RICHARD CASANOVA
La
degeneración cultural impuesta por el militarismo y la permanente
pérdida de identidad sustentada en el populismo y la demagogia
“revolucionaria”, no sólo está referida al arte y el espectáculo, a la
gestión de lo cultural o de los espacios destinados a tal uso. Esta
tragedia también tiene una nítida expresión en el ámbito de la cultura
ciudadana. En efecto, durante estos años se ha exacerbado la “viveza
criolla”, ha habido una sensible pérdida de valores, un marcado
deterioro del sistema educativo y un desprecio por el trabajo honesto y
productivo.(...)
El
gobierno aspira tener un país de mendigos con la mano estirada a “papá
Estado”. En este país dramáticamente empobrecido y culturalmente
castrado, el nivel de vida de la burocracia del PSUV muestra sin rubor
una opulencia que resulta francamente obscena y constituye un mensaje
inmoral que legitima el facilismo y la corrupción en la sociedad.
Mientras proclamaban que “ser rico es malo”, en la práctica reafirman la
idea de que para ser millonario, no es indispensable estudiar, ni el
trabajo tesonero sino que basta con estar enchufado. La honestidad y la
constancia no son virtudes revolucionarias, lo que realmente es
admirable en el chavismo es el servilismo y la adulancia. La
meritocracia como mecanismo de reconocimiento y superación fue devastada
por “el proceso” desde sus inicios. Sin duda, una sociedad desolada
cívica y culturalmente fue la lógica aspiración del “comandante eterno”,
quizás una consecuencia del odio y resentimiento social que albergó en
vida el insepulto.
Evidencia
del deterioro de la cultura política del venezolano es la
vulnerabilidad de nuestra sociedad a la demagogia y al populismo, lo que
explica que aún 20% de la población –que no es poca cosa- respalde al
gobierno más inepto y corrupto de la historia. Entre el militarismo y la
anti-política que subyace en el alma de este régimen fascistoide,
durante estos años se ha atentado contra la Política como servicio
público. Con una retórica “socialista”, paradójicamente han relegado lo
social a un segundo plano y la mística se ha vuelto tan escasa como la
leche, la harina o el papel tualé, para solo mencionar algunos de los
muchos artículos que brillan por su ausencia. Naturalmente, la política
sin mística y sin referencias éticas es una perversión.
Por
otra parte, el irrespeto permanente a quienes piensan distinto,
promueve también un clima de intolerancia con visos de violencia. De
pronto, uno siente que en ésta Venezuela “revolucionaria”, el abuso se
ha impuesto como norma, la impunidad campea y la injusticia amenaza con
eternizarse. Por fortuna, no es así. El 6D daremos el primer paso para
recuperar a esa Venezuela honesta y de trabajo, respetuosa y solidaria.
El cambio supone un país donde prevalezca la justicia y para eso
necesitamos un liderazgo que promueva con su ejemplo el rescate de los
valores y una cultura ciudadana signada por la responsabilidad y el
compromiso. Obvio, el desafío que nos planteamos va mucho más allá de
ganar una elección, se trata de rescatar a un país.