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20 octubre, 2015

El fin de la lucha de clases

ROBERTO GIUSTI |  EL UNIVERSAL

Basta con meterse en una de esas interminables colas que se forman a las puertas de los supermercados para verificar, in situ, que el chavismo ha logrado un éxito casi total en su objetivo, como lo exigía el gran caudillo, de impulsar la lucha de clases. "La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases", sentenciaba, parafraseando a "uno de los más grandes pensadores de la humanidad (Carlos Marx)" ".... aquí en Venezuela nuestra batalla es una expresión de la lucha de clases. El pueblo, las clases populares y los pobres contra los ricos y los ricos contra los pobres". Sentencia que generaba la exacerbación de resentimientos, una conflictividad  latente y a veces activa en una sociedad  donde, ciertamente, se presentaba un cuadro de profunda desigualdad. (...)


         Lo que no decía el caudillo era que en el paquete de los ricos  incluía  a la clase media, aun cuando resulte una injusticia equiparar los beneficios de una gran empresa con el dueño de, digamos, un cyber café. Numerosa, acostumbrada al buen vivir e  históricamente una novedad generada por la renta petrolera,  política y electoralmente era necesario para el chavismo preservar su apoyo, que lo tuvo y vaya que lo tuvo, en sucesivos procesos electorales. Pero en el fondo lo que se estaba gestando era una  tarea de demolición, lenta y progresiva que se enmarcaba, con sus peculiaridades, en el pensamiento de un clásico que no sólo elaboró ideología, sino que la llevó a la práctica.  Vldimir Ilich Ulianov, Lenin, padre de la revolución rusa, estaba muy claro en esa materia: ""suprimir las clases no sólo significa expulsar a los terratenientes y a los capitalistas -esto lo hemos hecho nosotros con suma facilidad-, sino también suprimir los pequeños productores de mercancías; pero a éstos no se les puede expulsar, no se les puede aplastar; con ellos hay que convivir y sólo se puede (y se debe) transformarlos, reeducarlos, mediante una labor de organización muy larga, lenta y prudente. Estos pequeños productores cercan al proletariado por todas partes de elementos pequeños burgueses, lo impregnan de este elemento, lo corrompen con él, provocan constantemente en el seno del proletariado recaídas de pusilanimidad pequeño burguesa, de atomización, de individualismo, de oscilaciones entre la exaltación y el abatimiento".

         Ante la finalidad de reducirla, y finalmente liquidarla,  al menos desde la perspectiva económica porque culturalmente es imposible borrar el conocimiento y siempre hubo sectores  conscientes a los cuales se vienen sumando otros que han modificado su actitud, esta "pequeña burguesía" (incluida la asalariada), lejos de desaparecer subsumida en una sola gran clase amorfa, sometida, temerosa y resignada, como solía ocurrir en los países del socialismo real, se fue integrando a la clase con la cual (en el plano teórico) se pretendía crear una dictadura del proletariado, aun cuando Venezuela no sea un país de proletarios. De manera que antes que lucha de clases, se gestó una confluencia de sectores sociales que, de acuerdo con la tesis chavista, debían ser irreconciliables, planteándose una lucha de la cual, esperaban, surgiría la dictadura del proletariado.

         El intento lo hicieron. Lograron copar el escenario económico y desplazar, en buena medida, a la gran burguesía, aunque frenaron el impulso al percibir que sin Polar, por ejemplo, estaríamos peor que peor en el plano alimentario. Así, en la medida en que desaparecían unidades productivas o se hostilizaba a las universidades, dejaban sin trabajo a cientos de miles de profesionales que hacían parte del núcleo duro de la clase media.  Pero cuando la disolvían  y la iban liquidando en cámara lenta, lo que hacían era enviarla al exilio económico o lanzarla hacia esa masa irredenta de pobres que antes los apoyaba incondicionalmente, hasta reunir a dos factores, teóricamente irreconciliables, en una sola cola en búsqueda desesperada de alimentos o medicinas.

En apariencia lograron el objetivo de igualar hacia abajo al país, solo que esa reunión no cuajó en el miedo o en el sometimiento,  sino en la frustración, el desengaño y el rechazo. Y esto implica la creación, involuntaria, de una nueva mayoría que, en el fondo, representa el fin de la polarización o, al menos, su reducción significativa. Ahora, está claro que esa  nueva correlación de fuerzas se ha ido conformando ante el fracaso del modelo económico y la crisis que vive un país donde aún sobrevive, con todas sus aberraciones, la institución básica del sufragio democrático. Por eso el paso siguiente en la receta leninista, la dictadura del proletariado y por tanto la consolidación del partido único y comicios tipo Cuba, parece ya imposible (a menos que fuercen la barra) ante el fenómeno político de los últimos años: la conciliación, antes que la lucha de clases, fundidas en un solo bloque heterogéneo, dispar (no podía ser de otra manera), mayoritario y policlasista,  cuyo poder real será puesto a prueba el 6 de diciembre.
                                                                                              @rgiustia