_Gane o pierda la actual vicepresidenta de EE UU, los
demócratas de todo el mundo hemos visto que la democracia aún puede movilizar
entusiasmos transversales_
Sergio del Molino / Opinión
Gane o pierda, Kamala Harris puede
presumir ya de haber encendido un farolillo en la noche política. Parafraseando
a los futboleros, está demostrando que hay partido frente al populismo
resentido y que caben otras estrategias alternativas al repliegue radical en
los extremos, o al conservadurismo defensivo que tan caro les está saliendo,
por ejemplo, a los socialdemócratas alemanes.
Gane o pierda, los demócratas de todo el mundo hemos visto que la democracia aún puede movilizar entusiasmos transversales, que interpelan a toda la comunidad política y siembran dudas al otro lado del muro que divide un país polarizado. Más allá de su puesta en escena, sus gestos o sus discursos; más allá incluso de la contundencia con la que humilló a Trump en el debate, el éxito de Harris consiste en no dar la razón a sus rivales y abrirles una vía de agua en el corazón de su propaganda. Hasta ahora, nadie lo había hecho tan bien como ella.
La acusación más recurrente y
exitosa del populismo hacia los progresistas es el elitismo. Al reaccionar con
soberbia, los progresistas les daban la razón y alimentaban el fuego que ya
ardía a sus pies. Cuando Trump señalaba a los pijos progres como causa de todos
los males del norteamericano común, cualquier sarcasmo de la tira cómica de
_The New Yorker_ solo servía como combustible para la hoguera. ¿Veis cómo no
les importáis?, bramaban los Trump de ambos lados del Atlántico. El desprecio
arrogante con el que una parte de la izquierda —la intelectual y cultural sobre
todo, pero también la política— ha reaccionado al resentimiento de quienes se
sienten descolgados del mundo ha terminado por arrojar a muchos votantes a los
brazos de demagogos y mesías de baratillo.
Tal vez su biografía la vacunó
contra la soberbia y le ayudó a presentarse como hija de unas clases medias
meritocráticas, una versión actualizada del sueño americano con la que se
pueden identificar muchos votantes para los que hacer América grande de nuevo
significa mandar a sus hijos a la universidad y que prosperen como la buena
chica Kamala. María Ramírez, en su reciente libro-perfil _Kamala Harris, la
primera_, la caracteriza como negociadora y partidaria de comprender al otro
sin renunciar por ello a sus propias posiciones. También la retrata como una
política flexible, poco dogmática y apegada al presente y sus circunstancias.
Quizá nada de esto baste para contener a Trump ni apagar los ardores guerreros
de los que ya hacen planes para tomar el Capitolio otra vez, pero es un buen
principio y una guía para demócratas perplejos de todo el mundo.
Tomado de El País / España.