Opinión
Por Washington Uranga
Página 12 - Argentina
Algunos de los colaboradores e interlocutores más cercanos de Jorge Bergoglio suelen afirmar, una y otra vez, que el Papa se dice a sí mismo, palabras más o menos, que “si Dios me puso en esta responsabilidad yo tengo que estar a la altura y responder a este desafío”. Esta es la respuesta que dan frente a quienes expresan escepticismo acerca de lo que Francisco viene afirmando y realizando en su condición de máxima autoridad de la Iglesia Católica mundial. Sirve como explicación tanto para quienes desconfían señalando que lo que ahora hace Bergoglio no es coherente con su pasado como para quienes aseguran que se produjo una transformación en el modo de ser y actuar del antiguo arzobispo de Buenos Aires. No vale la pena entrar en el debate. Las palabras y los hechos hablan por sí mismos y, con la misma contundencia, impactan en la sociedad y en la Iglesia.
(...)
Francisco cerró su
primera gira sudamericana sin dejar espacios para la duda respecto del
contenido de sus mensajes, de las posiciones que tiene frente a la situación
del mundo y del estilo que lo caracteriza. Y para ratificar el rumbo utilizó,
como valor agregado, hablar desde tierra latinoamericana (su cuna y su fuente)
y avalado por un importantísimo baño de masas que lo respaldaron y en las que él
mismo decide sostenerse.
Los contenidos
Parte del mensaje papal
por estas latitudes puede sintetizarse en lo que Bergoglio definió como “la tres
T”: trabajo, techo y tierra. Pero para lograr este propósito, dijo Francisco, “hay
que cambiar las estructuras” y para hacerlo, agregó, “hay que unir a los
pueblos en el camino de la paz y la justicia”. En la misma línea sostuvo que “hay
que poner la economía al servicio del pueblo”, sin permitir que “la política se
deje dominar por la especulación financiera” y dejando de lado toda forma de
colonialismo. No se privó tampoco de relativizar la propiedad privada para
levantar “el destino universal de los bienes”.
Alguien que conozca a
fondo la llamada doctrina social de la Iglesia podrá decir que ninguno de estos
conceptos es absolutamente nuevo en el magisterio católico. Es verdad. Lo
nuevo, lo novedoso, es que el Papa extraiga estas ideas de las bibliotecas
pontificias para exponerlas en sus discursos antes millones de personas y de
esta manera las transforme en un plan de acción para los católicos y aún más
allá de los límites de su feligresía. Y que aliente, a propios y extraños, a
luchar por estos objetivos.
La crítica de Bergoglio
al sistema capitalista financiero es lapidaria, categórica. No queda espacio
para las ambigüedades o las dudas. Seguramente por ello quienes antes lo
aplaudieron –desde la política, desde los medios y desde la propia Iglesia–
ahora intentan que su mensaje pase lo más desapercibido posible. Ya llegará el
momento en que alguien se atreva a decir que “el Papa está mal asesorado” o que
“está rodeado y eso no le permite ver la realidad”. No habría que perder de
vista el señalamiento de Francisco a los poderes que intentan “borrar” la
presencia de la Iglesia “porque nuestra fe es revolucionaria” y “desafía la
tiranía del ídolo del dinero”.
En este contexto
Bergoglio tampoco se privó de reconocer “a los gobiernos de la región” que hacen
respetar su soberanía y que reivindican la idea de la Patria Grande.
El estilo
En Brasil (2013) les
reclamó a los jóvenes que “hagan lío” y ahora, en Bolivia, les pidió a los
representantes de los movimientos sociales que “no se achiquen” frente a la
magnitud del cambio de estructuras que demanda la sociedad actual.
Las dos frases
constituyen, de alguna manera, una marca registrada del estilo que Bergoglio
intenta plasmar en su pontificado. Lo ha mostrado en sus propios actos, en lo
pequeño y cotidiano y en lo político, hacia adentro y hacia afuera de la
Iglesia.
Hizo lío transgrediendo
la excesiva formalidad vaticana, abandonando gran parte del boato. Les pidió a
los obispos que “sean pastores con olor a ovejas”. Y su primer viaje fuera del
Vaticano fue a Lampedusa, al sur de Italia, para encontrarse con los “descartados”
que huyen de Africa tratando de alcanzar las costas europeas con la aspiración
de mejor calidad de vida.
Hizo lío también cuando
decidió ser incómodo interponiéndose en el conflicto sirio, o entre Israel y
Palestina, o pronunciándose sobre el genocidio armenio y aún cuando participó
activamente para acercar a Estados Unidos y Cuba, para mencionar solo algunas
de las iniciativas en el escenario internacional.
Pero hace lío también en
el interior de la Iglesia cuando interviene el Instituto para las Obras de la
Religión (IOR), el banco vaticano, cuando nombra una comisión de cardenales que
tiene por finalidad reformar la curia, cuando les inicia juicio a los pedófilos
o cuando convoca a sínodos con agenda abierta y les pide a los propios obispos
que “hablen de todo y sin miedo”. Esta es la versión eclesiástica del más porteño
“no se achiquen” que pronunció ante los representantes de los movimientos
sociales en Santa Cruz.
Conflictos
A lo largo de toda su
vida como sacerdote, como obispo y ahora como Papa, Bergoglio ha demostrado que
es un hombre sumamente inteligente y un gran estratega. Ahora tiene plena
conciencia de que los pasos que está dando le generan conflictos internos y
enemigos externos. Sabe además que la Iglesia está atravesada por muchas
contradicciones –teóricas y prácticas– que se agudizan con la prédica actual
del Papa.
Quiere cumplir con la “misión”
a la que se siente convocado y que asume “con alegría” como él mismo lo dice.
Pero no se le escapa que esa tarea necesita de la Iglesia como institución,
como cuerpo, como modo de presencia en la sociedad. Por lo tanto intenta que la
vara “se doble pero no se quiebre”. Avanza pero no quiere generar fracturas en
el interior de la Iglesia. Su principal respaldo es el apoyo y fervor popular.
El de la feligresía y el de muchos otros y otras que, sin reconocerse católicos,
ven en Francisco una figura capaz de hacer avanzar cambios en el escenario
mundial. En unos y en otros Francisco carga las pilas. Hacia dentro de la
estructura eclesiástica –donde las resistencias no son menores– ha decidido
ampliar los espacios de consulta, los cuerpos colegiados y las instancias
sinodales. Los grandes lineamientos tienen que salir de allí contando con la
aprobación de la mayoría de los obispos. Un argumento que Francisco tiene a su
favor es que por el camino que él está transitando la Iglesia realiza su tarea
misionera y acrecienta su influencia en la sociedad.
Sin perder de vista que
en sus manos, porque es una potestad papal, está la designación de los nuevos
obispos y cardenales y, en consecuencia, el poder para cambiar la correlación
de fuerzas en la institución.
Lo hecho hasta ahora por Bergoglio como papa se
encuadra todavía en el tiempo de “luna de miel” con la sociedad y la propia
Iglesia. Lo que vendrá será cada día más difícil y aparecerán mucho más
claramente las resistencias. Quienes fueron “sorprendidos” y no reaccionaron
antes, ya tomaron nota del rumbo elegido por el Papa y preparan el contra
ataque. Desde afuera y desde adentro. El escenario se reconfigura para nuevas
batallas, con viejos y nuevos actores que el propio Francisco ha incorporado a
la escena.