Por:
Ibsen Martínez
Es alarmante que la
Guardia Nacional actúe junto a bandas paramilitares
en las protestas de Caracas
de la fiesta brava.
Proviene de un
juego infantil, variante del juego del gato y el ratón. El periodista
venezolano Sergio Dahbar ha escrito para EL PAÍS un estupendo artículo sobre la
significación que esa palabra de antaño ha cobrado en la Venezuela de la era de
Chávez.
Discrepo de
Dahbar, sin embargo, solo en un punto: la guarimba no fue un mote de sentido bélico
que Chávez endilgó a la modalidad de protesta que un grupo de inermes vecinos
protagonizan a las puertas de sus casas.
La puso de nuevo
en boga, hacia 2002, la minúscula, recalcitrante y siempre activa facción de la
oposición venezolana que expresa lo peor de la antipolítica: la idea de que es
posible desafiar con éxito la violencia de Estado sin para ello acumular
fuerzas y hacer valer, por mayoría o por consenso, una incruenta salida a la
crisis que sea a la vez democrática y para todos. Examinemos durante un par de
párrafos, quizá tres, la guarimba; veamos de dónde emana su pugnaz embeleco ácrata
y falsamente libertario.(...)
La guarimba fue,
en sus comienzos, hace ya una década, la ingenua respuesta de la clase media
alta a la amenaza de los paramilitares chavistas, llamados, primero, “motorizados”
a secas, y más recientemente, “colectivos”, eufemismo de izquierdizante
resonancia oenegera que disfraza de solidaridad comunitaria lo que no es más
que una banda armada de despliegue rápido.
El guarimbero de
mi calle en Colinas de Bello Monte razonaba de este modo a las puertas de su
casa, en los días que siguieron a las jornadas de abril de 2002, cuando el
chavismo, aturdido aún por el fracasado intento de golpe, reaccionaba echando a
la calle la intimidación armada: “Cuando vengan los motorizados, nos metemos p’a
dentro”, repetía Gómez, mi vecino y casero.
Nuestra amistad
se resintió un poquitín, aunque solo por un tiempo, cuando pregunté,
aguafiestas, qué pasaría si los paramilitares se animasen a violar la santidad
del hogar, algo sencillamente inconcebible para el bueno del señor Gómez. Algo
que, por aquel entonces no llegó a pasar, al menos no en mi calle, pero que en
la actual etapa, etapa “madura” del chavismo, ha comenzado ya a ocurrir, sistemáticamente.
Las tanquetas
arremetieron deliberadamente contras los coches aparcados en las aceras
El 5 de marzo, Miércoles
de Ceniza, fecha presuntamente aniversaria de la muerte de Chávez, los “colectivos
comunitarios”, como los llama la socarrona retórica chavista, desfilaron en
orden de batalla en la parada militar conmemorativa, detrás de batallones
regulares del Ejército, de la Armada y de la infame Guardia Nacional
Bolivariana (la Guardia del Pueblo) y entre blindados, cañones sin retroceso y
lanzacohetes de fabricación rusa o china.
En presencia de
su invitado de honor, Raúl Castro, quien seguramente aprobó esta versión
motorizada y armada hasta los dientes de las “brigadas de acción rápida”
cubanas, Maduro alentó a los paramilitares a arremeter sin demora contra las
guarimbas (“candelita que se prenda, candelita que apagamos”), avivando aún más
las hogueras de una discordia que, en esta temporada de protestas, ya se ha
cobrado 20 muertos. Muchas de esas muertes han sido causadas por certeros
disparos a la cabeza.
Con lo que llego
a la noche de Chacao, el barrio residencial de clase media que fue creciendo en
torno al casco histórico de un poblado cafetalero al este de Caracas y que hoy
es un importante municipio del área metropolitana. El barrio da nombre al
municipio donde el hoy encarcelado dirigente opositor Leopoldo López echó los
dientes como uno de los alcaldes mejor recordados por los caraqueños gracias a
una brillante ejecutoria. Es el bastión opositor por excelencia, en cuya plaza
de Altamira sentó sus reales una guarimba contumaz.
Ya entrada la
noche de un día de intensa agitación de calle, las brasas de algunas barricadas
guarimberas languidecían en la avenida de Francisco de Miranda cuando,
inopinadamente, se fue la luz en el barrio al tiempo que llegaba una formación
de tanquetas de la Guardia Nacional. Al punto se desplegó una brigada de
guardias nacionales que desató un verdadero temporal de gas lacrimógeno que
penetró en muchas viviendas.
Menudearon los
allanamientos ilegales y, en el colmo del desafuero contra los vecinos, las
tanquetas, con la excusa de despejar de obstáculos las calles, arremetieron
deliberadamente contras los coches aparcados en las aceras. Un acto de
represalia política sin precedentes, un atentado contra la propiedad privada y
concreción del espaldarazo de Maduro a los paramilitares. ¿Por qué afirmo esto?
Porque entre lo más alarmante de la escalada de violencia de Estado que asola
Venezuela está el que paramilitares y la Guardia Nacional a menudo actúan
coordinadamente.
Todo un cuerpo
de policía militarizada (la GNB) y centenares de brigadas paramilitares han
actuado durante casi un mes contra un levantamiento ciudadano con sobradas
razones para la protesta pacífica. La inviolabilidad del hogar y el derecho a
la propiedad vulnerados en masa, con superior ventaja, por el Estado y sus
paramilitares.
El asalto
nocturno al barrio de Chacao se añade a los desafueros que en todo el
territorio del país un Gobierno tiránico añade al memorial de agravios que el
pueblo venezolano algún día habrá de cobrarle.
@SimpatiaXKingKong