El poeta sirio,
exiliado en París, dice que habrá que "combatir al ISIS también con la
cultura”
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El presidente sirio Chukri al Kuwatli visitó la aldea de Al Qasabin en
1943, y un niño llamado Alí Áhmed Said Ésber, con un especial talento para la
literatura, leyó un poema. El presidente, encantado, le preguntó si podía hacer
algo por él y el menor respondió: “Mandarme a la escuela”. Aquel niño, bajo el
seudónimo de Adonis, se ha convertido en uno de los grandes poetas árabes de la historia. Se
exilió en 1956 en Líbano, país que abandonó por París en 1986 huyendo de la
guerra civil. A sus 85 años, no sólo es un inmenso poeta, sino también una de
las voces más críticas y lúcidas sobre el mundo árabe, como refleja su último
libro, un ensayo tituladoViolencia e Islam, que será editado en
España en marzo por Ariel.(...)
El viernes, la guerra
siria llegó hasta el corazón de su ciudad de adopción, con
los peores atentados terroristas que ha sufrido Francia. La entrevista tuvo
lugar el domingo por la tarde, en el café Flore, uno de los lugares míticos de
la intelectualidad europea. Estaba lleno de turistas y de parisinos, como
siempre. En uno de sus poemas en prosa escribió: “Si soy natural de Oriente, es
porque he creado mi propio Oriente. Le pertenezco en la medida en que él
también me pertenece. Este Oriente es a la vez memoria y olvido, presencia y
ausencia”. Con esa voz independiente, este eterno candidato al premio Nobel de
Literatura —aunque ha recibido galardones tan importantes como el Goethe— no
duda en ofrecer su propia visión de Oriente Próximo: “No puede haber una
revolución árabe sin una separación total y radical entre la religión y la
cultura, la sociedad y la política”.
Pregunta. ¿Cómo se sintió cuando la guerra de Siria llegó hasta el corazón de
París?
Respuesta. No me sorprendió. La vocación de Daesh [Estado Islámico, en sus siglas en
árabe] y del terrorismo es ser internacional para demostrar que están ahí, que
son fuertes.
P. ¿Por qué cree que el discurso del Estado Islámico cala tan profundamente
entre algunos jóvenes?
R. Están influyendo en las mentalidades, sin duda. Hay una memoria histórica
hacia Occidente y al mismo tiempo existe un estado psicológico, la frustración
de los árabes en todos los planos. Por eso Daesh puede influir en tanta gente.
Daesh ha logrado encontrar un espacio en la mentalidad de algunos árabes, que
viven en una atmósfera de nihilismo. Es necesario buscar las raíces de esta
influencia, combatir a Daesh también con la cultura. No se puede hacer solo con
el Ejército.
P. ¿Cree que la cultura es entonces más importante que las acciones
militares?
R. Siempre es más importante. El Ejército no puede combatir, puede eliminar,
pero no consigue mucho. No se puede vencer la violencia con más violencia, hay
que buscar otro camino.
P. Su último libro publicado en España, Zócalo, habla de las
culturas precolombinas en México, describe la violencia y la exterminación de
un pueblo. ¿Sintió la influencia de lo que ocurre en Siria al escribirlo?
R. No, es un libro sobre la conquista de México, durante la que se exterminó
una civilización. Pero es cierto que todos los monoteísmos están fundados sobre
la violencia, sobre un hermano que mata a otro, Caín mató a Abel. La violencia
está allí. Es uno de sus fundamentos.
P. ¿Existe una salida para el conflicto sirio?
R. Siempre hay que esperar que exista una salida, un pueblo siempre podrá
encontrar una salida. No podemos desesperarnos. La esperanza forma parte de la
personalidad de todos los pueblos.
P. Pero las heridas de la guerra civil en Siria parecen muy profundas porque está siendo un conflicto muy salvaje.
R. Las heridas de una guerra civil son siempre profundas y en España lo
saben muy bien. Una guerra civil es una herida en sí misma, pero sigo siendo
optimista, por los pueblos, pero pesimista en cuanto a los regímenes. Ellos no
pueden hacer nada. No hay ninguna diferencia entre los regímenes árabes, son
todos tiránicos. Sólo hay pequeñas variaciones, se trata de diferencias de
grado, no de naturaleza. Ningún régimen árabe es democrático, en nuestra
historia no conocemos la democracia. No hay derechos humanos, las mujeres se
encuentran encarceladas dentro de la ley coránica, la Sharia. Aunque es verdad
que en Túnez se han producido algunos progresos, las mujeres no existen ni
tienen su destino en sus manos. Todos los regímenes árabes son la misma cosa:
tiranías. Y lo que es más sorprendente todavía: es que sus opositores están
hechos de la misma madera. Representan la otra cara de la misma moneda. Porque
la mayoría de los opositores no tienen ningún proyecto para romper con la
religión, con las tradiciones, el confesionalismo. Se han centrado sólo en el
poder, en hacer caer un régimen encarnado por una persona. Cambiar a una
persona y reemplazarla por otra no cambia nada. Desde 1950, han cambiado muchos
regímenes pero en el fondo todo sigue igual. La política para mí forma parte de
la cultura. No puede haber una revolución árabe sin una separación total y
radical entre la religión y la cultura, la sociedad y la política.
P. ¿Cree que la clave está ahí?
R. Sin duda, sin eso no podemos hablar de revolución. Lo que ocurre en el
mundo árabe es un conflicto en torno al poder, porque en el pensamiento de los
musulmanes no hay un problema en la sociedad, el problema está en el poder. ¿Ha
leído usted alguna petición para separar la iglesia del Estado, para liberar a
las mujeres? Nunca. Es un conflicto por el poder. Pero lo esencial no es
cambiar el poder, sino la sociedad.
P. ¿Considera entonces que la primavera árabe ha sido una
ocasión perdida?
R. Desgraciadamente, sí. He escrito mucho sobre eso. Se ha acabado y se ha
convertido en un conflicto internacional. La violencia ha superado ampliamente
Siria.
P. ¿Como sirio y a la vez como parisino qué sintió el viernes por la noche?
R. Fue horrible. No eran sirios, eran mercenarios. Combate con Daesh gente
de 80 países, han degollado a personas, han metido a mujeres en jaulas y las
han vendido como si fuesen mercancía. Es espantoso. Han destruido inmensas
obras de arquitectura y de arte, han destruido y
saqueado los museos. No es una revolución, una revolución debe conservar la
historia, el arte… ¿Qué revolución destruye el zoco de Alepo, una obra
maravillosa? ¿Podría una revolución siria auténtica destruir Alepo o Palmira?
P. Usted huyó de su país en 1956 y luego tuvo que huir de nuevo de Beirut en
los ochenta por la guerra civil. ¿Qué siente cuando ve amiles de personas por
los caminos de Europa en busca de refugio?
R. Es una tragedia para mí ver a esa gente, maltratada por los europeos, que
se resisten a acogerlos. Hay que saludar a Alemania porque ha sido el
territorio más generoso, pese a que no fue uno de los países que colonizó a los
árabes. Los países que colonizaron a los árabes, Reino Unido, Francia, Bélgica
e Italia, han sido mucho menos generosos que Alemania. Eso plantea una
pregunta: ¿deberían sentir que tienen una deuda ética hacia los árabes?
P. ¿Cree, como la famosa anécdota que protagonizó, que los niños árabes
necesitan sobre todo ir a la escuela, que la cultura puede solucionar muchos de
estos problemas?
R. Eso fue en los años cuarenta, era otra cosa. Sin duda la cultura es algo que
nos falta a los árabes, pero también el trabajo. El paro es un problema
inmenso. Los problemas esenciales, el tribalismo, la confesión, los lazos
familiares, la etnia, siguen ahí. No hemos resuelto nada porque no hemos
separado la religión del Estado, estamos todavía en la Edad Media. Sólo la
fachada ha cambiado, tenemos coches, aviones, pero la cultura es tribal y
antigua y religiosa.
P. ¿Y eso también ha legado a los jóvenes árabes de los barrios periféricos
franceses?
R. Es lo mismo. La República francesa siente que no tiene nada que ver con
ellos y ellos con la República, existe un muro inmenso que los separa. ¿Cómo
destruir ese muro? No tengo una respuesta, no soy un político.