Bertha Benz no solo fue la primera mujer en conducir un
automóvil a larga distancia: fue también la primera persona en comprender que
la tecnología necesita validación social.
¿Te imaginas recorrer más de 100 kilómetros en coche,
por caminos rurales, sin señalización, sin estaciones de servicio, sin un mapa
y, desde luego, sin teléfono móvil? Quizás, si eres un amante del
automovilismo, no te parezca del todo una pesadilla, sino una forma de
disfrutar de la experiencia de la conducción en su estado más básico. No
obstante, ahora imagina hacerlo en 1888, en un vehículo que nadie
había visto antes, propulsado por un motor que aun generaba desconfianza…. Y
siendo mujer, en una sociedad que apenas le permitía votar o estudiar.
Pues bien, Bertha Benz no solo fue capaz de imaginarlo, sino que lo llevó a la práctica. Sin embargo, mientras el nombre de su esposo, Karl Benz, quien destaca en los libros como el inventor del primer automóvil, quedó como una palabra inolvidable, el de Bertha fue perdiéndose con el paso de los años. No obstante, su visión fue la que impulsó la consolidación del automóvil como medio de transporte y su célebre viaje, lejos de ser una aventura romántica, representó un momento estratégico para demostrar que el vehículo funcionaba.
DETRÁS DEL VOLANTE
Bertha Ringer nació en 1849 en Pforzheim, en el Gran Ducado
de Baden, en Suiza. Desde joven, Bertha demostró poseer una gran curiosidad
hacia los temas científicos, algo que en su entorno se consideraba
poco adecuado para una mujer. Las condiciones de la época le prohibieron formarse
académicamente, pero, cuando a los 23 años se casó con Karl Benz, un
ingeniero apasionado por la idea de crear un vehículo autónomo, se
le abrió la oportunidad de tomar las riendas de su vocación: en un momento en
el que las mujeres no podían legalmente participar en empresas, Bertha financió a
su esposo invirtiendo su dote en la compañía Benz & Cie., un gesto que
mantuvo el proyecto vivo cuando los recursos escaseaban.
Sin embargo, su rol no se limitó a la parte
financiera. Bertha estuvo presente durante los ensayos, observó y debatió
sobre cada mejora técnica y, aunque no firmaba patentes, aportó sugerencias
clave para mejorar el diseño y la funcionalidad del motorwagen. A
pesar de no tener formación en ingeniería, al contrario que su marido, sí
entendía el vehículo desde la la práctica: sabía identificar cuándo algo no
funcionaba y, lo más importante, cómo hacerlo funcionar.
Pero, a medida que el vehículo iba tomando forma, también
crecían las dudas internas en la compañía sobre el propósito
del proyecto. ¿Para qué necesitaba el mundo una máquina para moverse, si ya
existían caballos y carruajes? Karl, más reservado y cauteloso, no acababa
de atreverse a presentar su invento al público, temeroso de
las críticas y las malas reacciones. Sin embargo, Bertha sabía que no bastaba
con conducir el coche: había que demostrar su utilidad. Y decidió
hacerlo ella misma.
EL VIAJE QUE CAMBIÓ LA HISTORIA
Así, en la madrugada del 5 de agosto de 1888, Bertha Benz
dejó una nota en la casa familiar de Manheim, despertó a sus
dos hijos adolescentes y los llevó con ella en el Patent-Motorwagen modelo III,
el último prototipo fabricado por Karl. Su destino era Pforzheim, su ciudad
natal, situada a 106 kilómetros de distancia. Ni pidió
permiso, ni avisó: sabía que Karl temía el fracaso, pero ella confiaba en
el potencial del invento.
El trayecto fue realmente épico. Viajaron por
caminos sin pavimentar, cruzaron pueblos donde la gente los miraba como si se
tratasen de fantasmas, y se enfrentaron a todo tipo de contratiempos.
El combustible, que en aquel momento era la ligroína, un derivado del petróleo,
era escaso, pero Bertha lo consiguió en una farmacia de Wiesloch, la cual pasó
a la historia como la primera estación de servicio del mundo.
Cuando un conducto se atascó, ella lo desobstruyó con una
aguja de su sombrero. Cuando un cable se soltó, ella usó su liga para
improvisar una conexión.
Pero el reto más difícil fue el sistema de frenos:
en una bajada pronunciada, Bertha notó que las zapatas de madera se desgastaban
rápidamente. Así, entró a un taller de un zapatero y pidió que forraran
las zapatas con cuero para mejorar la fricción y la resistencia. Así
de sencillo, simplemente solucionando un pequeño inconveniente, inventó
el primer sistema de freno con revestimiento, antecesor directo de
las actuales pastillas de freno.
Y sí, aunque el viaje duró varias horas, cumplió con
su objetivo: demostró que el automóvil era viable. A su regreso, la prensa
y los medios comenzaron a interesarse por el coche, los inversores empezaron a
llamar a la puerta de Benz & Cie., y el automóvil dejó de ser considerado
una rareza para convertirse en toda una posibilidad.
INNOVADORA, PROMOTORA Y CONDUCTORA
De esta forma, Bertha Benz se convirtió, no solo en la primera
mujer en conducir un automóvil a larga distancia, sino que también en
la primera persona en comprender que la tecnología necesita validación social
para sobrevivir. Su viaje, lejos de ser una simple excursión, representó
un acto de marketing visionario, una prueba de un concepto en
movimiento. Ella entendía que el futuro del coche dependía tanto de su
funcionamiento técnico como de su aceptación cultural.
Lamentablemente, a pesar de sus múltiples contribuciones, el
nombre de Bertha fue quedando abandonado con el paso del
tiempo, hasta terminar completamente eclipsado por el de su marido. No firmó
patentes, no escribió memorias, y rara vez buscó protagonismo. Sin embargo,
hacia finales del siglo XX, varios historiadores y periodistas comenzaron a reconocer
el papel clave que tuvo en el automovilismo. De hecho, hoy, su ruta de
1888 está señalizada como la Berthe Benz Memorial Route, un recorrido
turístico e histórico que rinde homenaje a su ejecutora.
Además, su contribución también fue muy poderosa en el lado
más simbólico. En un momento donde a las mujeres se les prohibía estudiar y
ejercer oficios considerados “masculinos”, Bertha desafió el status quo y
se convirtió en innovadora, promotora y conductora, no solo de su propio
destino, sino de toda una industria naciente.
Tomado de National Geographic / España.