A 50 AÑOS DEL “BOOM” LITERARIO
... con la imaginación
La publicación de “La ciudad y los perros” de Mario Vargas Llosa
es tomado como el punto de partida.
Carmen
Sigüenza - EFE
Todo empezó con el deseo de convertir “el dolor en una
fiesta” y de colocar a Latinoamérica de otra forma en el mundo. Una magia, un
carnaval de la literatura, alimentado por Borges, Carpentier, Rulfo y Onetti, y
que Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa convirtieron en un “boom”, del que
se cumplen 50 años.
Y es que, sin saberse en qué fecha exacta se inicia el
llamado “boom” latinoamericano que dejó a Europa boquiabierta gracias a la
proyección que le dieron desde España editoriales como Seix Barral, se ha
tomado la publicación hace 50 años de “La ciudad y los perros” de Mario Vargas
Llosa como punto de partida.
Un homenaje a unos escritores que van a volver a ser
revisados en un congreso internacional que comienza el 5 de noviembre en
Madrid, en la Casa de América, y que inaugurará Mario Vargas Llosa.
Ese nombre, ese sonido de “boom” que definió el
apabullante éxito de la nueva novela latinoamericana, fue puesto por el
periodista y escritor Luis Harss (Valparaíso, Chile, 1936), quien anticipó este
fenómeno sin precedentes en su libro “Los nuestros”, que (...)
publicó en 1966 y que ahora vuelve a editar Alfaguara.
publicó en 1966 y que ahora vuelve a editar Alfaguara.
Ahí estaban los maestros, Borges, Asturias, Guimaraes
Rosa, Onetti o Rulfo, y los jóvenes que serían los magos del “boom”: Cortázar,
Carlos Fuentes, García Márquez y Mario Vargas Llosa.
“No estoy contento con este nombre y muchas veces me
arrepiento de él porque me parece un poco superficial”, explica Harss.
“En 1966 -argumenta Harss- me encontraba como periodista
en una reunión en la que estaba Vargas Llosa, en Buenos Aires, con el jurado en
torno al premio Primera Plana, y empezaron a hablar de la novela
iberoamericana, y entonces hice un comentario idiota al decir que lo que estaba
pasando con la novela era como el ‘boom’ económico que había vivido Italia;
luego lo escribí en un reportaje y desde entonces se quedó”.
Estos escritores se preocuparon por encontrar un
lenguaje y por cómo hacer del continente americano una experiencia universal,
señala Harss.
“Un continente que había sido marginal, digamos, que
alguien llamó el pecado capital de América, que consistía en haber nacido fuera
de la cultura y fuera de la historia y que hasta entonces la novela lo había
aceptado con un tipo de novelas parciales y regionales. De pronto, estos
autores hablaban aceptando su propia tradición, su propia cultura, pero la
proyectaron hacia fuera: universalizaron los temas”, sostiene el periodista
chileno.
El contexto político, en los años sesenta y setenta,
también caracterizó a este grupo de escritores: las dictaduras o la revolución
cubana marcaron sentimientos mezclados de utopía, tragedia, barbarie,
insatisfacción o deseo de justicia.
“Vale tener en cuenta -escribe Carlos Fuentes en su
libro “La gran novela latinoamericana“- que, literariamente, esta es la tierra
común del Señor Presidente de (Miguel Ángel) Asturias y el Tirano Banderas de
Valle-Inclán, el Primer Magistrado de Carpentier y el Patriarca de García
Márquez, el Pedro Páramo de Rulfo y los Ardavines de Gallegos, el Supremo de
Roa Bastos, el minúsculo don Mónico de Mariano Azuela y el Trujillo Benefactor
de Vargas Llosa”.
Así, se fue construyendo una imaginación liberada, un
canto de libertad. Una épica del desencanto que convirtió las balas en belleza
radical, la naturaleza extrema en mito y el lenguaje en una fiesta mágica. Una
nueva realidad que dio títulos como “La casa verde”, de Vargas Llosa; “Cien
años de soledad”, de García Márquez; “Rayuela”, de Cortázar o “La muerte de
Artemio Cruz”, de Carlos Fuentes. Estos solo por mencionar brevemente algunos
de los muchos libros que fueron éxitos del “boom” y que traspasaron la frontera
de España y América Latina, ya que fueron traducidos en toda Europa.
Admiradores de Joyce, Proust, Sartre, Camus o Faulkner,
los dueños del “boom” son unos clásicos que viven, como García Márquez y Vargas
Llosa, ambos premios Nobel, y que tienen ahora la oportunidad de ser
revisitados.
“Serán revisitados para recordarlos, criticarlos y
ponerlos en su sitio. Ellos dieron un salto hacia adelante y marcaron un punto
de inflexión”, dice a Efe Juan José Armas Marcelo, director de la cátedra Mario
Vargas Llosa, organizadora del congreso internacional sobre el “boom”, junto
con Acción Cultural Española.
Y es que, al fin y al cabo, como escribió García
Márquez, “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la
recuerda para contarla”.
/// ANÁLISIS Ana Mendoza - EFE
Los escritores nacidos después de
los 60 los ven como clásicos
Los escritores hispanoamericanos nacidos después de 1960
nunca sintieron que pesara sobre ellos como una losa el listón tan alto que
dejaron los novelistas del “boom“ latinoamericano. Al contrario: los consideran
sus clásicos y, como dice Jorge Volpi, “de los clásicos solo se puede
aprender”.
“Yo no sería escritor si no hubiera leído ‘Cien años de
soledad’ a los 16 y ‘Rayuela’ a los 19. Y no sería el escritor que soy si no
hubiera leído toda la obra de Vargas Llosa a los 21”, afirma el novelista
colombiano Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), al responder unas preguntas
sobre el 50 aniversario del “boom”.
Esas preguntas las han contestado el mexicano Jorge
Volpi, de 44 años, y los peruanos Fernando Iwasaki, de 51, y Santiago
Roncagliolo, de 37.
Los cuatro viven en España, han ganado premios
importantes y son representativos de la nueva literatura latinoamericana, muy
distinta de la del “boom” pero con la que, según Volpi, tratan de “responder a
los grandes desafíos” de aquel movimiento fundamental, que, asegura
Roncagliolo, “puso a América Latina en el mapa cultural“.
“Antes de los escritores del ‘boom’ nadie sabía que existíamos”,
señala el autor de “Abril rojo” (Premio Alfaguara 2006).
La principal consecuencia de ese movimiento “son decenas
de libros memorables. Y luego, claro, inventar una América Latina literaria,
que ha llegado a suplantar a la América Latina real”, apostilla Volpi, autor de
“En busca de Klingsor” (premios Biblioteca Breve y Grinzane Cavour) y de “La
tejedora de sombras” (Premio Planeta Iberoamericano).
La genialidad de autores como García Márquez, Vargas
Llosa, Carlos Fuentes o Cortázar, pudo “oprimir” a “ciertos compañeros de
generación o de la siguiente promoción”, pero “de ninguna manera” a quienes
nacieron después de 1960, asegura Iwasaki, Premio Nacional de Narrativa y
Premio Nacional de Ensayo.
“Los autores del ‘boom’ fueron nuestros maestros y nuestras
referencias literarias. Nosotros los leímos sin envidias y sin ánimo de
competir, porque los descubrimos como lectores a la edad de quince años o
menos”, dice Iwasaki.
“Son nuestros clásicos, y de los clásicos solo se puede
aprender. Fueron y son mis maestros. Habría que imaginar que, en otras
tradiciones, serían los equivalentes de Shakespeare o de Goethe”, subraya
Volpi.
Para Vásquez, que ganó el Premio Alfaguara con “El ruido
de las cosas al caer”, nacer después de esa generación le “facilitó mucho las
cosas”.
“Lo que hicieron esos libros extraordinarios fue
abrirnos el camino: enseñarnos a aprovechar otras tradiciones, darnos un
ejemplo de consagración al oficio, mostrarnos los riesgos de mezclarse con la
política”, comenta Vásquez.
Roncagliolo supone que el “boom” marcó un listón
“anormalmente alto”, y, de hecho, cuando él empezó su carrera literaria “la
idea“ que tenía de un escritor era que “debía ser capaz de escribir 700
páginas, ganar un Nobel y ser candidato a presidente”, afirma con humor.
¿Alguno de estos escritores sintió ganas de hacer eso
tan freudiano de “matar al padre“?
“Nunca”, asegura Vásquez, al referirse a García Márquez:
“Me han entrado ganas de discutir mucho y a veces pelear a puñetazo limpio. Y
muchas veces ni siquiera es con él, sino con sus imitadores baratos que han
convertido la literatura latinoamericana en un parque temático del realismo
maravilloso. A ellos sí que les reprocho algo”.
En el caso de Roncagliolo, el “padre” es Vargas Llosa y
reconoce que “es difícil hacer algo que no haya hecho él: desde columnas
políticas hasta espectáculos de teatro, desde crónicas periodísticas hasta
programas de televisión. Simplemente, llega un momento en que comprendes que no
tienes que hacerlo”.
La realidad política y social de América Latina es muy
distinta de la que había en los años sesenta y setenta, y también ha cambiado
la literatura: “Nuestros países son democracias. Ya no se debate la revolución.
Eso significa que los escritores ya no somos personajes políticos. No hace falta”,
indica Roncagliolo, convencido de que hoy día “nadie se creería novelas como
‘Cien años de soledad’ o ‘Rayuela’”.
“Hace cincuenta años la gente creía en la utopía. Hoy no
le creemos ni al periódico. Conozco muchos escritores realistas hoy en día,
pero no he encontrado ni un Cortázar”, añade el autor de “Pudor”.
Iwasaki lo ve así: “Los maestros del
‘boom’ escribieron los grandes relatos nacionales y las primeras novelas
totales. Hoy es el tiempo de las épicas íntimas y de los grandes relatos
familiares que atraviesan lenguas y continentes distintos”.