Más recientemente en “Estados Nerviosos” de William Davies
acerca de la democracia en la declinación de la razón, nos damos cuenta que
en una sociedad donde cada vez predominan más las emociones, la democracia es
desafiada. El crecimiento de los populismos en sociedades de
institucionalidad frágil, se ve también en democracias avanzadas como Francia
o el Reino Unido. En Alemania, el auge derechista extremo de la AfD se
manifiesta principalmente en los estados del Este, hasta 1990 gobernados por
el sistema totalitario del Partido Socialista Unido y de la omnipresente
policía política “escudo y espada del partido”. Es cierto que la calidad cainita del debate político
contribuye a que asciendan los radicalismos, pero es obvio que el descontento
no necesariamente se basa en el nivel de vida o el mal gobierno. Hasta en
Suecia, aunque retrocedieran en la elección europea, la posición más extrema
ha capturado una proporción significativa del electorado. Si esto sucede en las sociedades más atractivas para
emigrar, porque a nadie se le ocurre irse a Cuba o Corea del Norte ¿Qué
podemos esperar de sociedades como la nuestra? Aquí, es política “de Estado”,
porque éste y el partido se confunden, que todo el que discrepe es fascista,
por reglas de terreno sedicioso y criminal. Postura que por reacción o
convicción tiene su correlato en un segmento de oposición visceral que sin
excluir cierto oportunismo, sospecha –o acusa- de traidor, artrópodo o
vendido a cualquier opositor sincero que se atreva a no corear el relato
inflexible. El desvanecimiento del centro amenaza la existencia de la
democracia y para el funcionamiento sano y las posibilidades de desarrollo de
cualquier sociedad. Desarrollo que no es solo crecimiento económico que lo
incluye, es el paso a un nivel más humano de vida. Con la natural diversidad que el pluralismo reconoce y
defiende, es necesario buscar consensos que posibiliten la convivencia.
Consensos de libertad, respeto y reglas seguras para todos. Consensos
relativos a la calidad de vida, el medio ambiente, las oportunidades. En
política y más profundamente, en la vida cívica, el sentido común no es otra
cosa que el sentido de lo común. |