Entre Todos
D.
En un acto en homenaje a Teodoro
Petkoff Malec, intelectual y político venezolano fallecido el 31 octubre 2018,
celebrado en Madrid el pasado 27 de junio, su hija Teodora pronunció un hermoso
discurso que la redacción de Entre Todos D. ha considerado importante
reproducir para sus lectores. Ahí les va.
Para mí es un
honor y un gran compromiso hablar ante un hombre tan sabio, valiente y
respetado como el Presidente Felipe González. Es ahora cuando tengo la
oportunidad de expresarle admiración por el extraordinario gesto de haber
traído a Venezuela el Premio José Ortega y Gasset a mi padre. A él y a los
amigos que tras bastidores movieron los hilos para que se diera aquella breve
fuga hacia la libertad, por el apoyo a la desigual lucha de mi país, y por la
esperanza para un hombre que sentía menguadas sus fuerzas para seguir llevando
los suyos a salvo en ese oscuro año, y a todos los que acompañaron a papá,
empeñados celosamente en “cuidarlo sin que él se diera cuenta”, gracias.
Si ustedes
están aquí hoy es porque también tienen una anécdota, una huella que mostrar,
un instante, o un camino largo que compartieron con Teodoro Petkoff y pudiese
ser un hermoso sueño recopilar las experiencias y los recuerdos que a todos nos
dejó la época que nos tocó vivir junto a él.
Son innumerables las personas que durante años se han acercado y me han preguntado: “¿Petkoff? ¿Tú eres familia de Teodoro?” y acto seguido me han contado por qué lo recuerdan tan vívidamente.
La inevitable
pregunta solía ser: “Y tu papá, ¿qué dice de eso?”, como si a través de mí él
se convirtiese en el “interlocutor” personal de los venezolanos que hablaba
siempre “claro y raspao”. “Pero, ¿qué les dice él a ustedes en la casa?” Y mi
respuesta no podía ser sino “Lo que publica en Tal Cual”.
Me siento
convocada por el libro sobre Checoslovaquia porque viví lo que en él se
denunciaba. Esta es la más inmediata relación que tengo con mi Papá:
Soy “la hija
búlgara de Teodoro”.
Nací en abril
de 1968 en Sofía, Bulgaria, en la mitad de un periodo de inflexión y
bifurcación en el camino de la izquierda en Venezuela. Un tiempo que
correspondió al reconocimiento del fracaso de la lucha armada y, en el ámbito
internacional, a la invasión soviética a Checoslovaquia.
Papá
protagoniza el cisma del partido comunista venezolano y funda un nuevo partido,
con lo cual se abren las posibilidades de una vía para el socialismo en
democracia. Y es también el hombre que argumenta la inviabilidad de la Unión
Soviética y predice su derrumbe.
Es 1967 y ha
sido recibido con honores de héroe por el Partido Comunista de Bulgaria. Solo
se queda en la patria de su padre y sus abuelos alrededor de medio año. Al
comenzar 1968 ya ha regresado clandestinamente a Venezuela, donde se esfuerza
por convencer a sus compañeros que es hora de poner de lado los dogmas e
incorporarse a la vida y la lucha democráticas.
Mientras,
para dar más razón a la profunda transformación que ocurre en sus ideas sobre
los caminos del socialismo, en agosto de 1968 la URSS invade a Checoslovaquia.
Los tanques aplastan la Primavera de Praga y Papá termina de escribir el libro.
Fue publicado en Venezuela en septiembre de 1969.
Uno de los
ejemplares de la primera edición tiene una dedicatoria que significa mucho para
mí. Dice: *“Para Nina (y para Tea) por tantas cosas a tres años de nuestro
verano”*. Nina es mi madre. Así queda documentado con fecha el nuevo paso del
autor por Bulgaria, en julio de 1970.
Regresó a
Bulgaria para conocerme y encontrarse con su hermano Luben. Quizás también para
tomar, de primera mano, la temperatura en el Comité Central del PCB después del
sismo ocurrido en Checoslovaquia. Intenta varias veces reunirse con ellos,
infructuosamente: *se había convertido en un hereje*.
En mi álbum
familiar existen tres fotos de un paseo en la montaña Vitosha, cercana de
Sofía, como lo es El Ávila en Caracas. Están Papá, mi tío Luben y mi mamá. Es
ella quien toma las fotos que atestiguan una larga conversación entre los
hermanos. Los dos avanzan cada uno a un lado del camino de tierra que se pierde
en el horizonte. En este momento la política y la familia se entremezclan. El primer
y más importante compañero al que Papá tiene que convencer de sus razones es su
hermano, tan compenetrado y entregado a la revolución como él. Es imposible
hablar de papá y no hablar de mi tío Luben: hablar del socialismo y no hablar
de la familia entera.
Papá es al
pensamiento como su hermano es a la acción. Cada uno sabe atraer al otro a
tierra, cada uno protege al otro bien de su temeridad, bien de su ingenuidad.
Tienen mucho que discutir en su encuentro.
La noticia
del libro “CHECOSLOVAQUIA: EL SOCIALISMO COMO PROBLEMA” ha atraído la atención
de Brezhnev, jefe máximo del movimiento comunista mundial. Brezhnev no ignora
que Papá es aquel comunista venezolano quien, en 1967, después de haberse
fugado del Cuartel San Carlos, se rehúsa a recibir asilo en la URSS y usa como
coartada sus nexos familiares en Bulgaria para seguir una línea propia.
La suya no es
la única voz que acusa la acción imperialista de la URSS, pero surge desde el
seno de un partido comunista clave para la esperanza de la URSS de introducir
su influencia en América Latina. Entonces Moscú declara a Papá “gran peligro
para el socialismo” . A esta execración (o fórmula de ajusticiamiento público)
se unen disciplinadamente los partidos comunistas de todos los países bajo su
influencia. Bulgaria acata la línea. Papá ya no puede ni acercarse al Comité
Central, los que antes lo celebraban ahora le sacan el cuerpo. El capítulo de
los patriotas venezolanos con sangre búlgara se archiva…
En suma, los
hechos que Papá protagonizó (el final de la guerrilla, el análisis de la
asfixiante política soviética y la propuesta de un socialismo democrático)
alejaron por esta vez la suculenta oportunidad que se había abierto para el
totalitarismo soviético, a través de la relación con los cubanos, de entrar por
costas venezolanas en América Latina.
En el plano
personal, mi Papá escribe una carta a Nina, para convencerla de irse a
Venezuela. En Bulgaria, mi Mamá lo piensa largamente y llega a la conclusión:
NO QUE NO DEBE CONTESTAR.
Mi infancia,
hasta los nueve años, transcurre protegida y tranquila, pero en ausencia de
Papá. Y con su añoranza.
Llego a
conocerlo en 1977 cuando, como delegado venezolano a una reunión de
parlamentarios del mundo que se lleva a cabo en Sofía, Papá usa su circunstancial
inmunidad diplomática y logra burlar la prohibición de entrada a Bulgaria. LO
HACE PARA ENCONTRARME Y ENSEÑARME A MONTAR BICICLETA. Son muy contados los días
y de nuevo tiene que desaparecer.
Debo contar
que muy poco tiempo después de esta visita, en la televisión búlgara pasan (o
repiten) una película soviética del director Vytautas Zalakevicius, una
película de 1972, Esta dulce palabra libertad, que trata sobre la Fuga del
Cuartel San Carlos. Ambientada en un imaginario país latinoamericano, se filma
con generosos detalles por un cineasta que ha oído la historia y probablemente
conozca a alguno de sus protagonistas.
Al final,
para armonizar con el concepto de “persona non grata”, sin embargo, el
personaje inspirado en mi Papá (un parlamentario que viste, luce y habla
exactamente como él) al salir del túnel por el cual se escapan, en vez de
escribir un libro sobre Checoslovaquia muere de un ataque al corazón.
No quiero
decir con esto que todo el estado búlgaro se involucra para convencer a una niña
de que su papá ya no vive. Pero el mensaje a los búlgaros que en aquel momento
pudieron haberse enterado de la irreverente visita y las clases de bicicleta,
en claro idioma totalitario, da a entender que aquí todo va a seguir igual.
¡Murió…!
“1984” (y 1985)
Entonces,
porque el destino lo quiso así, una tarde en un escritorio que compartía con mi
mamá, y gracias a que ella había olvidado guardar la llave de sus gavetas,
encontré el libro *“Checoslovaquia…” y debajo, varias cartas viejas, algunas
escritas por ella y no enviadas, otras de mi abuela Ida y otras de mi papá.
Lo que no me
atrevía a preguntar había estado en mis narices en esta gaveta todo el
tiempo. Me envalentoné y escribí una carta a Papá, a la dirección que
aparecía en la mayoría de los sobres, El Bosque, Caracas, Venezuela, y sin
darme tiempo siquiera de reflexionar si estaba mal o estaba bien, la puse en el
buzón del correo.
¡Dos meses
después recibí la respuesta, y qué respuesta!
Ese año
ocurrió el milagro de mi vida. Conocería a Papá de nuevo y por primera vez.
Conocería a mi increíble familia venezolana, el clan Petkoff, como él nos
llamaba: siete hermanos, siete primos y creciendo en número con los años. Y
conocería a Venezuela.
Viaje a
Venezuela
Ahora yo
tenía 17 años y él era un hombre público que constantemente recibía llamadas,
se quedaba hasta las madrugadas golpeando las teclas de su máquina de escribir
y su cara estaba en las portadas de las revistas. ¡Nos habíamos visto tan pocas
veces en la vida, sabíamos tan poco uno del otro!
En una
conversación le pregunté si seguía o no siendo comunista. Él me recomendó de su
biblioteca el libro “1984”. En aquellos días el libro, con su atmósfera gris y
opresiva, no me pareció demasiado interesante. Curiosamente, no identifiqué
nada que me recordara a Bulgaria, aparte de la palabra IngSoc. Quizás él
hubiese preferido que leyera de una vez a “CHECOSLOVAQUIA…” pero yo todavía no
hablaba español.
Como
reflexión muy posterior puedo decir que uno no siente la falta de libertad
cuando crece sin ella. Intangible, como todo lo esencial, es necesario
desarrollar el sentido para la libertad.
Volver a ser
libre es un doloroso proceso y algunas cicatrices del cautiverio se abrirán,
sin avisar, aun después de décadas.
Cuando en
Venezuela perdimos la libertad y comenzaron a aparecer los ojitos de Chávez en
las fachadas de los edificios, los eslóganes intransigentes que nos conminaba a
uniformarnos o a morir y nos tapiaron las montañas de carpetas marrones con
hojas foliadas, recordé aquella primera lectura de “1984” que hice en 1985.
Papá no
quería perder ni un solo instante para enseñarme a vivir en la libertad. Su
pensamiento lo llevaba a decir y hacer cosas proféticas.
El sueño
Durante este
inolvidable y breve agosto sentí que Papá también quiso que me sintiera dueña
de su increíble país; lo conocía, lo amaba y me lo regalaba para que también
fuera mío. De un viaje, al cual nos llevó a mis dos hermanos menores y a mí,
atesoro todas mis posesiones. Su mano en el volante y su perfil manejando
callado.
Agua
transparente de mar con sombras de manglar y cocotero y cataratas de estrellas
que se dejan tocar con la mano en Morrocoy. Frailejones en la niebla de Los
Andes, una capilla hecha de piedra y un trozo de cielo azul visto por la
mirilla de un telescopio. Aire caliente del Sur del Lago con sabor de azúcar y
aroma a petróleo, una tierra negra y aceitosa que esconde debajo el oro negro y
sostiene arriba ranchos de cartón y corretean niños desnudos y barrigones;
poderosas torres de metal que surgen de las aguas; el puente de Maracaibo que
era el más largo de mundo y al cruzarlo se podía llegar a la Laguna de
Sinamaica para navegar entre los palafitos y medir la eternidad con los indígenas.
Cardones a
los lados de la carretera, cielo violeta sobre un mar de azul muy oscuro, Los
Médanos de Coro, una ciudad de casas largas y blancas llamada La Vela.
Y en todas
partes caras sonrientes y bienintencionadas, amigos que nos recibían y agasajaban
como príncipes.
De vuelta a
Caracas: Sabana Grande con las tiendas lujosas y las cafeterías bajo las
sombras de los árboles, el tablero de ajedrez gigante de Chacaito, el Palacio
del Congreso, las torres de Parque Central, el metro con su aire fresco, las
lluvias torrenciales en la tarde, los senderos selváticos del Ávila, la llegada
de la noche desde la Cota Mil…
Lejos me
siento nostálgica cuando pienso en estos lugares y calles, en todos estos
nombres, en las ranitas co-qui por las noches, en la brisa que mueve las ramas
de los jabillos, la luz de la mañana que es brillante y vaporosa y en cómo
vibra el aire sobre la avenida Libertador.
En el verano
de 1985 me enamoré… ¡de una sola vez recibí tanto, en imágenes y colores,
sonidos, palabras de cariño, melodías, aromas y sabores, abrazos, compromisos y
planes, belleza y bondad!
Me di cuenta
de que tenía un lugar de salvación y felicidad en el mundo, que me pertenecía y
al cual iba a pertenecer por siempre. ¡Estaba libre de irme o volver a él cuando
quisiera porque… era libre!
Mi
enamoramiento con Venezuela se hizo más grande y profundo con los años. Quiero
agradecerles que ustedes son venezolanos y en ustedes también mi papá ha dejado
pedacitos de su alma. Venezuela es mi papá ahora. Por eso quiero verla libre y
quiero saber a mis amigos felices y prósperos. ¡Libres!
Para
terminar, quiero citar una línea de la carta que recibí de Papá en respuesta a
la mía: “Toda mi vida he luchado por la libertad y la justicia… Hace varios
siglos la Iglesia Católica torturaba y quemaba vivos a quienes consideraba
herejes, que en definitiva no eran sino aquellos que con su propia cabeza
hacían girar el mundo.”
Teodora
Petkoff, Madrid, 27 de junio de 2024.