Esteban Emilio Mosonyi ha venido trabajando durante años dentro de la antropología cognitiva, cuya denominación estandarizada es etnociencia. En tal sentido considera que el saber popular y el propio de los pueblos no occidentales constituye una suerte de ciencia alternativa frente a la noción clásica de ciencia, enarbolada especialmente por el cientificismo positivista y eurocéntrico.
Se siente con responsabilidad moral para hablar de la nueva Reforma a la Ley Orgánica de Ciencia, Tecnología e Innovación, la cual –considera- arremete agresivamente contra lo que sus autores consideran conocimiento socialmente no pertinente, es decir elitesco, cuasi-contrarrevolucionario, ya que convalidan tan solo la ciencia aplicada, y dentro de ella la que cubre ciertas áreas unilateralmente definidas como prioritarias, pero que más convendría llamar apriorísticas por su falta de sustentación.
“Para dar un ejemplo- comenta el antropólogo- mi especialidad de antropólogo-lingüista caería fuera de dicha perspectiva, y los trabajos que mis colegas y yo hemos realizado durante largos años en comunidades indígenas y tradicionales no serían dignas de apoyo. En consecuencia, somos vistos como unos inútiles sociales”.
Señala que “se plantea un rancio recurso-humanismo copiado al carbón de los modelos científico-académicos típicamente neoliberales que están recorriendo el mundo entero: todo lo contrario al sentido más elemental de lo que es una aspiración revolucionaria”.
Destaca que la nueva ley “minimiza a la figura del investigador científico, al enfocar en forma deliberada el producto final de su labor como lo único válido, digno de atención y eventualmente de retribución” y suprime de un plumazo el amplísimo valor a la formación y crecimiento de cada investigador, su desempeño curricular, su obra hecha y en proceso de elaboración”.
En tal sentido pide un “debate en colectivo” para una “rectificación a tiempo” de una ley que puede detsruir todo el que hacer científico que se ha venido desarrollando en Venezuela.