Luis Fuenmayor Toro
En artículo anterior me referí a las dos versiones existentes del golpe
del 11-12 de abril 2002. Éstas son totalmente opuestas en la valoración ética
del movimiento y en la ejecución de las acciones y las responsabilidades sobre éstas.
Ambas interpretaciones están preñadas de ideologizaciones y dependen de la
posición política de los analistas. Dentro de esta interesada confusión,
quisiera extraer aquellos elementos que, por ser tan obvios, no deben dar lugar
a discusión ninguna. Fue un golpe de Estado y no (...)
una insurrección popular ni un
vacío de poder. El pueblo opositor, si bien marchó multitudinariamente ese
mismo día y buena parte de sus fuerzas ulteriormente apoyaron el golpe, no
conocía los planes conspirativos ni participó en su ejecución; fue incluso una
víctima de las acciones.
Se entiende que en la lucha política lo más importante es la naturaleza
de los objetivos que se persiguen y no tanto los instrumentos utilizados en su logro.
No estoy diciendo que “el fin justifica los medios”, pues éstos adquieren una
importancia mayor en la medida en que se tornan más drásticos. Para explicarlo
con una exageración pedagógica: No se puede justificar la matanza de casi todos
los habitantes de un pueblo con el propósito de liberarlo de la opresión, pues
al final los liberados no serán capaces de disfrutar de su liberación. Sin
embargo, en este tipo de hechos siempre hay víctimas, que los estadounidenses
han dado en denominar eufemísticamente, cuando son ellos los causantes de las
mismas, “daños colaterales”.
La justificación o no de un golpe militar la da, en parte, el resultado
del mismo, pues si es exitoso utilizará su poder para legitimarse ante la
población e internacionalmente. Dije en parte pues un golpe de Estado victorioso
que suprima los derechos ciudadanos, elimine los mecanismos democráticos y haga
de la represión su principal forma de coacción, no logrará legitimarse en forma
plena. El golpe de Estado del 23 de enero de 1958 fue exitoso, restituyó los
mecanismos democráticos y creó un consenso cupular mayoritario, lo que lo
legitimó hasta ser considerado hoy como movimiento cívico militar y no un golpe
de Estado. El golpe del 4 de febrero 1992 fue una acción militar, como el del
11 de abril, sólo que hoy hay un gobierno con poder para legitimarlo.
El golpe de abril en cambio fue derrotado y no ha podido legitimarse, a
pesar del inmenso poder de los medios de comunicación, que hicieron este año un
esfuerzo muy grande, que no había visto en años anteriores, en función de
enfrentar la acción deslegitimadora por parte de del Gobierno del movimiento. Tanto
en 1992 como en 2002, el número de víctimas, aunque muy lamentables, no alcanzó
a ser masivo, por lo que el objetivo perseguido cobra más importancia a la hora
de hacer un juicio de los mismos. Ambos fueron contra gobiernos electos y
democráticos y ambos se dieron en nombre de los intereses de la nación. ¿Son
iguales?