BBC Mundo
Raquel de Oliveira mira directo a los ojos y dispara palabras como si fueran balas: "La primera vez que maté tenía 15 años".
Raquel de Oliveira mira directo a los ojos y dispara palabras como si fueran balas: "La primera vez que maté tenía 15 años".
Recuerda que llevaba una entrega
importante de marihuana a un comprador. Fue él quien marcó el punto de
encuentro en Rocinha, la mayor favela de Río de Janeiro y de todo Brasil.
Subieron a un apartamento por las
escaleras. El dinero estaba ahí, a la vista. El hombre, proveniente de Sao
Paulo, trancó la puerta y guardó la llave en el bolsillo. La invitó a fumar, un
porro tras otro.
"Quería dejarme tonta y abusar de
mí", sostiene.
Pero Oliveira se drogaba desde los seis años con cola de zapatero y
marihuana, y en Rocinha era conocida por su capacidad de fumar hierba sin
perder el conocimiento.
"Se me vino encima y yo no estaba
tonta", dice.
Relata que la cuchilla que la salvó
estaba sobre una mesa antigua, junto a varios objetos. "Lo dejé ahí, muerto".
Su "padrino" era un jefe del
juego clandestino y cuando la vio regresar con el dinero y la droga, vistiendo
una camisa ajena, intuyó lo que había pasado. Y se enojó con ella.
Mandó a uno de sus hombres a vigilar la
entrada del lugar del crimen, para descubrir si alguien había visto algo. Y
ella debía llevarle la comida, como castigo.
El cadáver fue hallado tres días
después, por el olor de su descomposición. Otro
homicidio sin aclarar en Río.
Oliveira niega haber sentido
remordimiento alguno.
"Nada, porque fue la misma cosa de siempre: alguien queriendo abusar de mí",
explica en una entrevista con BBC Mundo. "Yo
todavía era virgen".
* * *
Oliveira tiene ahora 54 años y es
escritora.
Logró encaminar su vida tras salir del
mundo del hampa y lleva una década en
tratamiento contra la adicción a la cocaína.
"Mi dependencia era muy cruel. Iba
a tomar una cerveza y me quedaba tres días en la calle. Volvía del trabajo y ni
conseguía llegar a casa. A veces tenía que mandarle un recado a uno de mis
chicos para que bajase y tomase el dinero conmigo, porque si no acababa con
todo", recuerda.
Trabajó de camarera en un hotel, en
restaurantes de Copacabana, en una inmobiliaria como recepcionista y
secretaria.
Completó la secundaria y el año pasado obtuvo su título
universitario, en Pedagogía. También escribió poesía y cuentos.
Su más reciente libro se titula "La número uno". Es una
novela, mezcla de autobiografía y ficción. Relata su infancia y juventud, los
años en que fue la mujer de Naldo, un jefe narco de Rocinha en los 80.
Y evoca su propia carrera ascendente en
el tráfico de drogas de esa favela, tras la muerte de su gran amor.
El libro fue presentado en la Fiesta Literaria de las Periferias (Flupp),
que se celebró en los últimos días en la favela carioca de Babilonia, donde
recibió a BBC Mundo.
"La literatura me liberó y me
salvó de la locura", explica.
De ojos y cabello negro azabache,
Oliveira se muestra orgullosa de lo que ha conseguido. Cuenta que ya se agota
la primera edición. "Mi libro no es una exbandida que escribió un libro.
No, es una obra literaria", afirma.
Descarta que el relato pueda causarle
problemas con la ley, porque se aseguró de que los crímenes que relata hayan
prescrito.
"Yo nunca iría a la cárcel. Si
leíste el libro verás que tengo una bala reservada para mi cabeza",
señala. "Una cosa que nunca voy a enfrentar en mi vida es el sistema
carcelario".
* * *
La favela de Rocinha se alza imponente
en medio de los barrios más ricos de Río, algo que la convierte en un punto especial
para el crimen organizado.
Allí fue donde se crió Oliveira. Su
madre trabajaba como empleada doméstica de una familia acomodada en Copacabana
y a su padre lo describe como un
"pedófilo".
La dejaban encerrada en una barraca,
sola por varios días. A los seis años escapó por una ventana y descubrió los
tejados de Rocinha. Vio niños remontando cometas. También vio bandidos armados.
Y comenzó a drogarse.
Cuando tenía nueve años, su abuela,
adicta al juego, la vendió a quien se convertiría en su "padrino".
Entonces la volvieron a encerrar, esta vez para trabajar en un centro de
umbanda, una religión afro-brasileña.
Pero en lugar de prostituirla, como
ocurría con otras niñas, su "padrino" la adoptó como si fuese su
hija. Cuenta que a los 11 años le regaló su primera arma, una Colt .45.
"Era muy grande. Me lo ponía acá
(en la cintura, del lado trasero). Su caño pegaba allá, en mi tutú",
memora entre risas.
Las armas pasaron a estar omnipresentes
en su vida. Se volvieron una pasión para ella, que sentía poder y protección al
empuñarlas.
A Naldo, cuyo nombre completo era
Ednaldo de Souza, lo conocía desde niño. Se convirtió en su mujer cuando ella
tenía 25 años y dos hijos de un matrimonio anterior.
Image
caption Naldo junto a Oliveira: una de las pocas fotos que la escritora
conserva de su relación con el fallecido narco. (Foto cortesía de Raquel de
Oliveira)
En aquellos tiempos, la cocaína se
expandía por Brasil. Y los narcos multiplicaban sus ganancias y su poder.
Fue Naldo quien en 1988 anunció su
dominio del tráfico en Rocinha disparando al aire un fusil HK desde un techo de
la favela, mientras el anterior jefe narco era enterrado en un cementerio.
Aquella escena estremeció a Río y hoy
es considerada un momento clave del espiral armamentista que se desató entre
narcos y policías. La ciudad se bañaba en sangre.
Oliveira refleja en el libro el amor y
la admiración que llegó a sentir por Naldo. El sexo desenfrenado. La angustia
de vivir huyendo. El sufrimiento que le causó su muerte en un operativo
policial.
Cuenta que entonces comenzó a oler cada
vez más cocaína para "anestesiar" el dolor. Y rearmó puntos de venta
de drogas en Rocinha. Tuvo varios hombres a su mando.
"Era patrona", dice.
Es poco común que una mujer logre
hacerse un lugar en un ambiente despiadado y machista como el del narco. Para
eso se necesita demostrar astucia y determinación.
En aquellos tiempos el tráfico había
impuesto su propia ley en Rocinha y otras favelas cariocas, y el castigo máximo
pasó a ser la pena de muerte.
"Claro
que maté gente, era el trabajo", dice Oliveira.
"Hubo una época en que sólo trabajé resolviendo problemas".
Ni siquiera llevó la cuenta de las
víctimas.
"Fueron muchos años, tres guerras
que viví", señala.
* * *
Oliveira decidió dejar esa vida en
1997, agobiada por los días y las noches sin fin a pura coca.
No le fue fácil encontrar alguien que
ocupara su lugar en el negocio. Y mucho menos dejar de consumir. Le siguieron
años de pesadilla, en los que volvió a delinquir para sustentar el vicio.
Perdió las tres casas que Naldo le
había obsequiado, el auto, el dinero en el banco, las joyas… Todo se lo esnifó.
Las terapias y la escritura la ayudaron
a salir del fondo del pozo. Llegó a hacer cursos sobre la dependencia química y
hoy participa de encuentros de ayuda para adictos.
En plena entrevista ve pasar por la
favela a una mujer que conoció en uno de esos encuentros. La llama y comienzan
una charla íntima. Se abrazan. Hay lágrimas. "¡Para con eso,
despierta!", le implora Oliveira. "¡No tienes más tiempo!".
Después cuenta que le preocupa que su libro pueda transmitir el "mensaje
equivocado", ser visto como una suerte de apología del narco, porque
eso está lejos de su objetivo.
Describe el infierno que fue la
adicción a la cocaína para ella, pero evita referirse a su pasado criminal como
algo malo en sí.
"Lo mejor que ocurrió en mi vida
fue haber sido salvada de la prostitución", explica. "Hasta entonces vivía como una indigente".
Ahora prepara un nuevo libro, que
contará la historia de una mujer fracasada por las drogas y describirá el
ambiente de la prostitución.
Ha encontrado una nueva pareja, un
cocinero que se niega a leer su novela por celos de Naldo.
Sigue viviendo en Rocinha, donde
asegura que es "respetada hasta hoy". Pero cuenta que algunos ahí la
llaman de "reliquia". Y ríe a carcajadas.
"A
veces paro a pensar y me parece hasta que fui otra persona",
reflexiona.
Y cuando le preguntan qué habría dicho
en sus épocas de bandida si alguien le anticipaba que un día escribiría libros
y contaría sus andanzas a la prensa, piensa un instante y esboza una sonrisa.