Por Manuel
Camero
Los productores
agropecuarios de toda Venezuela viven en una zozobra permanente: su
actividad depende de tres factores, uno, el tiempo y el clima, variable sin
control que tiene que ver con la voluntad divina y las fuerzas de la naturaleza,
o no llueve, o llueve mucho; dos, la política del Estado venezolano hacia el
sector, los estímulos para producir, el apoyo crediticio y tecnológico, la
entrega oportuna de semillas y agroquímicos, el acceso a maquinarias para la
reposición de su parque industrial y, tres; el esfuerzo propio y el de sus
trabajadores para incorporarse con pasión y decisión al trabajo de la tierra,
esperando siempre los frutos que de ella han de nacer. Cualquier nación
que le otorgue importancia al trabajo laborioso tiene altísima valoración por
los hombres y mujeres que se dedican con ahínco al trabajo de la tierra, a los
productores del campo. En la Venezuela bizarra, un productor agropecuario es la
máxima expresión de “la rancia oligarquía”, “pitiyanqui”, “Explotador”, y
“traidor a la Patria”. En otras palabras, producir comida para un país es, hoy
por hoy, un delito y una afrenta.
II
El nombre de Carlos Odoardo
Albornoz, para los personeros del gobierno de Nicolás Maduro, crea alarma y
temor. Es visto como oligarca terrateniente, como un alto exponente de la
Oligarquía Nacional. Para Guárico, para la gente que sabe cómo se trabaja
y produce comida, para quienes saben del sol inclemente del medio día y de
frentes sudorosas por el arduo trabajo, para quienes damos gracias a Dios y a
nuestros hombres del campo cuando tenemos en las manos una mazorca de maíz o
una arepa caliente en el paladar, para quienes nos conocemos en la cotidianidad
del esfuerzo por mantenernos de pie con nuestras convicciones y principios,
para los hombres íntegros y de respeto; Carlos Odoardo Albornoz es uno de los
nuestros. Uno entre nosotros, y nosotros con él, uno que se distingue por su
don de gente, por su constancia en el trabajo y la lucha por hacer de Venezuela
una tierra de producción y de propietarios, de progreso para todos y de fe en
el porvenir. Carlos Odoardo es un hombre que inspira a seguir su ejemplo,
nacido para el esfuerzo y el trabajo. Su padre Odoardo Albornoz supo brillar
con luz propia y contribuyó a que muchos brillaran con él, pionero del cultivo
del sorgo en una Venezuela precaria, pero con ganas de salir adelante. Hombre
que supo labrar su patrimonio, desde que el sol salía hasta que se ocultaba.
Sí, un patrimonio hecho y labrado con sudor y manos talladas por la
brega.
III
Carlos Odoardo Albornoz
proviene de las entrañas de un ejemplo y de una convicción: el ejemplo de su
padre y la convicción de vivir del trabajo honesto. Por eso nos duele la vil
canallada de la que es objeto; la confiscación de su finca “El Gólgota”, propiedad
heredada de su padre que, citando al periodista Misael Flores, representa una
porción de “Agrícola Chaguaramas”, unidad de producción propiedad del
industrial Eugenio Mendoza y comprada por el viejo Odoardo Albornoz, cancelada
bolívar a bolívar; como hacen los hombres responsables. El Gólgota es una finca
productiva en cada milímetro de tierra. Con esta acción de confiscación le
cobran a Carlos Odoardo Albornoz su consecuencia en acompañar a los productores
agropecuarios en su lucha por la defensa de sus propiedades y el derecho a
trabajar en un marco de libertad y de garantías a sus patrimonios labrados con
esfuerzo. Le cobran sus convicciones gremiales como presidente de FEDENAGA y su
actitud decidida y comprometida con los cambios que Venezuela reclama. A Carlos
Odoardo, como a la mayoría de los venezolanos, nos duelen nuestros bienes, pero
mucho más nos duele en el alma la destrucción de nuestra patria buena y noble.
Conocemos a Carlos y sabemos que no se arrodillará, ni doblegará ante sus
verdugos.
IV
Acompañamos
solidariamente a Carlos Odoardo Albornoz en esta dura hora. Convencidos estamos
que la justicia divina está con él. Y la justicia de los hombres, hoy
secuestrada por la tiranía, habrá de florecer para imponer su orden. Dios
aprieta, pero no ahorca. Carlos no está, ni estará solo. Le acompaña un pueblo
que lo ha visto levantarse y mantenerse firme. Para él, Dios sabrá
proporcionarle la fortaleza necesaria en este duro combate por la razón. A sus
verdugos, todo el repudio y el rechazo para quien obra con saña y mala fe.
Llegará el momento del balance final.