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25 octubre, 2016

Relatos de hambre y solidaridad


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Alfredo Infante Silvera, s.j

Según estimaciones del Cenda, la canasta alimentaria para el mes de agosto se ubicó en 262.664,40 Bs.  Esto equivale a unos cuatro salarios mínimos del estipulado en el decreto presidencial que se hizo efectivo a partir del primero de septiembre. Si el costo de dicha canasta lo contrastamos con los resultados de Datanálisis para el mismo mes, que estima el desabastecimiento de productos regulados en 77,85 % y una inflación en el mercado negro de 2.375,4 %, estamos en un contexto de hambre creciente por  escasez e inflación que sitúa a la mayoría de la población en unas condiciones infrahumanas. Estas cifras tienen rostros, no son relatos aislados, son el perfil del hombre nuevo y la sociedad nueva que esta revolución está pariendo.

El boxeador
El niño lanzaba golpes al aire con estilo de gran boxeador. Su imaginación volaba. Narraba su propia pelea. La interrumpía de vez en cuando y abrazaba a su madre con cariño mientras le decía: “Déjame boxear mamá”.  La madre retorcía la boca y hacía figurilla con los labios, miraba a su alrededor y luego se dirigía a su niño con voz firme “Anderson, chico, te he dicho que no, quieres volverte loco, no ves que todos los boxeadores terminan locos”. El tema se convirtió en foro de discusión en plena cola del CLAP. Los participantes estaban divididos al respecto. El niño volvía a su pelea imaginaria mientras narraba sus hazañas con la pericia de un locutor profesional. Cuando sonó la campana, volvió a abrazar a su madre, se guindó de ella y lanzó su mejor argumento, un golpe bajo que humedeció con lágrimas la mirada de aquella mujer y casi doblegó su voluntad maternal: “Mamá, mira que en la escuela de boxeo me van a dar comida”. Se hizo silencio. Se acabó el foro sobre los efectos del boxeo y se inició otro sobre el hambre que padecemos, que inmediatamente alguien cortó diciendo “este no es el espacio para hablar del hambre, no nos vayan a dejar sin la bolsa”.
Ante la pregunta de su hijo, la mujer se secó las lágrimas. Unos la miraban, otros se hacían los desentendidos, pero todos de distintas maneras se solidarizaron con ella. La mujer respiró profundo, tomó fuerza interior y respondió: “Anderson, no, no y no, prefiero mendigar, no quiero que termines loco a punta de golpes”. Un mes después me encontré a Julia en la calle, nos saludamos y le pregunté por Anderson; con la mirada extraviada me respondió: “Está en la escuela de boxeo”. Se sentía derrotada. Ante el hambre tuvo que ceder a sus convicciones. Anderson ahora intercambia golpes por comida.
¡Ay Padre, qué puedo hacer!
Aquella tarde llegué a casa de María. “Está acostada, no se ha podido levantar, me dijo que está enferma, que le duele mucho la cabeza”, me comentó su hija. Cuando me iba, de repente escuché la voz de María que emergía del cuartico del rancho: “Padre, es usted, ya voy, ya voy, espere”.  Estaba deprimida. No tenía fuerza de voluntad. Se levantó como pudo y me atendió. Le pidió a sus hijos que fueran a jugar, necesitaba desahogarse y no quería que sus hijos la vieran llorando. “Padre, prefiero que piensen que tengo fiebre o gripe a que sepan que estoy deprimida, no puedo desplomarme, ellos me necesitan de pie”. Rompió a llorar, yo callé. Hice presencia con mi silencio. A los pocos minutos relató la vivencia del día anterior que aún no terminaba de procesar interiormente. “Sabe padre, ayer pedí permiso en el trabajo para poder ir a comprar, nos fuimos de aquí de la zona un grupo, salimos de madrugada, pasamos todo el día en la cola y pudimos finalmente comprar algo. Nos esperamos para venirnos juntas; cuando veníamos en la camioneta, a la altura del sector Los Mangos, se montaron unos jóvenes armados, y nos gritaron con fuerza: ꞌNo queremos dinero, el dinero se lo pueden meter por el culo, queremos las bolsas de comidaꞌ. Imagínese, todo el día perdido padre, llegué a la casa sin nada. ¡Ay, padre! esto es demasiado fuerte, no tengo fuerzas; por eso le dije a mis hijos que estaba enferma, pero lo que estoy es deprimida. No tengo fuerzas para enfrentar sola esta situación, ¿qué puedo hacer, padre? ¿qué puedo hacer?”. María es madre soltera, tiene cinco hijos que hasta ahora había levantado con aplomo y dignidad.
¿Dios nos escucha, padre?
Ana es una joven de 18 años, en condición de discapacidad mental, huérfana, en situación de pobreza crítica y alta vulnerabilidad. Es asidua a las reuniones de la comunidad cristiana. Muy religiosa. Una noche, después de haber leído y comentado el pasaje del evangelio, en el momento de las peticiones, su petición conmovió a los presentes: “Yo le pido a Dios que no nos acostemos con hambre, sin comer, yo sé que mi Diosito me va a oír, ¿verdad padre?”. Se hizo un silencio profundo, reverencial. Se escucharon respiraciones entrecortadas por el llanto silencioso. Yo hice silencio. Ana clavó su mirada limpia en mí y volvió a preguntarme: “¿Dios nos escucha, padre? Si rezamos mucho a Dios para no pasar hambre ¿Dios nos escucha, padre?”. Su pregunta fue como un puñal al corazón. En silencio me encomendé a Dios pidiendo sabiduría y fe. La miré a los ojos, ella sonrió con confianza, los presentes aguardaban mi respuesta. “Sí, Dios te escuchará Ana, Dios moverá a mucha gente para ayudar a quienes como tú se acuestan sin comer. Sí, sigue rezando que Dios te va a escuchar”.
 Un nuevo dilema
A muchas madres cabeza de hogar se les está presentando un nuevo dilema. Enviar a sus hijos a la escuela para que estudien o pedirle que les acompañen a hacer la cola del número mientras ellas trabajan o atienden otros asuntos imprescindibles para el funcionamiento de la familia como salud, crianza de los otros niños, etcétera. Los sacrificados están siendo los hijos mayores. La madre comparte la carga con la hija o el hijo mayor quien por esta razón se ausenta de la rutina escolar. En las escuelas de la parte alta de La Vega, entre las escuelas que conforman la red educativa San Alberto Hurtado, en el año académico 2015-2016 se observó un comportamiento muy irregular en la asistencia a clase de niños con este perfil. Hasta el momento no se puede hablar de deserción escolar, sino de ritmo irregular de asistencia a clases. Sin embargo, estamos preocupados porque en el trimestre julio-septiembre, si bien se ha notado menos escasez por la presencia de productos colombianos, la inflación y la consecuente pérdida del poder adquisitivo del bolívar ha profundizado el hambre de nuestra gente, haciendo cada vez más necesaria la búsqueda de productos regulados. Si la tendencia se profundiza, tememos que se pase de la irregularidad a la definitiva deserción por hambre.
La apuesta por la solidaridad
Gracias a Dios en medio de esta situación de muerte que vivimos, Dios habla al corazón humano de distintas maneras, activando redes de solidaridad y de resistencia que generan espacios de vida. Sí, Ana, Dios nos escucha, y habla a través de la solidaridad para que no te vayas a la cama sin comer, para que los Anderson no intercambien golpes por comida, para que las señoras María no se depriman ante la carga que supone criar a sus hijos, y para que el dilema de nuestras madres en el barrio no sea si enviar a sus hijos a la escuela o enviarlos a hacer la cola.
En el mes de mayo los miembros de la Red Educativa San Alberto Hurtado, en la parte alta de La Vega,  comenzamos en nuestras reuniones ordinarias a orar y pensar cómo enfrentar la situación de hambre de nuestros niños y adolescentes. Las escuelas Canaima y Luis María Olaso cuentan cada una con un comedor que históricamente ha sido apoyado por la empresa privada. Pero estos comedores se han visto afectados porque la política gubernamental de expropiación y estrangulamiento hacia la empresa privada ha hecho que esta reduzca la ayuda de insumos alimenticios. Y la ayuda monetaria, aunque se ha mantenido, no ha aumentado y la inflación se la ha tragado. Ante la crisis nos activamos. El Grupo “Qué Hacer”, una red de reflexión económica, abrió un espacio llamado “resuelve” para apoyar la alimentación en las escuelas de la parte alta de La Vega. La generosidad no se hizo esperar y pudimos apoyar con un subsidio complementario al comedor de La escuela Canaima (AVEC) que atiende alrededor de setecientos beneficiarios diarios y, de igual manera, se apoyó al comedor de la Luis María Olaso de Fe y Alegría que atiende 160 niños en situación crítica. Por su parte, en el caso del Colegio Andy Aparicio de Fe y Alegría, en sus dos núcleos, se ofrecieron diariamente a través de la cantina 150 desayunos a niños que solo hacen una o ninguna comida diaria. Esta respuesta rápida se dio durante los meses de junio y julio.
Durante el mes de agosto y septiembre hicimos alianza con el programa “Alimenta la solidaridad” que coordina Roberto Patiño y, gracias a esta alianza, pudimos ofrecer 150 almuerzos diarios a niños, niñas y adolescentes en situación de extrema pobreza. Los almuerzos se brindaron a través de la pastoral social de la parroquia católica San Alberto Hurtado, en la cantina del Colegio Andy Aparicio de Fe y Alegría, en las Casitas de La Vega.
También, en España, personas particulares se han activado para apoyar con pequeñas contribuciones nuestra iniciativa y para el mes de octubre, noviembre y diciembre seguiremos ofreciendo, gracias a este apoyo, desayunos a los niños en situación crítica.
Según Venebarómetro el 75,8 % de los venezolanos considera necesario y urgente la ayuda internacional en alimentos y medicinas, pero el Gobierno se ha negado a reconocer la crisis y en consecuencia ha impedido sistemáticamente la  apertura de un corredor humanitario para que las iglesias y otras organizaciones interesadas puedan cumplir con su misión de responder al desafío del hambre. Sin embargo, cabe destacar que gracias a la solidaridad ciudadana y a la buena voluntad de muchos cristianos comprometidos con los destinos del país, se ha hecho posible poner el pan en la mesa de muchos niños en situación de pobreza crítica. Pero el desafío es muy grande, el hambre es estructural. La solidaridad es necesaria, pero subsidiaria. No basta con atender las consecuencias, es urgente un cambio estructural. Según Venebarómetro el 91,9 % considera que el país va mal, por tanto, no basta con dar el pan; es necesario el referendo revocatorio como una vía constitucional y pacífica de la ciudadanía para abrir el juego político, de modo que se concrete el dialogo, la negociación y la concertación para tomar las decisiones que creen las condiciones objetivas para reactivar el aparato productivo. Sin productividad nacional se agudizará el hambre.