Pensar es un acto
amoroso y una manera de mirar lejos, mirar lo que aún no existe, con confianza
y la posibilidad de crear alternativas nuevas. La inteligencia, en cambio, solo
es un cálculo entre opciones ya dadas, viene a decir el famosísimo filósofo surcoreano Byung-Chul
Han, en su último ensayo, ‘El espíritu de la esperanza’, que acaba de aparecer en
España. En él nos habla del miedo como
instrumento de dominación, de la angustia y
el pánico, emociones tan
instaladas en las sociedades occidentales.
“La esperanza genera sus propios conocimientos”, dice una de
las frases más atinadas del último libro del filósofo Byung-Chul Han (Seúl,
1959), El
espíritu de la esperanza, que Herder acaba de publicar en
español. Esto es así porque, según el lacónico y prolífico pensador, “la
esperanza no atiende a lo sido, sino a lo venidero,
y conoce lo que todavía no es”.
Para decirlo en otros términos, lo que sabemos los mortales a ciencia cierta es que siempre desconocemos lo que vendrá, por lo que muy probablemente no acertaremos ni adivinaremos ni lo bueno ni lo malo que esté por llegar. Y en esto se diferencia el espíritu de la esperanza del bobo optimismo (“carente de negatividad”) del todo-saldrá-bien que se adentra –desconociendo la duda y la desesperación– en un futuro que es “un campo abierto de posibilidades”.
Han lo explica mencionando una Epístola a los Romanos del Nuevo
Testamento: “Si lo que se espera ya está a la vista, entonces no es
esperanza, porque ¿para qué esperar lo que ya se está viendo?”.
La esperanza, en fin, “agranda el alma para que acoja las
cosas grandes”. Por eso, sostiene, “es una excelente vía de conocimiento”.
Hay quien dice que ya era hora de que este profesor de la
Universidad de las Artes de Berlín señalase algún posible atajo para sortear la
desesperanza en la frenética sociedad de consumo occidental.
En efecto, este es el libro que nos toca abrazar para
recomponernos este otoño, sobre todo si hemos leído uno o varios de los ensayos
en que Han analiza el cansancio del sujeto autoexplotado, la imposibilidad del
encuentro erótico con el otro, la psico-política, la expulsión de lo distinto y
lo rasgado en la belleza contemporánea, la crisis de la narración y el olvido
de los
rituales, e incluso el valor del budismo zen, desde una óptica que
aúna su cadencia oriental para contar con una aguda mirada sobre la historia de
la filosofía europea (y, en especial, los postulados de su estudiado Martin
Heidegger).
Miedo: un excelente instrumento de dominio en el ‘primer
mundo’
En este volumen, para el que el mismo filósofo ha elegido
ilustraciones de Anselm Kiefer, el autor entabla un juicio al miedo, “un
excelente instrumento de dominio” (y quizá la más potente de las emociones que
se amplifican en el llamado primer mundo). Han asevera, en
cambio, que “la esperanza más íntima nace de la desesperación” y que “cuanto
más profunda sea la desesperación, más intensa será la esperanza”.
Para comprender el omnipresente miedo –Angst, en
alemán–, el filósofo echa mano a la etimología latina de “lo angosto”, lo que
estrecha y aplasta nuestras vistas del porvenir: la angustia. “Cuando no
tenemos otra cosa a que aferrarnos que el miedo, la vida se reduce a
supervivencia”, señala.
“El régimen neoliberal es un régimen del miedo”, según sus
palabras, y “hace que las personas se aíslen” para rendir. En este contexto,
indica, no aparece ninguna forma de vida que no se reduzca a la producción y al
consumo, ya que incluso la mentada creatividad “se impone como un dispositivo
neoliberal, que como todo dispositivo tiene un carácter esencialmente
coercitivo”.
“Las cosas que se hacen por miedo no son acciones abiertas al
futuro”, insiste Han. “Las acciones deben ser narrables” y la esperanza es
“elocuente”, mientras que el miedo es “negado para el lenguaje, es incapaz de
narrar”.
Alejarse del botón del pánico
En este punto, cabe señalar el valor de dar con esta
escritura sensible y tan acertada en este presente del pánico, ya que cualquier
persona que se haya sentido alguna vez atenazada por el pavor, sabrá que es una
emoción que resulta indescriptible, inenarrable e, incluso, muy difícilmente
representable.
Disipar el miedo (y la asfixia) implica tener esperanza, la
cual “va dejando indicadores y señalizadores de caminos”. La esperanza es “la
única que nos hace poner en marcha” y dota a nuestras acciones de un horizonte
de “sentido y orientación”.
La esperanza es, apenas, el “todavía no”, pero contiene,
según el filósofo, una dimensión amorosa y esta se manifiesta desde la primera
página de este ensayo traducido por Alberto Ciria. En ella, dos citas que ojalá
abran ojos a nuevos futuros; la del poeta Paul Celan suena certera:
“Mientras aún le quede luz
a la estrella
nada estará perdido
Nada”
La otra es del filósofo Gabriel Marcel: “La esperanza es un
afán y un salto”.
Pensar es ‘hacer el amor’
“El pensamiento es un acto amoroso”, quiere decir Byung-Chul
Han para sacudirnos la modorra existencial de supervivientes. Lo argumenta con
una frase lapidaria: “El pensamiento tiene una dimensión afectiva y corporal”.
Esto podemos comprobarlo en el momento en que “una imagen nos hace pensar”;
sucede porque esta “tiene un fuerte arraigo corporal”.
En la misma senda en la que el filósofo camina desde hace un
par de décadas, esta vez destaca que “sin sentimientos, no hay conocimiento” y
que este es exactamente “el motivo por el que la inteligencia artificial no
puede pensar”.
Han arguye: “La inteligencia solo es capaz de calcular. La
palabra viene de inter-legere, que significa ‘escoger-entre’. Uno
escoge entre posibilidades que ya están dadas. Por eso, a diferencia del
pensar, la inteligencia no genera nada nuevo”.
De ahí la reivindicación del pensamiento guiado por el amor:
“Lo llamo Eros, el más antiguo de los dioses, según las palabras de
Parménides”. El “aleteo de ese dios me toca siempre”, concluye Han, sabiendo
que, «al pensar, doy un paso esencial y me aventuro por caminos intransitados”,
como decía Martín Heidegger.
¿Qué es lo que nos impide pensar?, podemos preguntarnos,
antes de adentrarnos en “la esperanza como forma de vida”, que es el título del
capítulo con que el filósofo concluye esta obra en la que enaltece el pensar
empático y ancho, para ver más lejos.
Tomado de elasombrario.publico.es
/ Foto: Prix Bristol des Lumières, 2015.