Últimas horas con el Gaviero:
El Confidencial.com
Esta entrevista es una
transcripción casi literal de la conversación inédita que, el profesor y editor
de El Gaviero Ediciones, Pedro J. Miguel mantuvo el 16 de noviembre de
2003 en el hotel Welington de Madrid, con el escritor colombiano Álvaro
Mutis, fallecido a los 90 años de edad. El encuentro formaba parte del
proyecto de investigación final de doctorado del futuro editor, que a los pocos
meses del mismo, en febrero de 2004, comenzaría junto con Ana Santos el
proyecto editorial de El Gaviero Ediciones, una de las editoriales de poesía de
referencia que toma su nombre del gran personaje que Mutis donó a la historia
de la literatura: Maqroll el Gaviero.
A lo largo de esta larga
hora con el Premio Cervantes de 2001, autor y editor repasan las claves
de la literatura de uno de los escritores más influyentes del siglo XX. Una
conversación por la que se transita desde su identificación y los primeros
instantes de vida de su protagonista Maqroll, la devoción de Mutis por Charles
Dickens, su relación con Juan Rulfo y la recomendación que le hizo a
Gabriel García Márquez para que lo leyera Pedro Páramo y El
llano en llamas. “Lea esto y no joda”, le dijo Mutis. Gabo leyó Pedro
Páramo esa misma noche. “¡Estaba loco! Estaba pero así, delirante. Me dijo
esto: “Esto un escritor, ¡esto es un clásico!”. Lea toda la entrevista pinchando aquí (...)
Pedro J. Miguel
Usted está harto de
repetir la identificación entre Maqroll y su autor. A mi modo de ver, el autor
sobrepasa incluso a sus personajes. A veces parece usted mucho más fantástico
que ellos, basta con leer las anécdotas de Lecumberri contadas en ese libro de
Elena Poniatowska, donde se publican sus interesantísimas cartas. Pero algo que
llama la atención al leer comentarios sobre su poesía es la insistencia en
descubrir el nacimiento exacto de Maqroll, ¿por qué esa insistencia de la
crítica en señalar el origen de Maqroll en La oración, si en La
creciente ese personaje que observa el río ya tiene los rasgos de Maqroll?
Álvaro Mutis
Bueno, [en La oración]
es la primera vez que lo nombro, que digo su nombre, aunque no es tampoco mi
primer poema. Mi primer poema es La creciente, realmente, pero de todos
modos esa supuesta participación o comunidad de momentos y de experiencias de
Maqroll y mías no van muy lejos, ni van a mostrar nunca, ni permiten mostrar la
exacta personalidad de Maqroll. Lo que yo digo siempre es que Maqroll sí hizo
muchas cosas de su vida que yo hubiera querido hacer, y no hice, y también
ciertas ideas que tiene Maqroll sobre la gente, en fin. Pero él va por otros
caminos, y tiene un carácter muy distinto, muy distinto, sus reacciones son muy
distintas. En verdad, el primer poema en donde aparece Maqroll es ése, la
oración, y es un poema que escribí cuando yo tenía diecinueve años, pero ya
había escrito La creciente, y había quemado bastantes poemas.
¿Así que esa voz en
primera persona de La creciente no es todavía Maqroll?
No, ése soy yo. Ése soy
yo. Buena pregunta.
La
creciente me interesa también como metáfora de su
técnica de escritura. ¿Se podría decir que su obra es el resultado de una
creciente?
Sí, bastante acertado.
Otra polémica que existe
en la crítica sobre su obra es la cuestión de los géneros literarios. En la Summa
leemos relatos preciosos como El viaje, o como La visita del Gaviero.
¿Por qué hay tantos reparos en la crítica a admitir que son relatos?
¡Ah!, eso es una especie
de sacralización de la poesía. Y las prosas que escribieron Arthur Rimbaud,
Baudelaire y Rubén Darío realmente pertenecen más a la poesía que
a la prosa, en cierta forma. Se trata de la misma persona pensando lo mismo,
pero realizando un andar distinto, un ritmo distinto, porque el asunto lo
necesita así.
Y el subtítulo Poesía
1947-…, no quiere decir que no haya relatos…
Claro que no, es más, un
relato de esos se volvió novela: La nieve del almirante.
O más de uno…
Sí señor, pero este
directamente. Más de uno, tienes razón.
Incluso León de Greiff
llega a escribir relatos rimados.
¡Pero cómo no!
Los críticos también
discuten sobre la clasificación o no de Maqroll como alter ego. No,
en absoluto.
Personalmente, no estoy de
acuerdo porque alter ego implica la idea de otredad, del otro, de otro
diferente, como en el caso de Pessoa que desarrolla cualidades bien diferentes
a su personalidad a través de sus heterónimos. En cambio, el caso de Maqroll lo
veo mucho más unido a la personalidad del autor. ¿Qué clasificación haría usted
desde el punto de vista técnico-narrativo de Maqroll? ¿Cómo lo definiría desde
esta perspectiva?
Es un personaje construido
con mis sueños, con mis experiencias, con mis fallas en la vida…, en fin, con
mi interior. Respecto del libro de Elena Poniatowska quiero hacer una
aclaración. ¿Tú no has leído Diario de Lecumberri?
Sí.
Ahí está la verdad. Elena
hace un retrato mío, al comienzo, de un señorito que baila, que danza, que anda
buscando muchachas de alta sociedad, con títulos de nobleza, eso no existió,
eso no es así.
Bueno, quizá esa imagen se
ve al principio de su libro, luego desaparece en el resto.
Es una especie de
caricatura.
Entonces, ¿el Maqroll de
la novela toma todo del Maqroll de la poesía?
Totalmente.
En La visita del
Gaviero (Los emisarios, 1984), hay muchísimas pistas ya de lo que
aparecerá en las novelas, que llegan sólo dos años después con La nieve del
almirante, y en ese relato, La visita del Gaviero se ve a un gaviero
contador de anécdotas maravillosas.
Exactamente.
Por ejemplo, cuando
Maqroll se acuesta con su hermana sin saber que lo es, esa es una historia
maravillosa. A usted siempre lo definen como un gran contador de historias en
las reuniones de amigos, en este sentido, ¿existe también cierta comunión entre
personaje y autor?
Bueno, yo sí cuento con
frecuencia las anécdotas de mi vida. En mi vida yo nunca he vivido de mi
vocación literaria, jamás. He tenido los trabajos más diversos, como Maqroll, y
en esos trabajos he tenido experiencias, desde accidentes de aviación hasta las
cosas más absurdas, y que me han llevado en ciertos trabajos a viajar
muchísimo. Entonces, eso me ayuda para darle a Maqroll a veces cierta soltura
[Risas].
¿Aprovecha entonces las
historias de Mutis para Maqroll?
Sí, claro.
En este relato [La
visita del gaviero] aparece una frase maravillosa: “Vivir sin recordar
sería tal vez el secreto de los dioses”. ¿Es Mutis o Maqroll quien prefiere no
volver a pasar por el corazón, quien prefiere no recordar?
Es Maqroll quien prefiere no
recordar. A mí me gusta recordar, pero para el carácter de Maqroll, necesito
esa condición.
Los papeles y cartas que
deja Maqroll al narrador de ese relato, dan lugar a novelas posteriores,
¿verdad?
Sí.
Algunos aparecen en una
librería de viejo de Barcelona como se dice al principio de La nieve del
almirante, ¿quién es ese misterioso narrador que recibe tanta documentación
de Maqroll?
[Risas]. Ay, ay, qué buena
pregunta, eh. Bueno, soy yo, ¿no? Pero un yo muy especial, no es ése el yo de
todos los días.
En cuanto a la evolución
de su obra, llama la atención la tajante división cronológica entre la etapa de
la poesía y de la novela, más que de la narrativa, ya que ha ido intercalando
relatos y poemas sueltos en los últimos años. ¿Maqroll o Mutis se volvieron
poetas ágrafos como Rimbaud?
No, no por ese camino
[Risas], porque me han pasado cosas con la poesía y con la novela cosas muy
curiosas. En Amirbar, Emir El-Bahar, jefe del mar, aparece un poema, una
invocación. Entonces, esto es absolutamente cierto, yo escribo de una forma un
poco automática, yo dejo libre la imaginación completamente, y cuando revisé
esa página me sonó raro en el acto. ¿Cómo se me ocurrió meter un poema aquí? En
una novela, en una novela de acción, y ahí se quedó y punto, porque no veo por
qué quitarlo. De pronto, por ejemplo, escribiendo novelas que llevo planeadas
aquí [se señala la cabeza], me siento y escribo una situación completamente
opuesta a la que traigo pensada, así se viene, y así se va, así se va.
Entonces, hay pedazos de mis novelas, esto me lo decía Octavio Paz, que son
exactamente trozos de mi poesía. Es la misma persona la que hace una cosa y la
otra. No creo mucho en los géneros así, tan rigurosos.
Aunque consideremos que en
la novela también hay poesía, no existen muchos casos de una evolución parecida
a la suya. Podríamos compararla con la de uno de sus autores favoritos: Valery
Larbaud y su Barnabooth. Larbaud escribió primero poemas y luego se pasó
definitivamente a la prosa.
Vuelve con gran fidelidad
a la prosa. De ahí ya no se mueve.
Por ejemplo, La nieve
del almirante es un diario como el de Barnabooth, o también ese hieratismo
de ambos personajes ante su destino, ante el fracaso. ¿Qué parecidos podría
haber entre Barnabooth y Maqroll?, dejando aparte la cuestión monetaria, tan
diferente…
Sí hay cierta relación. No
lo había pensado. Ése es un libro de esos que he leído por lo menos tres veces.
[Se refiere a A. O. Barnabooth, su diario personal]. La primera vez lo
leí en Colombia, en francés, cuando tenía veinte, veintitrés años. Y después
conseguí las obras completas de Larbaud en una edición muy linda que hizo
Gallimard. Y volví a leerlo varias veces. ¡Es que es delicioso, es delicioso!
El diario de Barnabooth me
recuerda a cosas que pasan en sus novelas: la descripción de objetos de lujo
comprados en las tiendas florentinas, que luego regala a los sirvientes del
hotel, me recuerda, por ejemplo, a las descripciones que usted realiza de los
libros viejos. También las exquisitas descripciones de paisajes, por ejemplo
ese Bósforo tan importante para Barnabooth y para Abdul.
Sí, en ese sentido soy un
buen discípulo de Larbaud. Cierto.
Siendo un tanto atrevido,
se podría decir que los textos de la Summa son como joyas perfectamente
talladas e independientes, pero al mismo tiempo podrían considerarse una
especie de esbozos inconscientes en los que el autor prepara sus novelas.
Sí. Bueno, La nieve del
almirante salió de un poema en prosa. Un día que lo tradujeron al francés,
y vi la traducción, eso me permitió la distancia del idioma. Leí el texto y me
dije: esto es un pedazo de narración, esto no tiene nada que ver con la poesía.
¡Soy un perezoso de primera! ¿Por qué no cuentas de dónde vienen ellos? ¿De
dónde viene él? ¿Y qué es lo que está pasando? ¡Y sigue!
Relaciono todo esto con su
sintagma fértil miseria.
¡Ah, sí! Ay, ay, ay
[Risas].
Leí con atención el
estudio de Consuelo Hernández, La estética del deterioro.
Muy serio.
Sí, muy serio, pero me
parece que eligió el lado equivocado del sintagma.
¿Sí?
Ella eligió la miseria, yo
me quedo con la fertilidad. No importa la podredumbre en la que se revuelca
Maqroll en la mina, sino que entonces él ve. Los barcos en ruinas, las heridas
son para mí recursos que llevan a algo más importante.
Sí, nunca verlo como
miseria. Muy bien. Estás diciendo cosas que comparto totalmente.
En cuanto a su labor de
creador, ¿de quién aprendió más en lo tocante a la construcción de novelas, y
de técnicas narrativas? ¿Cuál fue la lectura que más le influyó en este
aspecto?
Mi lectura favorita, el
novelista de toda mi vida es Charles Dickens. Yo lo encuentro
prodigioso, lo encuentro insuperable. ¡Las cosas que cuenta, la cantidad de
fantasía, de acción y de ironía! Es algo extraordinario. Y todo eso narrado con
una naturalidad absoluta.
En su forma cotidiana de
trabajo, cuando escribe una novela, ya ha dicho que sale todo automático, pero
¿no hay planificación previa?
Sí hay un diseño general.
Después ese diseño a veces se cambia en partes, justamente porque en el trabajo
mismo de escribir van surgiendo otras cosas.
Ha sido muy comparado con
Conrad y Melville. Por ejemplo, se comparan La nieve del almirante y El
corazón de las tinieblas, por el ascenso del río. Yo veo más parecidos
entre el triángulo Barnabooth, Lord Jim, Maqroll, pero la comparación por el
ascenso del río, ¿no le parece demasiado fácil?
Siempre digo a las
personas que dicen eso, y que caen en esa visión, les explico siempre que la
subida del río en La nieve del almirante es una cosa que viví yo punto
por punto. La ESSO, de donde yo era jefe de relaciones públicas, contrató unos
ingenieros franceses de una gran compañía de investigación sobre el petróleo.
Entonces ellos vinieron, y como yo hablo francés, me dijo el gerente oye, acompaña
a estos tipos porque mira dónde se van a meter, se van a meter en el Amazonas,
acompáñalos y ayúdales, y bueno, lo que se encuentre… que se encuentre, pues no
vamos nosotros a buscar petróleo allá para explotarlo, sino para saber qué hay,
nada más, y yo hice ese viaje, no en una lancha destartalada, sino en una
lancha hasta con ventiladores y todo, ¡joder pero no sabes lo que fue eso! Y
entonces sí trasladé a la narración de La nieve del almirante esa
experiencia. ¿Que se parece a El corazón de las tinieblas? Se parece en
el sentido de que es otra navegación, pero poco más. Es que tampoco puede uno
decir ¡ah, no!, un momento, esto es de Conrad, entonces no lo voy a contar, no,
yo lo cuento porque me pasó a mí.
A lo mejor se parece más
fonéticamente Maqroll a Marlow, que en otro aspecto.
Sí [Risas].
Pero no mucho más…
No, qué va. Maqroll no
hubiera aguantado la mejor disciplina que se tiene en los barcos. Yo he leído
todo Conrad y me gusta muchísimo. Y la vida de Conrad es algo que me interesa
mucho. ¡Un marino que se sacrifica y se dedica a escribir!
Y en otro idioma
totalmente diferente al suyo.
Y genial y Melville
también me interesa, sí.
En Cocora Maqroll
aparece solo, apartado de toda civilización, tratando de forma irónica a la
poca gente con la que se cruza, queriendo saltarse las reglas, las leyes…, me
recuerda la postura de los cínicos griegos. Parece Maqroll una especie de
Diógenes, un perro solitario que vive en la miseria de la que hablamos al
principio. En su actitud veo la filosofía de los cínicos griegos.
¡Claro! Los cínicos,
claro. Y otras cosas que pertenecen también al pensamiento de otros filósofos
griegos: como es el dejar pasar las cosas. No cambies, no trates de cambiar
nada, no te vuelvas el capitán de una nueva vida, déjate llevar, no intentes,
que nadie ha podido hacer nada en ese sentido, sino crear campos de
concentración, cárceles, guantánamos; y con la gente, no es que desconfíe, pero
siempre guarda una cierta distancia, porque no se le puede pedir mucho a la
gente.
Menos a Abdul.
No, con Abdul no. Ése es
su amigo, y además su amigo probado. Es el tipo de amigo que uno tiene y que
han pasado juntos no pocas cosas.
Cada vez que leemos La
muerte del estratega, nos emocionamos. Conozco a gente que llora siempre
con la muerte de Alar, pero hay algunos críticos que dicen de este relato que
no es tan bueno como diario de Lecumberri. Yo no entiendo por qué dicen esto.
Yo soy un loco de la
historia de Bizancio. Y tengo una biblioteca bizantina impresionante, no por el
número de volúmenes, sino porque tengo lo esencial, más profundo, serio, y más
trabajado que se ha escrito en Europa sobre Bizancio.
Y por ahí salió Alar.
Claro, entonces Alar se me
convirtió en una especie de compañero de sueño hasta que escribí sobre él y me
lo pude quitar de encima.
Y en la muerte de Alar
está otra vez la vuelta atrás, recordar, buscar algo que dé sentido…
Claro, claro.
¿Y eso es una trampa
literaria o eso es la vida?
Es la vida. Así es
[Risas].
Vamos terminando… Sé que
me voy a equivocar, pero le diré que hay dos escritores que admiro y que me
recuerdan mucho su estilo, su lenguaje contundente. Son un guatemalteco y un
mexicano, me refiero a Miguel Ángel Asturias y a Juan Rulfo.
Mil gracias. Conocí a
Rulfo. Fuimos amigos. Un personaje. Hicimos un viaje a Salamanca con él, con
Carmen… inolvidable. Y Asturias es un escritor que yo respeto mucho, mucho.
Tiene un lenguaje
surrealista que se me parece al de las enumeraciones caóticas que usted realiza
en sus poemas, esas enumeraciones que dejan atónito al lector.
Oye, con esas dos cosas
que acabas de decir, y con la felicidad de la gente de la ciudad donde fuimos,
de Valladolid, me voy a volver insoportable. Tú conoces la anécdota de Gabo,
¿no?
Sí, cuando le dijo lee
esto y aprende a…
¡Lea esto y no joda!
Lo de “no joda” no lo
conocía.
Es lo más importante
[isas]. Él volvió a contar toda la cosa en un capítulo de sus memorias, pero él
no dice “no joda”, es que lo tradujeron “lea esto, cabrón”. Él me preguntó
[Cuando vino a México]: “Oye, ¿qué es lo que hay para leer aquí? Dame algo de
lo nuestro, bueno, como con Abdul, ¿no?”, con esa especie de complicidad
profunda que se crea con la amistad. Dame algo de lo nuestro, de lo nuestro.
Mañana vengo. Y llegué con los dos, Pedro Páramo y El llano en llamas.
Lea esto y no joda. Bueno, lo leyó, Pedro Páramo esa misma noche. Cuando
llegué al día siguiente, ya iba como en la tercera parte de El llano
en llamas. ¡Estaba loco! Estaba pero así, delirante. Me dijo esto es un
escritor, ¡esto es un clásico!, esto es una cosa extraordinaria. Yo sabía que
le iba a pasar eso, porque esas historias de El llano en llamas no es
que sean verdaderas, pero están fabricadas con la misma intención de contar la
verdad de una zona, de una región, ¡y con toda la poesía que tienen además! Y
Gabo también hará lo mismo. Me dijo, lo quiero conocer. En ese momento estaba
pasando Juan por una época de desintoxicación alcohólica. Estaba muy afectado.
Le dije, no es el momento de conocerlo. Me dijo, usted no entiende a nadie,
carajo [Risas]. La mitad de las conversaciones con Gabo son regaños [Risas].
Rulfo fue una persona muy compleja, pero de una seriedad y de una profundidad
tremendas. En el viaje que hicimos de Madrid a Salamanca en un bus, en un bus
de la universidad, iban también otros escritores, y entonces mencioné una fruta
que hay en Colombia, que se llama la curuba, y que en México se llama granada
del Perú y también cordelina, y se hace un jugo que ni te imaginas la delicia.
Y entonces me dijo Rulfo pero si de eso hay en México. Déjate de cuentos, porque
hemos ido a toda clase mercados y no hay. Rulfo insistía, sí hay, justamente al
pie del volcán de la ciudad hay un sitio que vende cordelinas y tiene que ir
allá. Se puso de tal forma en el bus, que le dije que si había de veras curubas
en México, me quedaba a vivir en México hasta que muriera. Estuvimos en
Salamanca unos días, vino Torrente Ballester, mucha gente, y regresamos a
México. Y unos días más tarde, un par de semanas, llegó Rulfo, timbró, bajé a
abrir, y en una bolsita de papel, de esas de las tiendas, me dijo, aquí tienes
las cordelinas, para que te quedes con nosotros hasta que te mueras, toma. Era
un tipo genial.
[Interviene el poeta
peruano Diego Valverde Villena]
¡Y de los que más obra ha
quemado!
Yo he quemado dos novelas.
El
general en su laberinto está quemada por usted antes de
ser escrita, ¿no?
[Risas]. Sí. Pero es que
me pasan muy curiosas. Esa manera de escribir que te he explicado antes, tiene
una condición bastante incómoda y fregada, es que no la puedo interrumpir,
porque aterrizas de nuevo. Estaba escribiendo una novela, Un bel morir,
¡que me costó un trabajo! De eso que empiezas a escribir y cuando lo lees, dice
esto no es, esto no es, pero tengo que dejarlo, porque lo que viene, y un día
apareció la historia del tramp steamer. Yo tenía un libro con retratos de los
tramp steamers, y yo los he visto. Me senté, y me escribí el Tramp Steamer
sin hacerlo conscientemente, pero sacándole cuerpo a las dificultades de Un
bel morir, y acabé, y me dije, ahora tienes que acabar la otra: ya has
perdido todos los siglos, y estas en el Tramp Steamer. Por eso le tengo
al Tramp Steamer tanto cariño, lo quiero mucho porque representa la
imagen del hombre. Todos somos medio tramp steamer [isas].
¿Qué otros símbolos hay en
su obra además del tramp steamer? Hemos hablado del viaje, de la fértil
miseria… ¿De dónde sale esa mariposa lanuda y negra que hay en sus primeros
poemas?
¡Ah! Cállate. Le tenemos
terror. De niños adquirimos las fobias, y a mí se me quedó la fobia a esas
mariposas, que además en Colombia se dan ni te imaginas, se dan en la Tierra
Fría, arriba, en Bogotá, se dan en la Tierra Caliente, donde estaba la finca
nuestra, y son estas negras, tabaco oscuro. Hay la leyenda que cuando aparece
una de esas, alguien va a morir en la casa, pero la fobia mía no es
superstición para nada. ¡Un día se nos metió en nuestra habitación una! Y yo
pegué una carrera, se abrió la ventana que da al jardín, y salimos disparados y
cerramos la puerta, y dormimos en otro cuarto que había allí. Los murciélagos se
parecen tanto a las mariposas y algunas mariposas son casi del mismo tamaño. Si
hubiera aquí una de esas, lo sabríamos sin verla. Cuando trabajaba en la
aviación, yo me subía a cualquier avión, preguntaba si eran de carga o no, e
iba. En uno de pasajeros que venía casi vacío, me senté y había una mariposa
así [abre sus enormes manos] junto al vidrio, me paré y me fui donde el piloto,
y me dijo, lo siento mucho, no se puede parar, y le dije, vete al carajo, no me
voy a sentar ni en el puesto tuyo, ni en el del copiloto, me voy a sentar aquí,
en el suelo. Y me dijo, no, en el suelo no, necesitas sentarte, y sacó un
asientito de estos pegados a la pared… ¡Siéntate ahí! ¡Estás loco! ¡Estás loco
Mutis! ¡Te he visto hacer cosas muy raras!