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09 noviembre, 2012

CUANDO LATINOAMÉRICA COLONIZÓ AL MUNDO...


A 50 AÑOS DEL “BOOM” LITERARIO
... con la imaginación

La publicación de “La ciudad y los perros” de Mario Vargas Llosa es tomado como el punto de partida.

Carmen Sigüenza - EFE

Todo empezó con el deseo de convertir “el dolor en una fiesta” y de colocar a Latinoamérica de otra forma en el mundo. Una magia, un carnaval de la literatura, alimentado por Borges, Carpentier, Rulfo y Onetti, y que Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa convirtieron en un “boom”, del que se cumplen 50 años.
Y es que, sin saberse en qué fecha exacta se inicia el llamado “boom” latinoamericano que dejó a Europa boquiabierta gracias a la proyección que le dieron desde España editoriales como Seix Barral, se ha tomado la publicación hace 50 años de “La ciudad y los perros” de Mario Vargas Llosa como punto de partida.
Un homenaje a unos escritores que van a volver a ser revisados en un congreso internacional que comienza el 5 de noviembre en Madrid, en la Casa de América, y que inaugurará Mario Vargas Llosa.
Ese nombre, ese sonido de “boom” que definió el apabullante éxito de la nueva novela latinoamericana, fue puesto por el periodista y escritor Luis Harss (Valparaíso, Chile, 1936), quien anticipó este fenómeno sin precedentes en su libro “Los nuestros”, que (...)
publicó en 1966 y que ahora vuelve a editar Alfaguara.
Ahí estaban los maestros, Borges, Asturias, Guimaraes Rosa, Onetti o Rulfo, y los jóvenes que serían los magos del “boom”: Cortázar, Carlos Fuentes, García Márquez y Mario Vargas Llosa.
“No estoy contento con este nombre y muchas veces me arrepiento de él porque me parece un poco superficial”, explica Harss.
“En 1966 -argumenta Harss- me encontraba como periodista en una reunión en la que estaba Vargas Llosa, en Buenos Aires, con el jurado en torno al premio Primera Plana, y empezaron a hablar de la novela iberoamericana, y entonces hice un comentario idiota al decir que lo que estaba pasando con la novela era como el ‘boom’ económico que había vivido Italia; luego lo escribí en un reportaje y desde entonces se quedó”.
Estos escritores se preocuparon por encontrar un lenguaje y por cómo hacer del continente americano una experiencia universal, señala Harss.
“Un continente que había sido marginal, digamos, que alguien llamó el pecado capital de América, que consistía en haber nacido fuera de la cultura y fuera de la historia y que hasta entonces la novela lo había aceptado con un tipo de novelas parciales y regionales. De pronto, estos autores hablaban aceptando su propia tradición, su propia cultura, pero la proyectaron hacia fuera: universalizaron los temas”, sostiene el periodista chileno.
El contexto político, en los años sesenta y setenta, también caracterizó a este grupo de escritores: las dictaduras o la revolución cubana marcaron sentimientos mezclados de utopía, tragedia, barbarie, insatisfacción o deseo de justicia.
“Vale tener en cuenta -escribe Carlos Fuentes en su libro “La gran novela latinoamericana“- que, literariamente, esta es la tierra común del Señor Presidente de (Miguel Ángel) Asturias y el Tirano Banderas de Valle-Inclán, el Primer Magistrado de Carpentier y el Patriarca de García Márquez, el Pedro Páramo de Rulfo y los Ardavines de Gallegos, el Supremo de Roa Bastos, el minúsculo don Mónico de Mariano Azuela y el Trujillo Benefactor de Vargas Llosa”.
Así, se fue construyendo una imaginación liberada, un canto de libertad. Una épica del desencanto que convirtió las balas en belleza radical, la naturaleza extrema en mito y el lenguaje en una fiesta mágica. Una nueva realidad que dio títulos como “La casa verde”, de Vargas Llosa; “Cien años de soledad”, de García Márquez; “Rayuela”, de Cortázar o “La muerte de Artemio Cruz”, de Carlos Fuentes. Estos solo por mencionar brevemente algunos de los muchos libros que fueron éxitos del “boom” y que traspasaron la frontera de España y América Latina, ya que fueron traducidos en toda Europa.
Admiradores de Joyce, Proust, Sartre, Camus o Faulkner, los dueños del “boom” son unos clásicos que viven, como García Márquez y Vargas Llosa, ambos premios Nobel, y que tienen ahora la oportunidad de ser revisitados.
“Serán revisitados para recordarlos, criticarlos y ponerlos en su sitio. Ellos dieron un salto hacia adelante y marcaron un punto de inflexión”, dice a Efe Juan José Armas Marcelo, director de la cátedra Mario Vargas Llosa, organizadora del congreso internacional sobre el “boom”, junto con Acción Cultural Española.
Y es que, al fin y al cabo, como escribió García Márquez, “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

/// ANÁLISIS Ana Mendoza - EFE
Los escritores nacidos después de los 60 los ven como clásicos

Los escritores hispanoamericanos nacidos después de 1960 nunca sintieron que pesara sobre ellos como una losa el listón tan alto que dejaron los novelistas del “boom“ latinoamericano. Al contrario: los consideran sus clásicos y, como dice Jorge Volpi, “de los clásicos solo se puede aprender”.
“Yo no sería escritor si no hubiera leído ‘Cien años de soledad’ a los 16 y ‘Rayuela’ a los 19. Y no sería el escritor que soy si no hubiera leído toda la obra de Vargas Llosa a los 21”, afirma el novelista colombiano Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), al responder unas preguntas sobre el 50 aniversario del “boom”.
Esas preguntas las han contestado el mexicano Jorge Volpi, de 44 años, y los peruanos Fernando Iwasaki, de 51, y Santiago Roncagliolo, de 37.
Los cuatro viven en España, han ganado premios importantes y son representativos de la nueva literatura latinoamericana, muy distinta de la del “boom” pero con la que, según Volpi, tratan de “responder a los grandes desafíos” de aquel movimiento fundamental, que, asegura Roncagliolo, “puso a América Latina en el mapa cultural“.
“Antes de los escritores del ‘boom’ nadie sabía que existíamos”, señala el autor de “Abril rojo” (Premio Alfaguara 2006).
La principal consecuencia de ese movimiento “son decenas de libros memorables. Y luego, claro, inventar una América Latina literaria, que ha llegado a suplantar a la América Latina real”, apostilla Volpi, autor de “En busca de Klingsor” (premios Biblioteca Breve y Grinzane Cavour) y de “La tejedora de sombras” (Premio Planeta Iberoamericano).
La genialidad de autores como García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Cortázar, pudo “oprimir” a “ciertos compañeros de generación o de la siguiente promoción”, pero “de ninguna manera” a quienes nacieron después de 1960, asegura Iwasaki, Premio Nacional de Narrativa y Premio Nacional de Ensayo.
“Los autores del ‘boom’ fueron nuestros maestros y nuestras referencias literarias. Nosotros los leímos sin envidias y sin ánimo de competir, porque los descubrimos como lectores a la edad de quince años o menos”, dice Iwasaki.
“Son nuestros clásicos, y de los clásicos solo se puede aprender. Fueron y son mis maestros. Habría que imaginar que, en otras tradiciones, serían los equivalentes de Shakespeare o de Goethe”, subraya Volpi.
Para Vásquez, que ganó el Premio Alfaguara con “El ruido de las cosas al caer”, nacer después de esa generación le “facilitó mucho las cosas”.
“Lo que hicieron esos libros extraordinarios fue abrirnos el camino: enseñarnos a aprovechar otras tradiciones, darnos un ejemplo de consagración al oficio, mostrarnos los riesgos de mezclarse con la política”, comenta Vásquez.
Roncagliolo supone que el “boom” marcó un listón “anormalmente alto”, y, de hecho, cuando él empezó su carrera literaria “la idea“ que tenía de un escritor era que “debía ser capaz de escribir 700 páginas, ganar un Nobel y ser candidato a presidente”, afirma con humor.
¿Alguno de estos escritores sintió ganas de hacer eso tan freudiano de “matar al padre“?
“Nunca”, asegura Vásquez, al referirse a García Márquez: “Me han entrado ganas de discutir mucho y a veces pelear a puñetazo limpio. Y muchas veces ni siquiera es con él, sino con sus imitadores baratos que han convertido la literatura latinoamericana en un parque temático del realismo maravilloso. A ellos sí que les reprocho algo”.
En el caso de Roncagliolo, el “padre” es Vargas Llosa y reconoce que “es difícil hacer algo que no haya hecho él: desde columnas políticas hasta espectáculos de teatro, desde crónicas periodísticas hasta programas de televisión. Simplemente, llega un momento en que comprendes que no tienes que hacerlo”.
La realidad política y social de América Latina es muy distinta de la que había en los años sesenta y setenta, y también ha cambiado la literatura: “Nuestros países son democracias. Ya no se debate la revolución. Eso significa que los escritores ya no somos personajes políticos. No hace falta”, indica Roncagliolo, convencido de que hoy día “nadie se creería novelas como ‘Cien años de soledad’ o ‘Rayuela’”.
“Hace cincuenta años la gente creía en la utopía. Hoy no le creemos ni al periódico. Conozco muchos escritores realistas hoy en día, pero no he encontrado ni un Cortázar”, añade el autor de “Pudor”.
Iwasaki lo ve así: “Los maestros del ‘boom’ escribieron los grandes relatos nacionales y las primeras novelas totales. Hoy es el tiempo de las épicas íntimas y de los grandes relatos familiares que atraviesan lenguas y continentes distintos”.