Un grupo de trabajadores
de la construcción se relaja sentados en la acera en el centro de Ciudad del
Cabo, disfrutando de su almuerzo. Cada minuto es precioso, nadie tiene prisa
por volver al trabajo. "Nos pagan cacahuetes", dice un albañil con
un diente de oro. Con un sueldo equivalente a 1.470 dólares al mes, su
situación no es tan mala. En el período previo a la Copa del Mundo de Futbol
de 2010, los sindicatos de la construcción consiguieron aumentos salariales
del 13 a 16% con la amenaza de no acabar las obras a tiempo. Son la
excepción.(...)
Desde el 16 de agosto la
tensión ha sido extrema en Sudáfrica. Ese día la policía mató a 34
huelguistas en la mina de platino de Lonmin en Marikana, cerca de
Johannesburgo, un incidente de gran importancia simbólica, porque el que las
fuerzas de la ley disparasen contra los manifestantes recordó a todos la era
del apartheid. Sin embargo, Sudáfrica es ahora un estado democrático y
multirracial, que gobierna desde 1994 el Congreso Nacional Africano (ANC).
Los huelguistas fueron parte de su base electoral histórica, la mayoría pobre
y negra de Sudáfrica. Según las cifras oficiales, los hogares pobres (62%
negros, 33% mestizos) representan la mitad de la población (25,5 millones) de
este país industrializado, el único mercado emergente en el África
sub-sahariana.
La reacción a la matanza
Marikana recuerda la masacre de Sharpeville, el 21 de marzo de 1960, cuando las
fuerzas del régimen del apartheid (1948-1991) mataron a 69 personas de raza
negra en esa localidad, a 60 kilómetros de Johannesburgo. Se habían
manifestado contra la obligación de los "no-blancos" de llevar
siempre sus permisos de residencia fuera de sus zonas de origen o áreas
designadas. Cuando la noticia llegó a Ciudad del Cabo, los manifestantes en
el barrio negro de Langa quemaron los edificios públicos.
Desde Marikana ha habido
huelgas salvajes en las minas, los transportes y las explotaciones agrícolas.
Los trabajadores agrícolas en la provincia del Cabo Occidental han exigido
que su salario se duplique, desde un salario mínimo de 75 rand por día a 150
rands (20 dólares). Ha habido enfrentamientos con la policía, quema de
viñedos y saqueo de tiendas. Los trabajadores han sido despedidos, pero no
hay diálogo social. En noviembre dos jornaleros fueron asesinados durante una
manifestación en la localidad de De Doorns, a 180 kilómetros de Ciudad del
Cabo.
Los mineros Lonmin
habían exigido un aumento salarial de 540 a 1,620 dólares al mes. Después de
una huelga de seis semanas, consiguieron un aumento del 22% y un bono de 255
dólares. Con la ayuda del Congreso de Sindicatos de Sudáfrica (COSATU), los
trabajadores del campo de la zona de De Doorns consiguieron un aumento del
52% en febrero, con lo que su sueldo es ahora de 105 rand (13,50 dólares) al
día. "Es como la propagación del cáncer", cuenta Andile
Ndamase, un delegado sindical en una empresa de cemento en Ciudad del Cabo y
miembro desengañado del ANC. "Los disturbios comenzaron mucho antes
de Marikana, y desde entonces sólo ha empeorado. Luchamos por un mañana
mejor, y nos estamos cansando de esperar que llegue".
Herencia
política
La lucha social es parte
de la herencia política de la época del apartheid. Los sindicatos negros
afiliados a COSATU fueron legalizados en 1985 por un régimen racista que
tenía la espalda contra la pared y necesitaba socios con los que negociar.
Mientras Nelson Mandela estaba aún en la cárcel y el ANC prohibido, Cosatu participaba
en un gran movimiento de protesta. Sus llamamientos a una huelga general
nacional contribuyó a paralizar la economía de Sudáfrica, bajo la presión de
las sanciones internacionales desde 1985.
Hoy los sindicatos
negros, que tienen 2,2 millones de afiliados, exigen políticas sociales
reales del gobierno y mejores condiciones de trabajo para todos. Sin embargo,
los sindicatos están en el gobierno. En 1990 Cosatu, el Partido Comunista de
Sudáfrica y el ANC formaron una alianza "revolucionaria" tripartita
para un cambio social profundo. El ala izquierda del ANC se compone de
comunistas y sindicalistas, a los que el ANC trata de controlar cooptándoles
a puestos clave. Muchos dirigentes del Partido Comunista ocupan importantes
puestos ministeriales y representantes de Cosatu se sientan en el comité
ejecutivo nacional del ANC. Esto socava la credibilidad de su oposición a la
política económica neoliberal del ANC.
¿Veremos
el cambio?
A primera hora de la
mañana, la estación de tren de Khayelitsha, el mayor barrio negro de Ciudad
del Cabo, esta llena de gente que compra billetes. Un viaje de ida a la
ciudad cuesta 8,50 rand (1,15 dólares), un abono de transporte público
mensual 13.50 dólares, 5% del salario medio de un guardia de seguridad
privado (270 dólares). En el tren, las mujeres recuperan sueño con una
cabezada, mientras que los vendedores se pasean arriba y abajo vendiendo
patatas fritas, refrescos, calcetines y pendientes. En Ciudad del Cabo,
muchos de los pasajeros se dirigen a la estación de autobuses, en la parte de
arriba de la estación de tren, donde minibuses y taxis esperan para
trasladarlos a los suburbios residenciales blancos en los que trabajan. Estos
taxis privados compensan las importantes deficiencias del sistema de
transporte público. Desde el amanecer hasta el anochecer cubren la mayor
parte de las necesidades de transporte de los sudafricanos negros que no
poseen un coche. El viaje cuesta 5 rand.
"Me temo que las
ruedas se están saliendo", dice Sipho Dlamini, de 60 años, refiriéndose
a la situación política. Se describe a sí mismo como un héroe anónimo de la
lucha contra el apartheid. Como miembro del ala militar del ANC, el MK, pasó
la mayor parte de su vida luchando por ver el cambio. ("En nuestra
vida" era una consigna de los sudafricanos de los años 1980, recordando
a las generaciones que habían luchado sin conseguirlo desde que el ANC fue
fundada en 1912.) Dlamini esta decepcionado, no sólo por la corrupción de la
élite negra, sino también por los disturbios: "Ocurren tan a menudo, que
nadie le hace caso". Los datos policiales revelan que Sudáfrica tuvo
un promedio de tres motines al día entre 2009 y 2012. Lo que supone un
aumento del 40% en 2004-2009, según el sociólogo Peter Alexander, de la
Universidad de Johannesburgo (1).
El problema en Marikana
fue provocado por una gran injusticia: los capataces de la mina Lonmin
consiguieron un aumento de sueldo, pero no los picadores que sacan el
mineral. Otro problema es la utilización creciente por parte de la dirección
de la mina de contratistas privados de mano de obra temporal para debilitar
el poder de los sindicatos. Cosatu ha condenado esta práctica, pero mira para
otro lado. Sus amigos del ANC - incluyendo el director de la gran empresa JIC
de Servicios Mineros, Duduzane Zuma, hijo del presidente de Sudáfrica -
tienen amplios intereses en la industria minera.
El Sindicato Nacional de
Mineros (NUM), afiliado a Cosatu, es uno de los mayores sindicatos, con más
de 310.000 afiliados. En Marikana fue por primera vez incapaz de manejar un
conflicto laboral, y la Asociación Sindical de Mineros y trabajadores de la
Construcción (una escisión del NUM) asumió la dirección del movimiento de
protesta, prometiendo un aumento salarial del 300%.
La falta de diálogo
social es casi total en el sector minero. Incluso después de la tragedia, la
dirección de Lonmin mantuvo su ultimátum a los mineros para que volviesen al
trabajo y su amenaza de despedirlos. No se trata solo de un vestigio de
apartheid. "La politización de los conflictos sociales, que socavan
la autoridad del ANC y sus dirigentes, asustan a los grandes grupos mineros",
segúnThaven Govender, un joven importador y comercializador de equipos de
minería. "De hecho, todo el mundo - los huelguistas, los sindicatos y
el ANC - perderán como resultado de este embrollo. Las grandes empresas
mineras emplean a personas porque el trabajo es barato en Sudáfrica. Pero
para evitar otro Marikana, van a mecanizar las operaciones y reducir
plantillas tan rápido como sea posible". En enero, la empresa
Anglo-American Platinum, que también tuvo huelgas del año pasado, anunció una
reducción 14.000 empleos en dos de sus minas, alrededor del 3% de su fuerza
de trabajo.
El presidente Jacob Zuma
visitó Marikana, pero unos días después de los asesinatos. No se entrevistó con
los mineros y habló sólo con la dirección de Lonmin. Su rival político Julius
Malema, de 31 años, ex presidente de la Liga Juvenil del ANC, expulsado del
ANC en abril del año pasado por "falta de disciplina", lo
aprovechó. Malema, que se ha convertido en el portavoz de los miembros de
base decepcionados del ANC, ha hecho suya la causa de los huelguistas. Les
acompaño a los tribunales, donde 270 fueron acusados inicialmente de
asesinato en virtud de una antigua ley antidisturbios del régimen del apartheid
(los manifestantes podían ser acusados de asesinato, alegando que habían
provocado a las fuerzas de seguridad). Ante la protesta pública, los cargos
fueron retirados y se creó una comisión de investigación. Malema aprovechó la
oportunidad para defender la nacionalización del sector minero y denunciar la
connivencia entre el gobierno, la burguesía negra, los sindicatos y las
empresas "sobradas de capital" (es decir, la corrupción
legalizada).
'Somos
libres sólo en el papel "
Los observadores se
preguntan que estallará primero bajo la presión social: la ANC o Cosatu. Pero
las fuerzas implicadas son mucho más complejas que lo que pueda explicar una
simple polarización izquierda-derecha, y están impidiendo la escisión.
Nada de esto le interesa
a Dumisane Goge, 20 años, que "nació libre" después de la caída del
régimen del apartheid. No tiene la menor intención de votar en las próximas
elecciones generales, en 2014: "Somos libres sólo en el papel",
dice. "El derecho de voto no tiene sentido cuando hay que elegir
entre el ANC y el ANC." Cuando tenía 16 años pasó cuatro meses en
prisión por robar con unos amigos en una tienda. Decidido a no volver a la
cárcel, retomó sus estudios, pasó sus exámenes de bachillerato y se matriculó
en un curso de marketing en Ciudad del Cabo, que paga trabajando a tiempo
parcial en una gasolinera. Él no espera nada de los políticos profesionales y
le indigna que "Zuma está construyendo un palacio que costará 240
millones de rand [ 31 millones de dólares ] en Nkandla, su pueblo natal en
KwaZulu-Natal, cuando los niños en las escuelas no tienen ni siquiera libros
de texto".
La burguesía negra de
Sudáfrica vive lejos de las ciudades-miseria segregadas (townships), y
no gastan ni invierten allí su dinero. Su gusto por el lujo y la riqueza se
puso de manifiesto en el periodo de Thabo Mbeki (presidente de 1999 a 2008),
gracias al rápido crecimiento económico de la década del 2000. Pero desde que
Zuma llegó al poder en 2009, el arzobispo Desmond Tutu (2) y el Consejo de
las Iglesias de Sudáfrica han estado denunciando una "decadencia
moral" mucho más preocupante que el precio de las gafas de sol
que llevan los "revolucionarios Gucci". "Es muy evidente
que muchas relaciones sociales están motivadas por la codicia", dice un
abogado de negocios negro, que pidió permanecer en el anonimato. "La
gente habla de sexo en las cenas, y no sólo en relación con nuestro
presidente polígamo. La corrupción es generalizada..." Un ex alto
ejecutivo de De Beers acusado de corrupción respondió: "Usted no
consigue nada por mahala [nada]".
Al igual que los
disturbios de los pobres, los asesinatos políticos no aparecen en las
primeras páginas de los periódicos en Sudáfrica. Sin embargo, en las regiones
de KwaZulu-Natal, Limpopo y Mpumalanga, la gente mata por puestos en la
administración en los que es probable que les ofrezcan sobornos y jugosas
comisiones a cambio de contratos públicos de obras. Lydia Polgreen, directora
de la oficina de Johannesburgo del New York Times, se ha ganado los
odios del ANC escribiendo sobre este fenómeno (3).
La creciente violencia
es preocupante en un país que sigue siendo un modelo de democracia en África.
Antes del último congreso del ANC, en diciembre, los afiliados llegaron a las
manos en la selección de los delegados. Se tiraron sillas en la provincia del
Cabo Oriental, hubo peleas a puñetazos en la Provincia del Noroeste y una
banda armada interrumpió una reunión del ANC en un municipio en East Rand,
cerca de Johannesburgo. Los simpatizantes de Zuma amenazaron con atacar
violentamente a los partidarios del vicepresidente Kgalema Motlanthe, que
presentaba su candidatura a la presidencia del partido. La afiliación del ANC
ha crecido rápidamente en los últimos meses, lo que ha provocado rumores de
que han sido “votos fantasma” los que han dado la victoria a Zuma. Las
encuestas de opinión daban la ventaja a Motlanthe, que tiene una imagen de
mayor integridad.
El ANC, que ganó las dos
tercios de los votos en las primeras elecciones democráticas de Sudáfrica en
1994, actúa a la vez como gobierno y oposición, ante la falta de otros
partidos capaces de hacer oír su voz en el debate. Sólo la Alianza
Democrática tiene peso propio. Está liderada por Helen Zille, de 61 años, una
mujer blanca, ex alcaldesa de Ciudad del Cabo y actualmente el primera ministra
de la región del Cabo Occidental. El partido tiene afiliados blancos y
mestizos, pero mucho menos éxito entre la población negra. Con el 16,6% de
los votos en 2009, sólo tiene 67 de los 400 escaños en el parlamento de
Sudáfrica, mientras que el ANC tiene 264.
Decisiones
detrás de las cortinas
Años de clandestinidad,
sospechas e infiltrados de la rama especial de la policía del régimen de
apartheid han creado una cultura política peculiar en el ANC. "Las
cosas importantes se deciden tras bambalinas, no en público", según
el politólogo sudafricano William Gumede. La unidad de la organización es
sacrosanta, aunque el enemigo de ayer, los "Nats" afrikaner
(Partido Nacional), han desaparecido de la escena política. Hacer pública
cualquier disidencia interna sigue siendo tabú, y la relación del ANC con la
prensa es tensa.
Los militantes del ala
izquierda del partido que creen que está traicionando sus ideales a menudo se
expresan en un lenguaje velado. El secretario general de Cosatu, Zwelinzima
Vavi, que se cuenta entre los mayores críticos de Zuma, es más directo. Ha
atacado "la corrupción, la mediocridad, las malas políticas"
del ANC y lo acusó de ser un partido que solo defiende "chorradas
inconsecuentes ... se trata de vuelos aéreos, libros de texto, o la
corrupción", en referencia a la falta de rendición de cuentas en los
niveles más altos del partido. Sospechan de él que quiere promover un partido
opositor y ha recibido amenazas de muerte.
La lucha de poder dentro
del ANC son insidiosas y violentas. Después de vencer a su rival para la
presidencia Cyril Ramaphosa en la década de 1990, Mbeki cesó a Zuma, su
vicepresidente, que fue juzgado por violación y corrupción. Poco le costó a
Zuma presentar las acusaciones como otra conspiración maquiavélica de un jefe
de estado conocido por sus trucos sucios. Lo que le permitió movilizar un
amplio apoyo.
Mbeki, un tecnócrata
educado en el Reino Unido, era visto como un político poco carismático, sin
contacto con la gente corriente e incapaz de aceptar críticas. Zuma se
presentó como un auténtico zulu: un polígamo -como algunos jefes de aldea en
KwaZulu-Natal, pero muy pocos habitantes de las ciudades-, que había ganado
sus galones en combate. Sus amigos se referían a él como un "verdadero
africano" y un "titán político". Su victoria electoral dejó al
ANC profundamente dividido tras el congreso de Polokwane en 2007. El primer
signo de disidencia se produjo en octubre de 2008, cuando Mosiuoa
"Terror" Lekota, un antiguo ministro leal a Mbeki, fundó un nuevo
partido, el Congreso del Pueblo. Fue calificado de inmediato de traidor por
el ANC y sólo obtuvo el 7,42% de los votos en las elecciones generales de
2009.
A la
defensiva
Desde Marikana, Zuma ha
repetido en diversas ocasiones que no hay una crisis de liderazgo en
Sudáfrica. Cuando no se refugia negándolo, está a la defensiva. Se esconde
detrás de las canciones de lucha contra el apartheid como Umshini Wam
(traime mi ametralladora) y Somlandela Luthuli (Seguiremos a Luthuli -
el único otro zulu que ha sido presidente del ANC), y se defiende a golpe de
estadísticas, como el número de nuevas viviendas construidas y el de familias
que ahora tienen agua y electricidad - aunque nunca mencione el número de
empleos creados o de sudafricanos negros que se han graduado en la
universidad.
El desempleo es
oficialmente del 25,5% y las desigualdades sociales casi no disminuyen. Los
"diamantes negros" - la clase media negra que surgió en la década
del 2000 y en la que los economistas tenían tan grandes expectativas - han
resultado ser sólo "zircs cúbicos" (cubic zirconia -
diamantes falsos) como los llaman sus críticos más acerbos. De acuerdo con el
economista de izquierda afrikaner Salomón Johannes Terreblanche, "las
políticas del ANC han creado una elite negra de 2 millones de personas, y una
clase media de 6 millones. La brecha entre estos 8 millones de negros ricos y
los 20-25 millones de personas pobres ha crecido peligrosamente".
Veinte años después del
fin del apartheid, en Sudáfrica los blancos siguen ganando más que los
negros: seis veces más, de acuerdo con el censo de 2011; su ingreso medio es
de 49.275 dólares, comparado con los 8.100 dólares de las familias
negras. No existe un salario mínimo nacional, pero hay distintos salarios
mínimos en ocupaciones identificadas por el gobierno como las más
vulnerables, donde los sindicatos son menos activos y los trabajadores están
a merced de sus empleadores: el servicio doméstico, los trabajadores
agrícolas, trabajadores de limpieza, seguridad privada, taxistas y
trabajadores del comercio minorista. El último aumento de sueldo de los
funcionarios públicos fue en diciembre de 2011, cuando el salario mínimo se
aumentó a 1.625.70 rands (216 dólares) al mes para aquellos que trabajan más
de 27 horas a la semana y 1.152.32 rands (155 dólares) para los que trabajan
menos de 27 horas.
Las ayudas sociales - la
subvención por hijos y las prestaciones de vejez - son la única fuente de
ingresos de 54.7% de los hogares pobres, de acuerdo con los resultados de una
encuesta realizada en noviembre por el Servicio de Estadísticas de Sudáfrica.
La encuesta también reveló que uno de cada cuatro sudafricanos no tiene
suficiente para comer. Varios ministros del ANC se han opuesto a la
introducción de una renta básica garantizada (BIG), un ingreso mínimo para
los adultos físicamente capaces, ya sean empleados o desempleados, porque lo
consideran un subsidio al "alcoholismo y la lotería". Después de
más de una década de debates, el BIG aún no ha sido legislado.
Mientras tanto, la
desesperación es evidente. En Khayelitsha, algunos ahogan sus penas con
música gospel, otros con dagga (marihuana), mandrax
(metacualona) o tik (metanfetaminas).
Sabine
Cessou, periodista, ha sido corresponsal de Liberation
en Johannesburgo /1998-2003), y co-autora de Winnie Mandela, l´âme Notre
de L´Afrique du Sud, Johannesburg: la fin de l´apartheid y Afrique
du Sud.
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