SOPHIE BESSIS ES EXPERTA DEL INSTITUTO DE RELACIONES INTERNACIONALES Y ESTRATEGICAS
La historiadora tunecina analiza el conflicto en Siria y el papel que desempeñan los países de Occidente y del Golfo Pérsico en esta crisis que deja cientos de víctimas bajo las bombas, los atentados terroristas y la represión.
Por Eduardo Febbro / Pagina 12
Desde París
El conflicto en los países de Medio Oriente ha rebasado de una vez
sus fronteras. Las injerencias occidentales destructoras, sus
intervenciones armadas, la cadena inimaginable de burradas cometidas en
la región por los supuestos estrategas de Occidente, la expansión del
conflicto entre chiítas y sunnitas (entre los países del Golfo Pérsico e
Irán), el doble rostro de las monarquías del Golfo Pérsico y las
confrontaciones inherentes al conflicto entre las grandes potencias
–Estados Unidos, Rusia, Unión Europea– han desatado un incontenible
conflicto que dejó cientos y cientos de miles de muertos en la región y,
en lo que va del año, se introdujo varias veces en el corazón de
Occidente: las huellas más sangrientas están en Siria, Irak y Francia,
donde los atentados de enero de 2015 contra el semanario francés Charlie
Hebdo y el supermercado judío del este de París, y, ahora, en
noviembre, la matanza perpetrada en París por un comando que respondía
al Estado Islámico, dejaron un saldo de más de 150 muertos y cientos de
heridos. Esta catástrofe polifónica es el resultado del intervencionismo
militarista de las potencias (...) Occidentales cuyas estrategias y alianzas
regionales no hicieron sino propulsar el surgimiento de fundamentalismos
religiosos cada vez más devastadores. La historiadora Sophie Bessis ha
desarrollado una obra rigurosa en torno a estos múltiples focos de
horror que desestabilizan a Medio Oriente. Tunecina de nacimiento,
investigadora en el IRIS de París (Instituto de Relaciones
Internacionales y Estratégicas) Bessis ha sabido sin embargo ir más
lejos en sus análisis. Publicado por Alianza Editorial en 2002, su libro
Occidente y los otros: historia de una doble supremacía, había trazado
un singular perspectiva sobre la arrogancia occidental y ese control del
mundo que lo lleva a creer que esa supervisión es parte de su
identidad. En el último libro publicado, El doble camino sin salida, lo
universal ante la prueba de los fundamentalismos religiosos y
mercantiles (La double impasse. L’universel à l’épreuve des
fondamentalismes religieux et marchand, Paris, éd. La Découverte, 2014),
la historiadora tunecina ponía en relación la influencia mutua que
ejercen el radicalismo islamista y el hiper liberalismo tal y como se
practican en Occidente y las petromonarquías.
En esta entrevista exclusiva realizada en París, Sophie Bessis
analiza la guerra en Siria, los orígenes y las responsabilidades de la
catástrofe en Medio Oriente, el conflicto interno entre chiítas y
sunnitas y el papel que desempeñan los países de occidente y los del
Golfo Pérsico en esta crisis que corroe el corazón del sistema
internacional y deja cientos de miles de victimas bajo las bombas, los
atentados terroristas y la represión.
–Los atentados de París marcan un nuevo hito, tanto en el
horror como en el señalamiento de la responsabilidad occidental en esta
crisis. Al mismo tiempo le sacan la máscara al origen de este problema,
que es, en gran parte, el pacto entre las petromonarquías del Golfo
Pérsico y Occidente.
–Los últimos acontecimientos trágicos que golpearon a Francia nos
conducen a reflexionar todavía más sobre los efectos catastróficos que
pueden tener la convergencia de estos dos fundamentalismos, el
liberalismo y el fundamentalismo religioso. Sabemos muy bien que ciertas
monarquías del Golfo Pérsico son las ideólogas y los propagadoras del
fundamentalismo clanista. Hay pruebas irrefutables. Si no, basta con ver
cómo es un país como Arabia Saudita y cuál es su ideología. Desde el
primer colapso petrolero de 1973, los países del Golfo acumularon una
inmensa fortuna gracias a la adicción de las economías occidentales con
respecto al petróleo. Esta adicción y el dinero que va con ella le
permitió a los países del golfo globalizar lo que podría llamarse un
nuevo Islam, una nueva versión del Islam que se tradujo en movimientos
islamistas cada vez más violentos y extremistas. Ahora bien, estos
países son los aliados más cercanos de los grandes Estados democráticos
de Occidente, los defensores de la libertad y los derechos humanos.
Estas monarquías del Golfo se encuentran entre los países más ricos del
planeta, pero los grandes países occidentales pasan por encima de sus
propios valores para venderles armas, aliarse con ellos, comprarles
petróleo. No quiero decir que debemos ser completamente idealistas y no
tomar en cuenta la realidad. Pero en fin, entre tomar en cuenta la
realidad y hacer de Arabia Saudita y Qatar sus aliados más cercanos hay
un margen. Y mientras haya un abismo tan grande entre el discurso y la
realidad veremos que esos dos fundamentalismos seguirán siendo
complementarios. La ideología wahabista de Arabia Saudita es la más
sectaria, la más oscurantista de todas las formas y lecturas del Islam.
No hay que confundir Islam e islamismo. Incluso si hay pasarelas entre
una y otra, está la religión y luego la política. Pero esos movimientos
políticos que reivindican el Islam lo hacen identificándose con esa
versión regresiva del mismo.
–¿Cuál el proceso que conduce a esta radicalización?
–Hay muchas causas, pero distinguiré dos. La primera y dentro del
contexto internacional es evidente que todas las acciones occidentales
llevadas a cabo en Medio Oriente desde el 11 de septiembre 2001 forman
parte del problema y no de la solución. Esas acciones exacerbaron,
desestructuraron y destruyeron Medio Oriente como nunca antes había
ocurrido. La invasión de Irak en 2003 por parte de Estados Unidos es una
de las matrices del extremismo jihadista armado. Estados Unidos
destruyó un Estado. Ciertamente era una dictadura, Saddam Hussein era un
dictador sangriento que mató a decenas de miles de personas. Pero la
invasión norteamericana mató a cientos de miles de personas, acá
hablamos de otra escala. Esa invasión de 2003 hizo explotar un Estado,
no dejó ninguna base. Si se miran las intervenciones occidentales de los
últimos años en la región, estas hicieron explotar los Estados sin
garantizar la estabilidad después. Pienso en Libia, por ejemplo.
Convencidos de su hiperpotencia los Estados occidentales hicieron
cualquier cosa. Actuaron con un simplismo político que se aparenta al
cretinismo. En Irak, como Saddam Hussein era sunnita, lo mataron a él y
le entregaron el poder a los chiítas. Ahí hay una prueba del simplismo
político de Occidente. Además, al darles el poder a los chiítas se le
entrega Irak a su peor enemigo, que es Irán. Después ponen a la cabeza
de Irak a un fundamentalista chiíta, Nouri Kamal al Maliki, el cual
emprenderá la peor de las represiones contra la minoría sunnita. Y esa
minoría, incluso si no era particularmente extremista, se unirá al
Estado Islámico con la idea de que únicamente éste los protege. El
Estado Islámico no sería lo que es hoy si no estuviese detrás toda esta
situación. La segunda razón cabe en una pregunta que conecta el
fundamentalismo religioso con el fundamentalismo mercantil: ¿por qué las
tres cuartas partes de esos jóvenes que van a matar cientos de personas
provienen de los suburbios de las grandes ciudades europeas, de los
cuales entre 30 a 40 por ciento son convertidos, es decir, que ni
siquiera provienen del mundo árabe? ¿Por qué? Porque el mundo en el cual
vivimos es un mundo vacío de sentidos, carente de propuestas. El
fundamentalismo mercantil provocó un vaciamiento del sentido. Una idea
colectiva no puede resumirse al horizonte del consumo. Encima, ponen ese
horizonte del consumo sin dar los medios para consumir. La variable
principal de ajuste de la versión actual del capitalismo es el trabajo,
el desempleo. Cuando se unen estos dos factores la bomba explota. La
extraordinaria perversidad de esos movimientos religiosos consiste en
hacerle creer a esa juventud sin rumbo que le transmiten un sentido y un
horizonte de esperanzas.
–¿Qué lugar ocupa en este conflicto la propia confrontación interna entre chiítas y sunnitas?
–La división entre chiítas y sunnitas remonta a la muerte del profeta Mahoma, pero nunca fue un problema geopolítico como hoy.
–Pero se ha convertido en una de las esencias del conflicto.
–Sí, actualmente es un problema geopolítico pero es un pretexto
dentro de la lucha de poderes. La revolución iraní ejerció un enorme
poder de atracción en las masas musulmanas pobres. A partir de allí,
Arabia Saudita quiso construirse otro polo de atracción y empezó a
financiar, a capacitar y a armar el fundamentalismo sunnita. Pero no
estamos asistiendo a querellas teológicas, o querellas dinásticas.
Estamos ante conflictos políticos y este conflicto interno entre
sunnitas y chiítas le conviene a mucha gente. Mire, otro ejemplo: hoy,
Arabia Saudita está arrasando Yemen. En este país, los zaiditas nunca se
consideraron chiítas, pero se volvieron chiítas desde que Irán los
financia. Es un chismo político reciente. Pero en los años 70, Arabia
Saudita financiaba al zaidismo. En suma, Arabia Saudita fue aliada de
los zaiditas y hoy los bombardea con el pretexto de que son chiítas. No
niego la existencia del conflicto entre chiítas y sunnitas en la
historia el Islam, pero hoy asistimos a una instrumentalización política
de este conflicto.
–¿Usted coincide con ciertos análisis según los cuales hay
una clara intención de provocar el famoso conflicto entre
civilizaciones, entre religiones?
–Hay dos grupos que necesitan llegar a ese punto: los extremistas
islamistas y las extremas derechas occidentales. Ambos necesitan un
conflicto entre las civilizaciones, entre las culturas, entre las
religiones. Los extremistas islamistas necesitan el conflicto para decir
“ellos son nuestros enemigos hereditarios hay que matarlos a todos”. Y a
las extremas derechas occidentales les hace falta ese conflicto para
decir: “miren, nuestros enemigos de hoy no son los grupos extremistas
sino los musulmanes como globalidad”. En la actualidad, los democráticos
del mundo árabe tienen mucho trabajo por hacer, pero nadie les presta
atención y se olvidan de que existen. Cuentan con muy pocas divisiones.
El Occidente tiene a su vez un doble combate por delante: un combate
contra el extremismo que mató en París a 130 personas y que, me temo,
seguirá provocando daños en los próximos meses y años. Y también otro
combate contra las extremas derechas. Esos dos extremos quieren llegar a
una situación de odio contra odio. Los demócratas tienen que evitar que
se llegue a esto.
–Siria, ahora ¿por dónde se introdujo la fractura que condujo a este desastre político, geopolítico y humanitario?
–En marzo de 2011, cuando empezó la Primavera Arabe con el
levantamiento de Túnez, seguido por la sublevación de la Plaza Tahrir
(Egipto), luego el de Bahréin, el de Bengazi, también se reveló la
ciudad siria de Deraa. Lo hizo con el grito de justicia, libertad,
dignidad y exigiendo lo mínimo que un pueblo puede pedir. Basta de
esencializar a los árabes diciendo que no tienen las mismas neuronas que
los demás. Los sirios, como los demás, estaban hartos de 50 años de una
dictadura sangrienta y espantosa. Pero la represión fue salvaje, de una
violencia horrible, lo que no es sorprendente de parte del hijo de
Hafez al Assad. Lamentablemente, varios movimientos, varios países
vecinos, se dijeron que la única solución era armar la revuelta. La
fractura está ahí, cuando se pretendió armar la sublevación. Hoy tenemos
más de 300 mil muertos. Ceder a las sirenas de la militarización de la
revuelta fue un error grave. Luego, tampoco hubo unidad de la oposición
siria ante la dictadura de Bashar al Assad. Al fin, gracias a los países
vecinos, en particular a las monarquías del golfo, Siria se volvió el
terreno de la guerra de todos. En Siria, hoy asistimos a una guerra
mundial. Están todos: los norteamericanos, los europeos, los rusos, los
iraníes, el Hezbollah, los sauditas. En suma, todos están ahí y todos
bombardean Siria. En la última etapa tenemos a Rusia, que se introdujo
en el juego de forma magistral respaldando una de las peores dictaduras
que haya conocido el Medio Oriente en su historia moderna. Y esto no hay
que olvidarlo: la dictadura de Assad es una de las más sangrientas de
Medio Oriente. Si se olvida esto, nos olvidamos de los muertos, pero los
muertos no pueden olvidase.
–¿No hay salida racional entonces?
–Lo que podría ocurrir es que las potencias se pongan de acuerdo
para que todo quede igual, menos el Estado Islámico, desde luego. Se
pondrán de acuerdo para eliminarlo. Es posible. Así se llegará de nuevo a
la explosión de Medio Oriente. No estoy segura de que sea la solución.
Estamos en un período de desintegración total de la región y no se cómo
se recompondrá.
efebbro@pagina12.com.ar