por PolitiKa UCAB
José Bucete
En los últimos años, América Latina se ha
convertido en el epicentro de una verdadera y gran revolución social.
Protestas por doquier, el sentimiento de que no se ha avanzado,
prosperado o progresado al ritmo que exigen los pueblos.
Todo este movimiento continental trae a
la memoria la famosa “primavera árabe”, que en su momento colocó en el
ojo del huracán a todos los países del oriente medio, producto de la
decisión de sus pueblos soltar las cadenas y yugos que los mantenían
atados y no les permitían prosperar, pero que, aun peor, los alejaban
cada vez más de las sociedades modernas y civilizadas que se iban
alzando en la mayoría de esos países.(...)
¿Quién
pudo prever que un país tan pequeño y que parecía tener poca influencia
en la región como lo fue Túnez, podía encender una chispa que
rápidamente se convirtió en una gran llamarada social que demandaba mas
acciones de parte de sus líderes para resolver los principales problemas
que sufrían las sociedades, donde se exigían mas libertades personales y
mayores límites a la democracia, pero por sobretodo: un mejor
democracia? Parecía que esas sociedades, después de experimentar
diversos tipos de liderazgos y de sistemas políticos, habían llegado a
la conclusión de que las autocracias, concentraciones de competencias y
poder, los muchos privilegios para unos pocos y penurias para la inmensa
mayoría, eran el detonante de esas masivas protestas.
En gran parte de estos países que
decidieron alzar su voz, exigir a sus gobiernos más y mejores
condiciones de vida, y nuevos gobernantes, unidos lo lograron; pasó lo
impensable: dejaron a un lado diferencias religiosas y se unieron en
torno a lo otrora mencionado; todo parece que cada pueblo
latinoamericano va enrumbado por el mismo camino.
Los cambios políticos son como las
mujeres en proceso de parto. El dolor agudo, parece que 9 meses se
convierten en años, mientras más tiempo pasa, más se acentúan las
molestias, y ni hablar de cuando cada madre está en proceso ya de parto,
pero ya saber el hermoso resultado trae consigo la convicción de que el
esfuerzo valdrá la pena.
El primero en dar el paso fue un país
pequeño, pobre como Guatemala, quienes cansados de la corrupción
imperante decidieron ejercer presión social sobre sus instituciones
(congreso), y estos ejercer el papel de control sobre la función pública
y ya sabemos cuál fue el resultado.
Honduras también, hace algunos años,
decidió ejercer presión sobre su mal gobierno y el pueblo hondureño, que
muy probablemente no tenga todos sus problemas resueltos, consiguió una
vía para, unidos, sacar a su país adelante con un gobierno que responda
a las demandas sociales.
Más adelante tenemos a un grande del
continente: Argentina quienes, cansados de una especie de dinastía
familiar, cansados del abuso de poder, del mal manejo de los dineros
públicos, la corrupción anómala y ausencia de controles, decidieron dar
paso al cambio de gobierno, por la vía más cívica que conocemos:
elecciones. Lo peculiar es que este país siempre tendente a la
izquierda, decidió por primera vez dar un giro más “diestro”, y unidos,
deponiendo diferencias y pensando en el país buscaron una fórmula que
les permita avanzar del estancamiento que sufren.
También tenemos al gigante del sur, a una
de las economías más potentes del hemisferio, el coloso brasileño, que
cansados de vivir en la utopía que ofrecía la izquierda brasileña, están
volcados en las calles, casi a diario, con manifestaciones masivas
exigiendo de inmediato un cambio de gobierno, empezando por la renuncia
de la presidenta Dilma Rouseff. Hace un par de años, ¿Quién podría
imaginar que el famoso “milagro Lula” se les descubriría tan pronto la
pata de barro de ese gigante? ¿Quién podría imaginar que todos esos
logros que se exhibieron desde el Brasil más profundo, hasta cualquier
rincón del mundo sería parte de un maquillaje que no llenó las
expectativas de los brasileños? Sin duda alguna, Brasil creció, prosperó
y sacó a millones de la pobreza. Entonces, ¿Qué pasó?.
Un caso un tanto parecido, pero mas
tétrico es el nuestro. El caso venezolano dibuja a una sociedad a la que
también le vendieron las utopías del socialismo, las bondades de un
sistema que lo único que pretendía era mantener el control absoluto del
poder, guardando algunas pocas formas de la democracia tradicional:
elecciones. Venezuela logró sacar a unos cuantos millones de la pobreza
extrema, a través de dádivas, pero el socialismo del siglo XXI es tan
utópico, que a los que únicos que pudo mantener fuera del umbral de la
pobreza fue los que se enchufaron en grandes negocios alrededor del
gobierno que botaba y despilfarraba sin control ni vergüenza el dinero
de todos los venezolanos, mientras que al resto de los ciudadanos el
socialismo del siglo XXI les volvió a comprar un pasaje de retorno a la
pobreza, ahora convertida en miseria. Brasil y Venezuela comparten
elementos comunes de este período político deleznable: delincuencia,
desmejora en la calidad de vida, desmejora en los servicios públicos, la
soberbia gubernamental, inflación y por supuesto, la metástasis de este
cáncer: corrupción.
Todo cambio lleva tiempo, esfuerzo y
sacrificios, pero debemos mantenernos seguros de que juntos podemos
lograr ver la mejor Venezuela. Hoy quiero invitarlos a todos los que me
regalan unos minutos de su tiempo para leer estas líneas, a que no nos
dejemos invadir por la inacción y por el pensamiento negativo. El decir
“nada está pasando” es precisamente menospreciar nuestras propias
capacidades como sociedad.
Recuerden
a las heroicas madres, que sabiendo ya el resultado aguantan el dolor y
sacrificio de ser usadas por Dios para dar vida a este mundo. Eso les
reconforta y llena de alegría para pasar por el trago amargo. Así como
Cristo, quien sabía que iba a ser torturado y humillado por todos, pero
tenía la vista puesta al frente, en el horizonte, en la recompensa de
cumplir su cometido y regalar vida eterna. Hacia allá debemos mirar,
este país vale la pena, es el mejor del mundo. ¡Vamos que sí se puede!
¡Dios bendiga a Venezuela!