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Tal fue la importancia de estos caballos que,
desde entonces, Argentina celebra cada 20 de septiembre el Día Nacional del
Caballo, un animal del que la nación austral puede presumir de tener algunos de
los mejores ejemplares.
El caballo ha acompañado al hombre desde los
confines del tiempo. Según los historiadores, el hombre comenzó a adiestrar
caballos en el 3.600 a.C, en la zona de Kazajistán. Desde la jornada laboral a
los momentos recreativos, este noble animal ha evolucionado a la par que la
raza humana, adaptándose a sus necesidades y mejorando su fisionomía. Muchas
son las historias que narran las grandes hazañas de este animal. Sin embargo,
si hay una que merezca la pena reseñar es la del aventurero Aimé Tschiffely,
que logró recorrer la distancia que separa Buenos Aires de Nueva York a lomo de
sus dos caballos: Gato y Mancha, dos ejemplares criollos argentinos. Tal fue la
importancia de estos caballos que, desde entonces, Argentina celebra cada 20 de
septiembre el Día Nacional del Caballo, un animal del que la nación austral
puede presumir de tener algunos de los mejores ejemplares. La gesta del
profesor, escritor y aventurero suizo comenzó a finales de 1800, cuando
Tschiffely decidió abandonar el Viejo Continente y emprender un viaje a
Argentina, donde llegó con el fin de impartir clases en varias instituciones
educativas. Durante su estancia en la nación austral, el suizo disfrutaba de
realizar cabalgatas en las Pampas. No fue hasta 1925, cuando tenía 30 años,
cuando finalmente decidió emprender el viaje más importante de su vida:
recorrería la distancia que separa Buenos Aires de Nueva York a caballo. Muchos
fueron los que tildaron a Tschiffely de "loco" y los que consideraron
que su plan era "totalmente absurdo", sin embargo, esto no frenó sus
ganas de emprender el viaje, una aventura que narraría en el libro 'El paseo de
Tschiffely' ('The Ride'), en 1930 y donde explica cómo los dos caballos
criollos le ayudaron en su camino. El
plan del aventurero consistía en recorrer el camino entre las dos ciudades
utilizando solo dos caballos. Para ello, escogió a Gato y Mancha, dos
ejemplares criollos que, según la leyenda, descendían de los que trajo consigo
el conquistador español Pedro de Mendoza en 1535. Eran descendientes de los
mejores caballos de Europa y habían vivido de manera salvaje hasta que fueron
capturados y domesticados de nuevo, por lo que tenían un fuerte carácter,
aunque también destacaban por su fuerza, inteligencia y resistencia. Cuando
comenzaron el viaje, los caballos, que llegaron a las manos del suizo gracias a
la intervención de un veterinario, tenían 15 y 16 años, su carácter era más
bien poco amigable, ya que habían crecido en la Patagonia, donde se habían
acostumbrado a vivir en condiciones hostiles. Su domesticación supuso todo un
reto. "Había una gran diferencia entre sus personalidades: Mancha era un
excelente perro guardián, pero Gato era un caballo de un carácter muy distinto,
fue domado con mayor rapidez (...) Mancha dominaba totalmente a Gato",
explicaba Tschiffely en uno de sus escritos. "Mis dos caballos me querían
tanto que nunca debí atarlos, y hasta cuando dormía en alguna choza solitaria,
sencillamente los dejaba sueltos, seguro de que nunca se alejarían más de
algunos metros y de que me aguardarían en la puerta a la mañana siguiente,
cuando me saludaban con un cordial relincho", continuaba el suizo.
UNA LARGA
TRAVESÍA
El viaje
de los tres compañeros partió del local de la Sociedad Rural Argentina el 24 de
abril de 1925. En total, Tschiffely recorrió junto a sus caballos 21.000
kilómetros, alcanzando el récord mundial de distancia y también de altura,
después de que cruzaran el paso El Cóndor (en Bolivia). En total, llevaron a
cabo 504 etapas, cada una de 46,2 kilómetros. Al aventurero no le preocupaba la
fortaleza de sus caballos. En general, el jinete se enfrentó a muy pocos
caminos y cuando los había, se encontraban en muy mal estado. Además, durante
su viaje cruzaron la Cordillera de los Andes, una de las etapas más difíciles a
la que se tuvieron que enfrentar, por la gran elevación del terreno y por la
temperatura, que descendía cerca de una veintena de grados bajo cero. En total,
el suizo y su caballo Mancha --Gato tuvo que quedarse en Ciudad de México tras
ser lastimado por una mula-- necesitaron tres años, cuatro meses y seis días
para alcanzar su destino. La mayor parte de los diarios internacionales se
hicieron eco de la noticia. "Logró la hazaña: al llegar a la Quinta
Avenida de Nueva York llevaba en los cascos de su caballo criollo el polvo de
veinte naciones atravesadas de punta a punta, en un trayecto más largo y rudo
que el de ningún conquistador, y sobre su pecho, en moño blanco y celeste, bien
ganados como una condecoración, los colores argentinos", señalaba uno de
los periódicos locales.
EL REGRESO
A ARGENTINA
Mancha y Gato volvieron a Buenos Aires el 20
de diciembre de 1928. Aunque el suizo pasó muchos años sin ver a sus dos
compañeros, acudía a visitarles cuando podía y los caballos, iban raudos a su
encuentro. Los dos ejemplares criollos murieron en 1944 y 1947, con 36 y 40
años de edad. En la actualidad, se encuentra embalsamados en el Museo de
Transportes, en la ciudad de Luján. Entre tanto, Aimé Tschiffely siguió
viajando por la Patagonia y por Europa, aunque siempre regresando a Argentina,
que se había convertido en su segunda casa. El aventurero falleció en 1954,
aunque su último viaje lo haría en 1998, cuando sus cenizas fueron trasladadas
al campo se su amigo Emilio Solanet --el veterinario que le había entregado a
Gato y Mancha-- en Buenos Aires. El día en que ambos caballos entraron en Nueva
York se ha convertido en todo un hito de la hípica y de la aventura en general
y por ese motivo, desde entonces, cada 20 de septiembre se celebra el Día
Nacional del Caballo en Argentina.