Por Elis Mercado Matute*
Quien haya conocido a ese ser extraordinario que un
día descendió de las montañas andinas y se aposentó en estás
maravillosas riberas del Cabriales, y que luego se hizo médico. Ese ser
se llamó José Luis, una criatura moldeada por Dios para demostrarnos que
el bien existe, que la caridad no es lastima sino amor al prójimo, que la
solidaridad no es solo filantropía, en fin, que ser auténtico cristiano no es
un simple ritual sino también ser profundamente humano.
Todos los que lo conocimos y lo quisimos sabíamos que no era posible acercarse a él sin captar su luz. Conocerlo era preguntarse cómo era posible que en esa alma, en ese corazón cupiera tanta bondad, tanto cariño para con su prójimo.
Fue un hombre de firmes convicciones, lo que le
ganó el respeto de quienes no compartían sus ideas. Milité con él en el mismo
sueño. Nunca eludió compromiso alguno. Pero, por encima de todo, José Luis era
un paradigma de la bondad, de la inteligencia y de la idoneidad.
Partió al Reino de Dios, al lugar de las almas
buenas y bondadosas. Consuelo para Teresa el haber compartido su vida con él, y
para sus hijos. Decidí escribir estas notas a cierta distancia porque quería
redactarlas alejado de protocolos escriturales que a veces taponean los
sentimientos. Quise hacerlas lo más próximo a la sencillez que caracterizó a mi
amigo, a mi hermano José Luis.
*Exrector de la
Universidad de Carabobo.