MANUEL P. VILLATORO / MADRID
Ilusionista de
profesión, Jasper Maskelyne logró presuntamente ocultar mediante sus trucos el
puerto de Alejandría de los bombardeos enemigos
No hace mucho corría
en Europa una cruel época –la II Guerra Mundial- en la
que cualquier técnica, por irrisoria que fuera, era tenida en cuenta para
detener la carnicería que se vivía en los campos de batalla. Precisamente una
de las más estrafalarias fue la de Jasper Maskelyne, un mago
británico que, mediante sus trucos de ilusionismo, consiguió presuntamente
ocultar el puerto de Alejandría evitando así que fuera reducido a escombros por
los bombarderos nazis.(...)
Y es que, según
cuenta la leyenda, este mago cambió la capa negra y la varita por un uniforme
militar y un fusil para, mediante su ingenio, combatir el terror que llegaba de
manos del sádico Adolf Hitler. Al menos eso es lo que narra el popular escritor
David Fisher
en su obra «El mago de la
guerra», uno de los pocos libros que explica pormenorizadamente la
vida de Maskelyne, cuyas peripecias siguen estando custodiadas por Inglaterra
bajo extremo secreto y no verán la luz hasta dentro de una treintena de años.
Verdad para unos,
mentira para otros, lo cierto es que la leyenda de Maskelyne se ha mantenido
viva en la memoria colectiva de Inglaterra gracias, en parte, a los diarios
escritos por el propio mago hace más de seis décadas. Sea o no real lo
que aparece en estos libros, lo cierto es que hoy en día es imposible hablar de
magia sin que el nombre de este ilusionista salga a la palestra como uno de los
héroes más curiosos de la Segunda Guerra Mundial.
La ¿verdadera? historia
Según Fisher,
Maskelyne nació en 1.902 en el seno de una familia bien conocedora de la magia.
De hecho, el joven pronto se vio capturado por el negocio familiar de manos de
su padre y su abuelo, los cuales habían inventado y perfeccionado todo tipo de
fantásticos e increíbles trucos que representaban sobre los escenarios
londinenses. Al poco, y con apenas 24 años, le llegó el momento de salir a
escena y demostrar sus muchas habilidades.
«Jasper se convirtió
rápidamente en uno de los más famosos magos de Londres. Medía 1,93 y era guapo
en el estilo vistoso de aquella época. Su pelo era negro y resplandeciente y se
lo peinaba hacia atrás con extremo celo, y el bigote lo llevaba siempre
pulcramente recortado y cepillado. Sus profundos ojos verdes y los hoyuelos que
se formaban al reírse, combinados con otro que tenía en la barbilla, hacían de
él un digno rival de la bravuconería de los ídolos de los matinés», narra
Fisher en su obra.
Comienza la guerra
Sin embargo,
mientras Maskelyne se convertía en toda una celebrity de la noche londinense,
al otro lado del Canal de la Mancha un tipo, también con mostacho, tomaba las
armas contra Polonia e iniciaba una de las guerras más
sangrientas de la historia. El calendario marcaba el 1 de
septiembre 1.939 cuando los ejércitos de Adolf Hitler se lanzaron
en una ofensiva brutal contra su precariamente armado vecino.
Maskelyne trató de alistarse, pero fue
rechazado por su avanzada edad
Durante los meses siguientes todo fue sangre y muerte en
Europa, cuyos territorios, impotentes ante la ferocidad del Führer, cayeron
bajo el yugo de la cruz gamada y el águila imperial del Reich. Tal era la
codicia de Hitler que, en 1.940 y tras hacer doblar la rodilla a los polacos y
franceses, puso sus ojos en las costas inglesas.
No fue necesario
esperar más que hasta julio de ese mismo año para que los alemanes, ansiosos
como estaban por derrocar al gobierno británico, enviaran a la Luftwaffe
–la fuerza aérea nazi- a bombardear hasta la saciedad a la población inglesa. A
cambio, se encontraron a una débil pero valiente RAF (Royal Air Force) dispuesta
a luchar hasta el último avión por defender su patria. Acababa de iniciarse la Batalla
de Inglaterra.
La magia de la batalla
En esas andaba
Europa mientras Jasper, función va, función viene, daba a conocer sus
magníficas habilidades al mundo. De hecho, y según narra en su libro Fisher, el
mago se encontraba haciendo uno de sus números más populares cuando se enteró,
gracias a un oficial, de que el combate había dado comienzo. «Maskelyne estaba
bebiéndose un vaso de cuchillas de afeitar cuando empezó la guerra. Se trataba
de un truco antiguo que había popularizado su abuelo (…) y que a menudo había realizado
también su padre», señala el autor.
WIKIMEDIA
J. Maskelyne
Una vez que se puso al corriente del asalto de Hitler a Gran Bretaña este
ilusionista tomó una firme resolución. Concretamente, decidió alistarse en el
ejército para dar su merecido a aquellos soldados que portaban con orgullo la
esvástica y devolverlos, a base de fusil, a su Alemania natal. No obstante, su
avanzada edad –contaba casi 38 veranos-, le impidió acceder al servicio
militar.
A pesar de ello, este veterano mago no se rindió y cambió de táctica. Ya
que no era lo suficientemente joven para portar fusiles y ametralladoras,
usaría aquello que mejor conocía como arma contra el nazismo: la magia. Y es que,
creía que era posible engañar a los soldados de Hitler de forma similar a como
lo hacía con sus espectadores en un teatro.
Según afirmaba, podía situar ejércitos donde no había más que arena y
lograr que sus enemigos creyeran que estaban siendo atacados por obuses
inexistentes. «Denme libertad y no habrá límites para los efectos que puedo
crear en el campo de batalla. Puedo crear cañones donde no los hay y hacer que
disparos fantasmas crucen el mar. Puedo colocar un ejército entero en el
terreno si eso es lo que quiere, o aviones invisibles», determinaba el mago
según Fisher.
Finalmente, la insistencia jugó del lado del mago que, tras mucho
insistir, logró que un oficial le concediera una entrevista. Ahora, su misión
sería la de explicar en qué podría contribuir un ilusionista en la lucha contra
Hitler. Maskelyne debió de hacer uso de toda su capacidad persuasiva, pues, al
término de la audiencia, el ejército le aceptó entre sus filas y le destinó a
un campamento en el que debía aprender de los mejores el arte del camuflaje
militar. Acababa de comenzar la carrera del «mago de la guerra».
En esta particular escuela, el heredero de una de las mayores y más
largas estirpes de magos británicas aprendió a desfilar, la organización
militar y, además, multitud de trucos y principios que, posteriormente, le
ayudarían a salvar al ejército inglés de las garras de los nazis. «Entre las
muchas cosas que tuvo que aprender se encontraba cómo “leer” las fotografías de
reconocimientos aéreos, cómo engañar las cámaras aéreas enemigas y cómo
determinar si el enemigo tenía posibilidades de despistar la vigilancia
británica», completa el autor en el texto.
La guerra africana
Después de que Jasper se licenciara en el arte del engaño, el ejército le
envió a uno de sus primeros destinos: el norte de África, un lugar en el que
también se dirimía el destino de la Segunda Guerra Mundial. Soplaban en el aire
cálidos vientos de guerra, pues los ingleses, necesitados de conquistar el
territorio para presionar el sur europeo, luchaban entonces a fusil, granada y
cañón contra los italianos, aliados por entonces de la Alemania nazi.
Curiosamente, la contienda se había iniciado felizmente para los
británicos en este continente. Y es que, en primera instancia consiguieron
derramar la sangre de los soldados de Mussolini y hacerse con una buena parte
del territorio norteafricano. No obstante, esto no fue más que un espejismo, ya
que, en cuanto Hitler supo de la derrota de sus aliados italianos, envió varias
de sus unidades como refuerzo.
Así, en 1.941 hizo su aparición en el territorio el Afrika Korps –un cuerpo
formado por Hitler para combatir en África-. A su mando se hallaba nada menos
que el mariscal de campo Erwin Rommel -conocido como el «zorro del desierto»-. Al poco, quedó
claro que este oficial alemán no se había ganado su popularidad a la ligera,
pues, siempre en inferioridad numérica, propinó varias derrotas a sus enemigos
haciendo uso de ingeniosas técnicas militares.
¿Tanques o camiones?
Maskelyne recibió uno de sus primeros y más curiosos encargos cuando se
encontraba en Egipto. Por aquel entonces, este ilusionista ya había creado su
propio grupo, el cual, entrenado para llevar a cabo todas las peripecias
mágicas imaginables, se encontraba formado por escultores, carpinteros,
electricistas e incluso un experto viñetista.
A la «Cuadrilla mágica», como se hacía llamar el variopinto grupo, se le
ordenó en 1.941 una difícil tarea: camuflar varias decenas de tanques para que,
a los ojos de los aviones nazis que merodeaban la zona, pareciesen camiones.
Esta extravagante misión era crucial para el desarrollo de la guerra en África,
ya que, si los alemanes averiguaban donde se encontraban los blindados
británicos, tendrían la posibilidad de reorganizar sus panzers y mandar
fácilmente a los aliados al infierno.
La dificultad del proyecto no detuvo a Maskelyne quien, a las pocas
horas, ya había cavilado la solución para convertir a un poderoso blindado en
un inofensivo vehículo de transporte. Concretamente, ideó una estructura
formada por dos piezas que podía ser fácilmente montada y desmontada sobre un
tanque y que, una vez puesta, lo transformaba totalmente en un camión.
Ante la imposibilidad de
ocultar el puerto de Alejandría, el mago decidió moverlo
«El aparataje para transformar un
tanque en un camión –el “escudo solar” lo apodó- estaba hecho con lienzo
pintado y extendido sobre dos estructuras plegables de madera. Cada una de las
estructuras cubriría la mitad del tanque, desde delante hacia detrás. Cuando se
alzara, un escudo solar vagamente parecido a tres cajas rectangulares de
diferentes alturas y anchuras puestas juntas, formarían una escalera de tres
peldaños desiguales. El primero, una caja cuadrangular que representaba el capó
del camión, el segundo más alto y estrecho hacía de cabina del conductor, y el
más alto de todos y el más extenso que vendría a ser el remolque del vehículo»,
añade Fisher.
Una vez construido un prototipo, Maskelyne sometió su invento a una
prueba frente a los escépticos oficiales británicos. Para ello, situó un tanque
armado con el escudo solar entre una formación de camiones y, a cierta
distancia, pidió a sus superiores que trataran de adivinar cual era el vehículo
disfrazado. Tras el paso de los minutos, ninguno consiguió lograrlo. El mago de
la guerra había ganado así su primera batalla.
Alejandría, el puerto clave
Maskelyne tuvo que esperar algunos meses para ejecutar la que sería su
«actuación» más imponente como mago militar. Concretamente, esta la realizó en
un escenario un millón de veces más grande que los pequeños teatros
londinenses: el puerto de Alejandría, ubicado en plena tierra de faraones. Por
aquel entonces este enclave era decisivo para los británicos, pues mantenían
gracias a él una línea de abastecimiento y aprovisionamiento necesaria para su
supervivencia.
Petróleo, municiones, alimentos… la preservación de este puerto era
básica para continuar la guerra en el norte de África y, como no podía ser de
otra forma, Hitler era consciente de la situación. Por ello, el Führer no lo
dudó y envió contra Alejandría todo su potencial aéreo de manos de la Luftwaffe
–la poderosa fuerza aérea nazi-. Su plan era sencillo: bombardear hasta la
saciedad el terreno noche tras noche con gran violencia hasta que los británicos pidieran
compasión de rodillas.
Acosados por los constantes explosivos alemanes, los oficiales aliados
adoptaron medidas desesperadas y encargaron la defensa del puerto a la
«Cuadrilla Mágica». Para perplejidad del mago, sus superiores le ordenaron
ocultar de la vista el fondeadero de mayor importancia de Egipto y uno de los más
grandes del Mediterráneo.
Un descabellado plan de ocultación
Con todo, el mago no tardó en llegar a la conclusión de que era
absolutamente imposible ocultar un lugar de tal magnitud de los bombarderos
nazis. Sin embargo, y recordando un viejo truco que llevaba a cabo en sus años
de ilusionista, decidió que, ya que no podía esconderlo, lo cambiaría de lugar. Dicho y hecho, a la mañana siguiente, y ante los perplejos militares
que protegían el territorio, ordenó construir una réplica similar del puerto en
una bahía–la de Maryut- ubicada a unos pocos kilómetros de la de Alejandría.
En el Canal de Suez cegó
a los bombarderos nazis con focos para impedir que atacaran
«Al día siguiente precintaron la
solitaria zona que rodeaba la bahía de Maryut, y comenzaron la construcción de
un puerto simulado. Usando fotografías de reconocimiento nocturno como modelo,
los ingenieros reprodujeron el patrón de las luces de tierra del puerto
Alejandría clavando centenares de linternas eléctricas en la arena y en el
fango. (…) Se construyeron (además) barracas de contrachapado de diferentes
formas y tamaños, y algunas de ellas contenían grandes cargas explosivas que
emitirían ráfagas y humo similares a los que producían las bombas alemanas
cuando estallaban», destaca Fisher.
A su vez, y ya que la maqueta debía ser lo más similar posible al puerto
real, se creó una pequeña flota falsa de buques e, incluso, se instaló un falso
faro igual al que había construído en el fondeadero real. La idea era
relativamente simple: durante los ataques nocturnos de la Luftwaffe se deberían
apagar todas las luces del verdadero puerto y encender las de la maqueta. De
esta forma, y si los alemanes mordían el anzuelo, bombardearían una bahía
absolutamente vacía.
Finalmente, también se organizó una unidad dedicada a falsear los
destrozos provocados por las bombas en el verdadero puerto de Alejandría. De
esta forma, los aviones de reconocimiento nazis enviados durante el día no
tendrían dudas de que sus compañeros habían soltado su mortífera carga sobre el
objetivo correcto.
Llegan los nazis
Una vez que el teatro estuvo preparado, sólo quedaba esperar la llegada
de los espectadores -en este caso, los soldados de Hitler-. Aquella noche la
salvación de una ciudad dependía de un truco de magia y, como era de esperar,
la tensión no tardó en aumentar cuando los primeros sonidos de motor resonaron
en el cielo. Sin demora, las luces del puerto se apagaron y se conectaron las
de la maqueta.
El miedo crecía en los corazones británicos mientras veían como los nazis
avanzaban, lenta pero inexorablemente, hacia el verdadero puerto. Sin embargo,
cuando todo parecía perdido, los británicos observaron con estupor como la
Luftwaffe arrojaba inocentemente sus bombas sobre la falsa representación del
fondeadero. De esta forma, y sin decir ni siquiera un «abracadabra», el mago
había realizado su truco satisfactoriamente.
La ocultación del Canal de Suez
El grupo de Maskelyne no se detuvo en ese punto, sino que su popularidad
les granjeó multitud de encargos por parte del mando británico. Entre ellos,
hubo uno en el que el mago tuvo que hacer uso de toda su capacidad inventiva y
la totalidad de su experiencia como ilusionista: la ocultación del Canal de Suez.
Esta inmensa vía navegable de más de 160 kilómetros de longitud ofrecía en
aquellos años a los ingleses una ventajosa ruta comercial con Asia, algo que
los nazis sabían. Por lo tanto, y como cabía esperar, no pasó mucho tiempo
hasta que Hitler ordenó movilizar a un gran contingente de cazas y bombarderos
con la intención de cortar el tráfico de este canal ubicado en Egipto.
Los británicos, desesperados ante los bombardeos nazis, decidieron poner
de nuevo su futuro en manos de este ilusionista. Por su parte, Maskelyne no
pudo más que asombrarse cuando recibió el encargo. Ocultar un puerto en la
oscuridad o pequeños camiones era una cosa, pero se estremecía ante la idea de
esconder una construcción de las dimensiones del Canal de Suez.
Pero pronto una vaga idea comenzó a tomar forma en su cabeza. «Después de
valorar varios proyectos, el mago creyó haber encontrado el truco para ocultar
el canal a los aviones alemanes. Para ello se basó en un principio empleado con
profusión en el ilusionismo, como es el atraer la atención del espectador con
luces, pequeñas explosiones o humo para que así no adviertan lo que está
ocurriendo en la otra parte del escenario. El plan, por lo tanto, se basaba en
el deslumbramiento que producía un buen número de reflectores situados a lo
largo del Canal, con lo que sería imposible que los pilotos pudieran fijar sus
objetivos», determina, en este caso, el historiador y periodista Jesús Hernández en su
libro «Las cien mejores
anécdotas de la Segunda Guerra Mundial».
Después de decidir la forma de proceder, a Maskelyne solo le quedaba
hacer frente a la escasez de focos, algo que volvió a suplir con su increíble
ingenio. «Para conseguir la cantidad de puntos de luz necesarios diseñó un
aparato formado por láminas de hojalata pulida que lograba que el haz de luz de
un reflector se proyectase desde veinticuatro focos distintos, con lo que se
cubría una zona del cielo muy amplia y con una intensidad aceptable», añade el
experto español.
Una vez realizadas las pruebas pertinentes, Maskelyne dio el visto bueno
y los focos se prepararon para recibir a sus sanguinarios invitados. El invento
no decepcionó a los británicos, pues, en los bombardeos sucesivos, los pilotos
alemanes eran incapaces de fijar el blanco ante la ingente cantidad de luz que
les llegaba desde el Canal. De forma increíble y extravagante, el mago había
cumplido de nuevo su misión.
Sin embargo, y a pesar de haber contribuido a la victoria aliada sobre
los alemanes, parece ser que Inglaterra no honró a este mago como debía. «Una
vez terminada la contienda, Maskelyne no recibió el reconocimiento que sin duda
merecía. Un tanto desengañado por este olvido, se retiró a una granja en Kenia,
en donde fallecería en 1973», finaliza Hernández.