Phil Bronstein
Fecha
de publicación en Tlaxcala: 13/02/2013
El Navy SEAL que acabó
con la vida del líder de Al Qaeda dice en su primera y única entrevista
sentirse abandonado por el Gobierno de Estados Unidos
Los Navy SEAL —el elitista grupo
de la armada encargado de operaciones especiales— viven bajo un grueso manto de
secretismo. Sus identidades son anónimas y en caso de violar ese acuerdo pueden
pagar con la cárcel. A los 23 hombres que la noche del 1 de mayo de 2011
volaron al interior de Pakistán para dar caza y
captura al “más infame terrorista de nuestro tiempo” —en palabras del
jefe de la CIA, Leon Panetta— se les ordenó que al día siguiente olvidaran lo
sucedido e hicieran como que no había pasado nada.
De esos 23 Navy SEAL, uno de ellos
descerrajó tres tiros en la frente al líder de Al Qaeda, al enemigo público
número uno de EE UU. Pero su identidad es secreta y por seguridad lo mejor
sería que accediera a un programa de protección de testigos. El único problema
es que tal programa no existe en el Departamento de Defensa.
Tan anónimo es el hombre que mató
a Bin Laden que puede que su próximo trabajo sea conducir un camión de reparto
de cerveza en Milwaukee. (...)
Eso es lo que le ofreció el Ejército cuando decidió
dejar atrás 16 años de pertenencia a la Marina, compuestos por 12 despliegues
en el exterior y más de 30 enemigos abatidos.
Por primera vez, el hombre que
acabó con la vida de Bin Laden ha contado su historia y lo ha hecho a lo largo
de un año a Phil, exdirector del San Francisco Chronicle y actual presidente
del Centro para el Periodismo de Investigación. La entrevista
exclusiva de 26 folios de extensión fué portada en el número de marzo
de la revista Esquire.
El titular de la entrevista resume
los 26 folios: “El hombre que mató a Osama Bin Laden… está fastidiado”. A falta
de identidad que poder revelar, Bronstein ha dotado a ese hombre de un apodo.
Le llama El
Tirador
(The
Shooter).
Ambos hombres establecieron una relación muy cercana —“y muchos tragos de whisky escocés”— en el
transcurso de su convivencia para el reportaje, que revela que El Tirador
carece de seguro médico y pensión tras abandonar las Fuerzas Armadas el año
pasado.
“El seguro de salud para mí y para
mi familia concluyó en septiembre de 2012”, explica en la historia de Esquire.
“Pregunté si había algún tipo de transición entre el seguro que cubre a los
militares y el que debo tener en la vida civil y me dijeron que no”. “Estás
fuera del servicio, tu cobertura se ha acabado. Gracias por tus 16 años de
servicio”, agrega el SEAL. “Ahora que te jodan”, añade él.
A diferencia de
Matt Bissonnette, otro NAVY SEAL cuya identidad quedó revelada tras
contar en un libro la misión que acabó con la vida de Bin Laden, El Tirador ha mantenido el código
de silencio que se exige y se espera de ellos. En este relato se obtienen, sin
embargo, nuevos detalles de aquella noche. “Le disparé dos veces en la frente.
¡Bap, Bap! La segunda según estaba cayendo. Se encogió en el suelo frente a su
cama y le disparé otra vez ¡Bap! En el mismo sitio”, se lee en el reportaje.
“Estaba muerto. No se movía. Tenía la lengua fuera. Le miré mientras daba sus
últimos respiros, tan solo un suspiro reflejo”.
El Tirador dice entonces que
mientras veía cómo agonizaba no sabía si aquello era lo mejor o lo peor que le
había hecho en su vida. “Esto es real y este es él”. El fin de semana anterior
a su despliegue para la misión, El Tirador se compró unas caras gafas de sol
(350 dólares) y asegura que se sintió culpable porque compró regalos para sus
hijos —de quien se despidió pensando que no los volvería a ver— mucho menos
caros. “Pero pensó que lo mejor era morir con estilo”, apunta Bronstein.
Bronstein expone en su reportaje
que un hombre que tiene el cuerpo lleno de cicatrices por haber servido a su
país, que sufre de artritis, tendinitis y tiene las vértebras dislocadas
debería recibir algo a cambio, más que una oferta para repartir cerveza. “Nadie
que lucha por este país debería de tener que luchar por un trabajo”, dijo
Barack Obama en su pasado
discurso del Día de los Veteranos. “No tendría que luchar por tener
un techo sobre su cabeza o los cuidados que se han ganado al volver a casa”.
En opinión del director del Centro para el Periodismo de Investigación
no es un problema de fondos. “El Gobierno de Estados Unidos puso precio a la
cabeza de Bin Laden y ofreció 25 millones de dólares que nadie ha cobrado”.