Youssef Hassouna
En medio
de la destrucción de la Franja de Gaza, una ingeniera palestina creó
un sistema de desalinización casero con maderas y cristales para abastecer
con agua potable a sus vecinos afectados por la escasez de este
bien vital.
El
artilugio ideado por Ines al-Gul consiste en un barreño
construido con la madera de los pocos palés de ayuda
humanitaria que entran al territorio y cristal recuperado de las ruinas de
los edificios bombardeados.
Debajo de los cristales, el agua salada procedente del mar o de la capa freática se evapora y se condensa en gotitas de agua destilada que, a través de un largo tubo negro, llegan a otros conductos llenos de carbón activado para una mejor filtración.
“Es un
mecanismo muy simple, fácil de usar y fácil de construir”, asegura esta
ingeniera agrónoma de 50 años, que vive en la ciudad de Jan Yunis, en el sur de
Gaza. Conseguir agua bebible allí ya era difícil antes de la guerra con Israel,
desencadenada tras el letal ataque de Hamás del 7 de octubre.
Pero la
situación se ha agravado con el conflicto que, según estima la oenegé Oxfam,
han hecho que la cantidad de agua disponible en este territorio palestino se
hundiera 94 por ciento. La cantidad de agua disponible por cada gazatí es ahora
de 4,74 litros por día, “menos de un tercio del mínimo recomendado en las
situaciones de urgencia”, asegura la organización.
Sin
suministros desde hace meses y con la única central eléctrica del enclave
paralizada, el sistema de Al-Gul tiene la ventaja de que “no necesita
electricidad ni paneles solares”.
“Solo nos hace falta sol”, afirma la
ingeniera. Este es uno de los pocos bienes que no escasea en Gaza, con una
media de 14 horas de sol diarias en verano y ocho horas en invierno. Para
Mohamed Abu Daud, un gazatí desplazado con la frente sudorosa por el sofocante
calor de verano, este invento “llega en el momento ideal”.
“Hace
dos meses que bebemos agua potable gracias a este sistema”, dice a la AFP. Las
penurias de agua eran un problema habitual en este territorio costero, donde,
según la ONU, las infraestructuras de saneamiento defectuosas han hecho que la
mayoría de las aguas subterráneas estén contaminadas por las aguas usadas no
tratadas correctamente.
Además,
la reserva freática de este territorio a las puertas del desierto está
sobrexplotada. El nivel decae y el agua del mar se infiltra, lo que aumenta la
salinidad de estas aguas.
En la
escuela transformada en refugio de desplazados donde la ingeniera instaló su
artilugio, varias familias esperan para rellenar sus pequeñas botellas de
plástico. El cubo tiene una capacidad de 250 litros pero se vacía rápidamente
ante las enormes necesidades de la población.
“El agua como arma de guerra”
Oxfam, que acusa a Israel de usar “el agua potable como
arma de guerra” en Palestina, denuncia “una catástrofe sanitaria mortal” para
los 2,4 millones de gazatíes, de los cuales casi todos se han visto obligados a
desplazarse al menos una vez a causa de la guerra.
La
oenegé afirma que “los ataques israelíes dañaron o destruyeron sus cinco
instalaciones de saneamiento y aprovisionamiento de agua cada tres días desde
comienzos de la guerra”.
Como
consecuencia, “un 26% de los gazatíes están gravemente afectados por
enfermedades fácilmente evitables”. Ines al-Gul vigila su dispositivo como la
niña de sus ojos. Pero con los bombardeos incesantes, “nada está jamás a
salvo”, alerta repetidamente la población de Gaza.
Eso no
impide que la ingeniera suba regularmente a su terraza, expuesta al sol y a los
drones, para abrir y cerrar sus preciados grifos.
Newsweek / Texto tomado de yahoo noticias en español.