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Más de 90.000 saharauis viven en situación de vulnerabilidad según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). La mayoría son mujeres y niños que viven en el desierto en condiciones extremas y dependen totalmente de la ayuda internacional. En el actual contexto de crisis, las ONG y los responsables de los campamentos saharauis denuncian importantes recortes.
En un campamento de refugiados
saharauis, allá donde se mire se ve escasez, en los últimos tiempos agravada
por la proliferación de otras emergencias humanitarias. Además, el
programa mundial de alimentos de las Naciones
Unidas alerta de que el presupuesto anual destinado a los saharauis en
2015 solo puede proporcionar alimentos para seis meses.
"La situación es
preocupante porque vivimos una crisis económica mundial que afecta a todos los
sectores de la economía, pero fundamentalmente a la parte de la cooperación.
Estos campamentos viven
de la ayuda internacional", cuenta Abdulah Arabi, delegado del Frente
Polisario en la Comunidad de Madrid.
El descenso también se ha
notado en las ayudas que llegan desde España, el principal donante. "Ha
disminuido mucho, casi un 65% (…) la estamos intentando suplir con la ayuda de
la sociedad. Organizamos peticiones a la gente de latas de sardinas, de arroz,
de pasta, para traerlas en los camiones y complementar la ayuda sobre la que
tiene responsabilidad ACNUR", cuenta José Taboada Valdés, presidente de la
Coordinadora Estatal de Asociaciones Solidarias con el Sáhara.
En una zona tan árida, con
frecuentes tormentas de arena, las posibilidades de ser autosuficientes son
escasas. Sin embargo, según ACNUR, los campamentos saharauis son los más
organizados de todo el planeta. Un ejemplo es la recogida y distribución del
agua. Además, al no haber red eléctrica cuentan con paneles solares para
cargar baterías y tener luz.
Todos estos cambios en los
campamentos son producto, dicen los refugiados, de la tardanza en arreglar su
situación. Los saharauis llevan como refugiados casi cuarenta años. Poco a
poco, las jaimas van transformándose en casas de adobe, más resistentes al
siroco y frescas en verano. Y el cambio de paisaje hace preguntarse a muchos si
el exilio no se está convirtiendo en permanente.