El País
La
decana de Educación Continuada de la Universidad de Columbia, Kristine Billmeir, defiende que estar
callado con alguien significa más que las palabras
¿La prisa por contar no distrae nuestra manera de escuchar? Muchas veces lo que no decimos es lo que decimos. Una serie de palabras en determinado orden pueden causar felicidad o tristeza en las personas. Cuando un juez le dice a un prisionero la condena utiliza palabras para cambiar la vida de la gente. En clase hemos tenido una charla muy fructífera, por ejemplo, sobre la palabra confianza.
¿Qué significa?
Es mi sensación de empatía con usted, la creencia de que usted va a cuidar de
mí, y que usted tiene ese sentimiento recíproco respecto de mí.
(...)
(...)
¿Por qué se siente confianza? Es una necesidad básica: desear no estar solo en el mundo y
saber que hay alguien a quien le preocupan tus necesidades e intereses.
¿La comunicación es contra la soledad? No es la única manera de combatirla. Los apaches tienen una
expresión, “perder la fe en las palabras”. Pensamos que la comunicación es un
modo de tender puentes hacia la felicidad; ellos creen mejor el silencio.
¿Y usted?
Ellos creen que es importante estar callados semanas, por ejemplo cuando te
enamoras. O cuando alguien acaba de morir. O cuando vuelven los hijos de sus
estudios: están días sin hablarles, para observar cómo han cambiado. Estar
callado con alguien significa más que las palabras.
Beckett y Joyce pasaban tardes enteras sin decirse
nada. Hoy en día es difícil no
distraerse, ¡hay tantas maneras de comunicarse! La tecnología ha cambiado la
manera de comunicarnos.
¿Para bien o para mal? Mi madre tiene 97 años. Ya puede llamarme a cualquier lugar
del mundo. Y para mal: estamos abrumados de comunicación. Hemos de aprender a
atender a cosas que exigen atención sostenida. Habrás estado alguna vez en la
habitación con alguien cuyo móvil suena constantemente: no estás con el otro,
¡estás con una multitud!
Eso nos vuelve histéricos. Eso es lo malo. Una constante descarga de información es lo
contrario de lo que hacían Beckett y Joyce: pasaban tiempo juntos sin hablar,
para sentir confianza.
¿Cómo luchar contra esa histeria? El lenguaje es un arma poderosa; podemos usarlo para
cambiar nuestras vidas. Y tenemos elección: podemos apagar el móvil, apagar la
tele, pero también podemos encender los aparatos. Hay que recuperar la voluntad
de hacer una cosa y no la otra.
Pero, ¿cómo?
Primero hemos de tener conciencia de que sí podemos ser manipulados. La
comunicación siempre se ha usado para manipular a la gente, no es nada nuevo.
Tenemos nuevas herramientas tecnológicas que tal vez puedan abrumarnos más que
antes. Hay que estar vigilante.
Nicholas Carr se preguntó “qué está haciendo Internet
con nuestras mentes”. ¿Estamos exagerando o hay que alarmarse? Yo me alarmo porque veo que influye en los jóvenes de forma
muy negativa. He decidido dejar Twitter y Facebook y mi vida es más tranquila.
Pero sé que hay estudiantes que miran su página de Facebook para ver cuánto
gustan sus posts. Han llegado a identificar su valía con la cantidad de veces
que logran un me gusta. Es una distorsión terrible: no aprendes a quererte a ti
mismo si no es en el espejo de Twitter o Facebook.
Terrible. Pero
no funciona que los padres digan: “Vete de ahí”. No se trata de poner
restricciones, sino de comprender de dónde viene nuestro valor personal.
¿No se siente obsoleta diciendo eso? ¡Para nada! Cuando lo digo pienso que los estudiantes están
interesados en saber lo que pueden hacer con su lenguaje.
¿Cuál es el sonido del silencio? ¿Qué oye usted? Es una imagen visual, no lo oigo. Es una vista del monte
Fuji.