba que, para mantener su
hegemonía mundial, Estados Unidos tendría que dividir el mundo en dos partes.
Quedarían de un lado los Estados estables (los miembros del G8 y sus aliados) y
del otro lado estaría el resto del mundo, considerado simplemente como un
“tanque” de recursos naturales. Barnett se diferenciaba de sus predecesores en
un punto fundamental: ya no consideraba que el acceso a esos recursos fuese
crucial para Washington sino que afirmaba que los Estados estables solo
tendrían acceso a esos recursos recurriendo a los ejércitos estadounidenses.
Para eso habría que destruir sistemáticamente toda la estructura estatal en los
países que serían parte de ese “tanque” de recursos, de manera que nadie
pudiese oponerse en ellos a la voluntad de Washington, ni tampoco tratar
directamente con los Estados estables.
En su discurso de enero de 1980 sobre el
Estado de la Unión, el presidente Carter enunció su doctrina: Washington
consideraba el acceso al petróleo del Golfo para garantizar el abastecimiento
de su propia economía como una cuestión de seguridad nacional [6]. El Pentágono
creó entonces el CentCom para controlar esa región. Sin embargo, Washington
está sacando actualmente menos petróleo de Irak y de Libia que antes de las
guerras contra esos países… ¡pero no le importa!
La destrucción de las estructuras
estatales equivale a regresar a los tiempos del caos, concepto ya enunciado por
Leo Strauss, pero al que Barnett confiere un sentido nuevo. Para el filósofo
judío Leo Strauss, después del fracaso de la República de Weimar y la Shoa (el
Holocausto), el pueblo judío no puede seguir confiando en las democracias, así
que la única vía que le queda para protegerse de un nuevo nazismo es instaurar
su propia dictadura mundial –claro, ¡en aras del Bien!–. Para eso tendrá que
destruir algunos Estados que oponen resistencia, hacerlos retroceder a la era
del Caos y reconstruirlos según nuevas leyes [7].
Eso corresponde con lo que decía
Condoleezza Rice durante los primeros días de la agresión de 2006 contra el
Líbano, cuando aún parecía que Israel saldría victorioso:
“No veo el interés de la diplomacia si es
para volver al statu quo anteentre Israel y el Líbano. Creo que sería un error.
Lo que aquí vemos es, en cierta forma, el comienzo, las contracciones del
nacimiento de un nuevo Medio Oriente y, hagamos lo que hagamos, tenemos que
estar seguros de que avanzamos hacia el nuevo Medio Oriente y de que no
volvemos al antiguo”.
Para Barnett, sin embargo, habría que
hacer retroceder a la era del Caos no solo a los pueblos que oponen resistencia
sino a todos los países que no han alcanzado cierto nivel de vida. Y cuando
estén sumidos en el Caos… habrá que mantenerlos en él.
La influencia de los seguidores de Leo
Strauss ha disminuido en el Pentágono después del fallecimiento de Andrew
Marshall, creador del “giro hacia Asia” [8].
Una de las grandes rupturas entre el
pensamiento de Barnett y lo que pensaban sus predecesores reside en que Barnett
piensa que no hay que desatar guerras contra tal o cual país por razones
políticas, sino contra regiones enteras del mundo porque no están integradas al
sistema económico global. Por supuesto, siempre habrá que empezar por un país
en particular, pero se hará favoreciendo la extensión del conflicto, hasta
destruirlo todo… como en el Medio Oriente ampliado (o Gran Medio Oriente). En este
momento sigue la guerra, incluso con despliegue de blindados, tanto en Túnez,
Libia, Egipto (en el Sinaí), Palestina, Líbano (en Ain el-Helue y Ras
Baalbeck), como en Siria, Irak, Arabia Saudita (en la ciudad de Qatif),
Bahréin, Yemen, Turquía (en Diyarbakir) y Afganistán.
Es por eso que la estrategia
neoimperialista de Barnett tendrá que apoyarse obligatoriamente en ciertos
elementos de la retórica de Bernard Lewis y de Samuel Huntington, la “guerra de
civilizaciones” [9]. Pero como será imposible justificar que permanezcamos
indiferentes ante las desgracias de los pueblos de los países condenados a ser
parte del “tanque” de recursos naturales, habrá que convencernos de que
nuestras civilizaciones son incompatibles.
Esa exactamente es la política que ha
venido aplicándose desde el 11 de septiembre de 2001. No se ha terminado
ninguna de las guerras desatadas desde entonces. Desde hace 16 años las
condiciones de vida de los afganos son cada día más terribles y peligrosas. La
reconstrucción del Estado que alguna vez tuvieron, reconstrucción que
supuestamente seguiría el modelo aplicado en Alemania o Japón al término de la
Segunda Guerra Mundial, nunca llegó a concretarse. La presencia de las tropas
de la OTAN no mejoró la vida de los afganos que, por el contrario, se deterioró
aún más. Todo indica que esa presencia militar de la OTAN es actualmente la
causa del problema. A pesar de todos los discursos que alaban la ayuda
internacional, las tropas de la OTAN solo están en Afganistán para mantener y
agravar el caos.
No hay un solo caso de intervención de la
OTAN en que los motivos oficiales de la guerra hayan resultado ciertos. No fue
cierta la justificación oficial de la guerra contra Afganistán (motivo
invocado: una supuesta responsabilidad de los talibanes en los atentados del 11
de septiembre de 2001), como tampoco lo fue en la guerra contra Irak (motivo
invocado: un supuesto respaldo del presidente Saddam Hussein a los terroristas
del 11 de septiembre y la preparación de armas de destrucción masiva que planeaba
utilizar contra Estados Unidos), ni en Libia (supuesto bombardeo del ejército
libio contra su propio pueblo), ni en Siria (dictadura del presidente Assad y
de la secta de los alauitas). Y en ningún caso el derrocamiento de un gobierno
ha puesto fin a la guerra. Todas esas guerras se mantienen hoy en día, sin
importar la tendencia o el grado de sumisión de los dirigentes en el poder.
Las “primaveras árabes”, si bien son fruto
de una idea del MI6 que sigue el modelo de la “revuelta árabe” de 1916 y de las
hazañas de Lawrence de Arabia, fueron incorporadas a la misma estrategia de
Estados Unidos. Túnez se ha convertido en un país ingobernable. En Egipto,
donde el ejército nacional logró recuperar el control de la situación, el país
está tratando poco a poco de levantar cabeza. Libia se ha convertido en un
campo de batalla, no desde que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó su
resolución llamando a proteger la población libia, sino después del asesinato
de Muammar el-Kadhafi y la victoria de la OTAN.
Siria es un caso excepcional ya que el
Estado nunca pasó a manos de la Hermandad Musulmana y que esta no ha logrado
imponer el caos en todo el país. Pero numerosos grupos yihadistas, vinculados
precisamente a esa cofradía, lograron controlar –y todavía controlan– partes
del territorio nacional, instaurando en ellas el caos. Ni el califato del
Emirato Islámico (Daesh), ni Idlib bajo al-Qaeda, constituyen Estados donde el
islam pueda florecer. Son solo zonas de terror sin escuelas ni hospitales.
Es probable que gracias a su pueblo, a su
ejército y a sus aliados rusos, libaneses e iraníes, Siria logre escapar al
destino que Washington había diseñado para ella. Pero el Medio Oriente ampliado
seguirá siendo pasto del fuego hasta que los pueblos entiendan los planes de
sus enemigos.
Ahora vemos como el mismo proceso de
destrucción se inicia en el noroeste de Latinoamérica. Los medios de difusión
occidentales hablan con desdén de los desórdenes en Venezuela, pero la guerra
que así comienza no habrá de limitarse a ese país. Se extenderá a toda esa
región, a pesar de que son muy diferentes las condiciones económicas y
políticas de sus países.
A los estrategas estadounidenses les gusta
comparar el poder de Estados Unidos al del Imperio romano. Pero los romanos
aportaban seguridad y opulencia a los pueblos que conquistaban y los
incorporaban a su imperio. El Imperio romano construía monumentos y
racionalizaba las sociedades de esos pueblos. El neoimperialismo estadounidense
no tiene intenciones de aportar nada, ni a los pueblos de los Estados estables,
ni a los de los países incluidos en el “tanque” de recursos naturales. Lo que
tiene previsto es extorsionar a los primeros y destruir los vínculos sociales
en los que se sustenta la unión nacional de los segundos. Ni siquiera le
interesa exterminar a estos últimos sino hacerlos sufrir para que el caos en el
que viven convenza a los Estados estables de que para ir a buscar los recursos
que necesitan tienen que contar con la protección de los ejércitos
estadounidenses.
El proyecto imperialista consideraba hasta
ahora que “no se puede hacer la tortilla sin romper huevos”, o sea admitía que
tiene que cometer masacres colaterales para extender su dominación. En lo
adelante, lo que planifica son masacresgeneralizadas para imponer definitivamente
su autoridad.
El neoimperialismo estadounidense implica
que los demás Estados del G8 y sus aliados acepten que la “protección” de sus
intereses en el extranjero quede en manos de los ejércitos de Estados Unidos.
Ese condicionamiento no constituye un problema para la Unión Europea, ya sometida
desde hace mucho a la voluntad del amo estadounidense, pero plantea una dura
discusión con el Reino Unido y será imposible que Rusia y China la acepten.
Recordando su “relación especial” con
Washington, Londres ya exigió participar como socio en el proyecto
estadounidense para gobernar el mundo. Fue ese el sentido del viaje de Theresa
May a Estados Unidos, en enero de 2017, pero quedó sin respuesta [10].
Es además inconcebible que los ejércitos
de Estados Unidos garanticen la seguridad de las “rutas de la seda”, como hoy
lo hacen –junto a las fuerzas británicas– con las vías marítimas y aéreas que
utiliza Occidente. Es también inimaginable que Rusia acepte ahora ponerse de
rodillas, después de su exclusión del G8, debido a su implicacion en Siria y en
Crimea.
[1] Shock and awe: achieving rapid
dominance, Harlan K. Ullman y otros autores, ACT Center for Advanced Concepts
and Technology, 1996.
[2] Full Spectrum Dominance. U.S. Power in
Iraq and Beyond, Rahul Mahajan, Seven Stories Press, 2003.
[3] Network Centric Warfare: Developing
and Leveraging Information Superiority, David S. Alberts, John J. Garstka y
Frederick P. Stein, CCRP, 1999.
[4] Predator empire: drone warfare and
full spectrum dominance, Ian G. R. Shaw, University of Minnesota Press, 2016.
[5] The Pentagon’s New Map, Thomas P. M.
Barnett, Putnam Publishing Group, 2004.
[6] “State of the Union Address 1980”, por
Jimmy Carter, Voltaire Network, 23 de enero de 1980.
[7] Algunos especialistas en el estudio
del pensamiento de Leo Strauss lo interpretan de manera completamente
diferente. Pero lo importante aquí no es lo que realmente pensaba ese filósofo
sino lo que profesan quienes, con razón o sin ella, se dicen seguidores de su
pensamiento en el Pentágono.Political Ideas of Leo Strauss, Shadia B. Drury,
Palgrave Macmillan, 1988. Leo Strauss and the Politics of American Empire, Anne
Norton, Yale University Press, 2005. Leo Strauss and the conservative movement
in America: a critical appraisal, Paul Edward Gottfried, Cambridge University Press,
2011. Straussophobia: Defending Leo Strauss and Straussians Against Shadia
Drury and Other Accusers, Peter Minowitz, Lexington Books, 2016.
[8] The Last Warrior: Andrew Marshall and
the Shaping of Modern American Defense Strategy, Chapter 9, Andrew F.
Krepinevich y Barry D. Watts, Basic Books, 2015.
[9] “The Clash of Civilizations?” y “The
West Unique, Not Universal”,Foreign Affairs, 1993 y 1996;The Clash of
Civilizations and the Remaking of World Order, Samuel Huntington, Simon &
Schuster, 1996.
[10] “Theresa May addresses US Republican
leaders”, por Theresa May, Voltaire Network, 27 de enero de 2017.
Publicado originalmente en: Red Voltaire
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