Alfredo Infante Silvera, s.j
Según
estimaciones del Cenda, la canasta alimentaria para el mes de agosto se
ubicó en 262.664,40 Bs. Esto equivale a unos cuatro salarios mínimos
del estipulado en el decreto presidencial que se hizo efectivo a partir
del primero de septiembre. Si el costo de dicha canasta lo contrastamos
con los resultados de Datanálisis para el mismo mes, que estima el
desabastecimiento de productos regulados en 77,85 % y una inflación en
el mercado negro de 2.375,4 %, estamos en un contexto de hambre
creciente por escasez e inflación que sitúa a la mayoría de la
población en unas condiciones infrahumanas. Estas cifras tienen rostros,
no son relatos aislados, son el perfil del hombre nuevo y la sociedad
nueva que esta revolución está pariendo.
El boxeador
El niño
lanzaba golpes al aire con estilo de gran boxeador. Su imaginación
volaba. Narraba su propia pelea. La interrumpía de vez en cuando y
abrazaba a su madre con cariño mientras le decía: “Déjame boxear mamá”.
La madre retorcía la boca y hacía figurilla con los labios, miraba a su
alrededor y luego se dirigía a su niño con voz firme “Anderson, chico,
te he dicho que no, quieres volverte loco, no ves que todos los
boxeadores terminan locos”. El tema se convirtió en foro de discusión en
plena cola del CLAP. Los participantes estaban divididos al respecto.
El niño volvía a su pelea imaginaria mientras narraba sus hazañas con la
pericia de un locutor profesional. Cuando sonó la campana, volvió a
abrazar a su madre, se guindó de ella y lanzó su mejor argumento, un
golpe bajo que humedeció con lágrimas la mirada de aquella mujer y casi
doblegó su voluntad maternal: “Mamá, mira que en la escuela de boxeo me
van a dar comida”. Se hizo silencio. Se acabó el foro sobre los efectos
del boxeo y se inició otro sobre el hambre que padecemos, que
inmediatamente alguien cortó diciendo “este no es el espacio para hablar
del hambre, no nos vayan a dejar sin la bolsa”.
Ante la
pregunta de su hijo, la mujer se secó las lágrimas. Unos la miraban,
otros se hacían los desentendidos, pero todos de distintas maneras se
solidarizaron con ella. La mujer respiró profundo, tomó fuerza interior y
respondió: “Anderson, no, no y no, prefiero mendigar, no quiero que
termines loco a punta de golpes”. Un mes después me encontré a Julia en
la calle, nos saludamos y le pregunté por Anderson; con la mirada
extraviada me respondió: “Está en la escuela de boxeo”. Se sentía
derrotada. Ante el hambre tuvo que ceder a sus convicciones. Anderson
ahora intercambia golpes por comida.
¡Ay Padre, qué puedo hacer!
Aquella
tarde llegué a casa de María. “Está acostada, no se ha podido levantar,
me dijo que está enferma, que le duele mucho la cabeza”, me comentó su
hija. Cuando me iba, de repente escuché la voz de María que emergía del
cuartico del rancho: “Padre, es usted, ya voy, ya voy, espere”. Estaba
deprimida. No tenía fuerza de voluntad. Se levantó como pudo y me
atendió. Le pidió a sus hijos que fueran a jugar, necesitaba desahogarse
y no quería que sus hijos la vieran llorando. “Padre, prefiero que
piensen que tengo fiebre o gripe a que sepan que estoy deprimida, no
puedo desplomarme, ellos me necesitan de pie”. Rompió a llorar, yo
callé. Hice presencia con mi silencio. A los pocos minutos relató la
vivencia del día anterior que aún no terminaba de procesar
interiormente. “Sabe padre, ayer pedí permiso en el trabajo para poder
ir a comprar, nos fuimos de aquí de la zona un grupo, salimos de
madrugada, pasamos todo el día en la cola y pudimos finalmente comprar
algo. Nos esperamos para venirnos juntas; cuando veníamos en la
camioneta, a la altura del sector Los Mangos, se montaron unos jóvenes
armados, y nos gritaron con fuerza: ꞌNo queremos dinero, el dinero se lo
pueden meter por el culo, queremos las bolsas de comidaꞌ. Imagínese,
todo el día perdido padre, llegué a la casa sin nada. ¡Ay, padre! esto
es demasiado fuerte, no tengo fuerzas; por eso le dije a mis hijos que
estaba enferma, pero lo que estoy es deprimida. No tengo fuerzas para
enfrentar sola esta situación, ¿qué puedo hacer, padre? ¿qué puedo
hacer?”. María es madre soltera, tiene cinco hijos que hasta ahora había
levantado con aplomo y dignidad.
¿Dios nos escucha, padre?
Ana es una
joven de 18 años, en condición de discapacidad mental, huérfana, en
situación de pobreza crítica y alta vulnerabilidad. Es asidua a las
reuniones de la comunidad cristiana. Muy religiosa. Una noche, después
de haber leído y comentado el pasaje del evangelio, en el momento de las
peticiones, su petición conmovió a los presentes: “Yo le pido a Dios
que no nos acostemos con hambre, sin comer, yo sé que mi Diosito me va a
oír, ¿verdad padre?”. Se hizo un silencio profundo, reverencial. Se
escucharon respiraciones entrecortadas por el llanto silencioso. Yo hice
silencio. Ana clavó su mirada limpia en mí y volvió a preguntarme:
“¿Dios nos escucha, padre? Si rezamos mucho a Dios para no pasar hambre
¿Dios nos escucha, padre?”. Su pregunta fue como un puñal al corazón. En
silencio me encomendé a Dios pidiendo sabiduría y fe. La miré a los
ojos, ella sonrió con confianza, los presentes aguardaban mi respuesta.
“Sí, Dios te escuchará Ana, Dios moverá a mucha gente para ayudar a
quienes como tú se acuestan sin comer. Sí, sigue rezando que Dios te va a
escuchar”.
Un nuevo dilema
A muchas
madres cabeza de hogar se les está presentando un nuevo dilema. Enviar a
sus hijos a la escuela para que estudien o pedirle que les acompañen a
hacer la cola del número mientras ellas trabajan o atienden otros
asuntos imprescindibles para el funcionamiento de la familia como salud,
crianza de los otros niños, etcétera. Los sacrificados están siendo los
hijos mayores. La madre comparte la carga con la hija o el hijo mayor
quien por esta razón se ausenta de la rutina escolar. En las escuelas de
la parte alta de La Vega, entre las escuelas que conforman la red
educativa San Alberto Hurtado, en el año académico 2015-2016 se observó
un comportamiento muy irregular en la asistencia a clase de niños con
este perfil. Hasta el momento no se puede hablar de deserción escolar,
sino de ritmo irregular de asistencia a clases. Sin embargo, estamos
preocupados porque en el trimestre julio-septiembre, si bien se ha
notado menos escasez por la presencia de productos colombianos, la
inflación y la consecuente pérdida del poder adquisitivo del bolívar ha
profundizado el hambre de nuestra gente, haciendo cada vez más necesaria
la búsqueda de productos regulados. Si la tendencia se profundiza,
tememos que se pase de la irregularidad a la definitiva deserción por
hambre.
La apuesta por la solidaridad
Gracias a
Dios en medio de esta situación de muerte que vivimos, Dios habla al
corazón humano de distintas maneras, activando redes de solidaridad y de
resistencia que generan espacios de vida. Sí, Ana, Dios nos escucha, y
habla a través de la solidaridad para que no te vayas a la cama sin
comer, para que los Anderson no intercambien golpes por comida, para que
las señoras María no se depriman ante la carga que supone criar a sus
hijos, y para que el dilema de nuestras madres en el barrio no sea si
enviar a sus hijos a la escuela o enviarlos a hacer la cola.
En el mes
de mayo los miembros de la Red Educativa San Alberto Hurtado, en la
parte alta de La Vega, comenzamos en nuestras reuniones ordinarias a
orar y pensar cómo enfrentar la situación de hambre de nuestros niños y
adolescentes. Las escuelas Canaima y Luis María Olaso cuentan cada una
con un comedor que históricamente ha sido apoyado por la empresa
privada. Pero estos comedores se han visto afectados porque la política
gubernamental de expropiación y estrangulamiento hacia la empresa
privada ha hecho que esta reduzca la ayuda de insumos alimenticios. Y la
ayuda monetaria, aunque se ha mantenido, no ha aumentado y la inflación
se la ha tragado. Ante la crisis nos activamos. El Grupo “Qué Hacer”,
una red de reflexión económica, abrió un espacio llamado “resuelve” para
apoyar la alimentación en las escuelas de la parte alta de La Vega. La
generosidad no se hizo esperar y pudimos apoyar con un subsidio
complementario al comedor de La escuela Canaima (AVEC) que atiende
alrededor de setecientos beneficiarios diarios y, de igual manera, se
apoyó al comedor de la Luis María Olaso de Fe y Alegría que atiende 160
niños en situación crítica. Por su parte, en el caso del Colegio Andy
Aparicio de Fe y Alegría, en sus dos núcleos, se ofrecieron diariamente a
través de la cantina 150 desayunos a niños que solo hacen una o ninguna
comida diaria. Esta respuesta rápida se dio durante los meses de junio y
julio.
Durante el
mes de agosto y septiembre hicimos alianza con el programa “Alimenta la
solidaridad” que coordina Roberto Patiño y, gracias a esta alianza,
pudimos ofrecer 150 almuerzos diarios a niños, niñas y adolescentes en
situación de extrema pobreza. Los almuerzos se brindaron a través de la
pastoral social de la parroquia católica San Alberto Hurtado, en la
cantina del Colegio Andy Aparicio de Fe y Alegría, en las Casitas de La
Vega.
También,
en España, personas particulares se han activado para apoyar con
pequeñas contribuciones nuestra iniciativa y para el mes de octubre,
noviembre y diciembre seguiremos ofreciendo, gracias a este apoyo,
desayunos a los niños en situación crítica.
Según
Venebarómetro el 75,8 % de los venezolanos considera necesario y urgente
la ayuda internacional en alimentos y medicinas, pero el Gobierno se ha
negado a reconocer la crisis y en consecuencia ha impedido
sistemáticamente la apertura de un corredor humanitario para que las
iglesias y otras organizaciones interesadas puedan cumplir con su misión
de responder al desafío del hambre. Sin embargo, cabe destacar que
gracias a la solidaridad ciudadana y a la buena voluntad de muchos
cristianos comprometidos con los destinos del país, se ha hecho posible
poner el pan en la mesa de muchos niños en situación de pobreza crítica.
Pero el desafío es muy grande, el hambre es estructural. La solidaridad
es necesaria, pero subsidiaria. No basta con atender las consecuencias,
es urgente un cambio estructural. Según Venebarómetro el 91,9 %
considera que el país va mal, por tanto, no basta con dar el pan; es
necesario el referendo revocatorio como una vía constitucional y
pacífica de la ciudadanía para abrir el juego político, de modo que se
concrete el dialogo, la negociación y la concertación para tomar las
decisiones que creen las condiciones objetivas para reactivar el aparato
productivo. Sin productividad nacional se agudizará el hambre.