ENTREVISTA
El escritor bucea en su nuevo libro en las causas reales y el
horror de la guerra de Indochina.
Es la guerra. Estamos en los años
50 y la Indochina francesa se revuelve contra la metrópoli. Un vasto territorio
–por donde los actuales Vietnam, Camboya y Lao– que no ha sido excesivamente
visitado por la ficción, aunque haya ejemplos a recordar, como una película con Catherine
Deneuve a principios de los 90 o, hace poco, la novela El
ancho mundo de Pierre Lemaitre.
Ahora nos llega Una salida honrosa (Tusquets/Edicions
62), libro de Éric Vuillard (Lyon, 1968), que pone el foco en hechos reales que
permiten hacerse una idea cabal del horror. “Francia y EE.UU. sufrieron 400.000
muertos en la zona –explica, en un encuentro con este diario en Barcelona–.
Pero, por parte vietnamita, la guerra causó casi cuatro millones de muertos.
Diez veces más. Una desigualdad abismal, que hace formularse una terrible
pregunta: ¿la vida de un vietnamita vale diez veces menos que la de un francés?
Así era”.
“Rebautizo las batallas porque, detrás de cada una, encuentro los intereses de una sociedad anónima”
Todo empezó cuando Vuillard ojeó
una guía de viaje de Indochina de 1923. “Había un pequeño vocabulario útil para
el viajero, compuesto exclusivamente de órdenes: ‘Ve a buscar un carro’, ‘ve
rápido’, ‘gira a la derecha’, ‘levanta el capote’, ‘llévame al banco’...
Dibujaba una geografía de la servidumbre, solo faltaban puntos de exclamación
al final de cada frase. Al mismo tiempo, estaba leyendo a Chéjov, La
isla de Sajalín, y a él, que venía de un país autoritario, le
molestaba profundamente ser llevado por otros hombres en rickshaws, se daba
cuenta de que no es normal. Ese contraste me interesaba”.
Hay escenas chocantes, algunas en
la Asamblea francesa, donde grandes políticos de prominentes familias –a la
derecha y a la izquierda– toman posiciones belicistas en elegantes salones cuya
atmósfera contrasta con la sangre y suciedad de los lugares adonde llegan las
consecuencias de sus decisiones. Por ejemplo, en una plantación Michelin en la
zona: “No me he inventado nada, todo surge de un frío informe de 1928 del
inspector de trabajo, que constata que hay tres vietnamitas encadenados. Se
detiene, pregunta al respecto al responsable de la plantación, y este le dice
que se trata de desertores pero que solo los tienen una noche y sujetos por un
pie. Llaman ‘desertores’ a los trabajadores que abandonan la plantación, lo que
sus contratos les impide hacer. Así que, como todo está en orden, el inspector
regresa a su automóvil y se va. Esa privación de libertad, explicada en
lenguaje burocrático, se ve menos horrible que narrada en lengua literaria. La
literatura tiene una función: abolir la distancia con la realidad”. En
concreto, “lo que más me impactó fue una frase. En el momento en que abren la
puerta, y se ve a un vietnamita atado, casi moribundo, solo con una tela para
cubrirse los genitales, y al que han latigado a fondo, el funcionario se acerca
, inquieto, al hombre y exclama: ‘¡Con tal de que no se haya mutilado!’. No es
una invención mía, es una frase que extraje literal del informe”.
Y es que, a su juicio, “el
colonialismo es un fenómeno que nunca explica las razones reales de su
existencia, se basa en la ocultación. Proclama que se coloniza para
evangelizar, civilizar, pero en realidad es para explotar los recursos
naturales”.
Cree que “Hollywood, con sus
películas del Vietnam, incluso las consideradas críticas, pone el énfasis en el
sufrimiento de los chicos del ejército estadounidense. Eso es tapar los hechos,
los problemas reales, económicos y políticos. Se nos muestra un sufrimiento
metafísico de los soldados enviados a aquel infierno. Pero la guerra aparece
como un fenómeno social cerrado en sí mismo, un mal eterno, inevitable y
cruel”.
Por ello, Vuillard cambia el nombre
de las batallas, tras investigar el motivo real que hay tras cada una de ellas.
Así, se dio cuenta de que “siempre aparece una sociedad anónima involucrada.
Así, rebautizo la batalla de Cao Bang como batalla de la sociedad anónima de
Mines d’Étain de Cao Bang, o la batalla de Mao Khe la llamo batalla por la
Société Française des Charbonnages du Tonkin. Ello ayuda a entender el fragor
de los combates”.
Otra escena que cuesta digerir es
el ofrecimiento del secretario de Estado norteamericano, John Foster Dulles, el
21 de abril de 1954, al ministro francés Georges Bidault de dos bombas atómicas
para acabar con el problema. “Yo estoy convencido de que lo decía en serio.
Bidault se asustó, desde luego”.
En la guerra muere gente. Para
algunos, es solo estrategia y política desde los despachos. Sucedió en la
contienda de Indochina, y sucede ahora con Ucrania. ¿Un día, llegará un
Vuillard del futuro a husmear en los papeles y actas y desvelará algunas
claves? “Claro –responde–, desde el principio de la guerra de Ucrania hay
grandes dirigentes occidentales en los consejos de administración de grandes
empresas rusas. François Fillon, ex primer ministro francés; Matteo Renzi, ex
primer ministro italiano; Gerard Schröder, ex canciller alemán; el ex primer
ministro finlandés, tres ex cancilleres austriacos... En Indochina, todas las
pistas llevaban al número 96 del Boulevard Haussmann, sede del Banco de
Indochina, que finananciaba a las empresas que operaban allá. Y, hoy, de un
modo u otro, todos trabajan para Gazprom”.
Así se crea un género
Una historia alternativa en cámara lenta
Éric Vuillard ha creado un género.
Tomar un episodio histórico y mover la cámara para narrarlo desde su esencia, a
partir de detalles reales que nunca han estado ocultos pero a los cuales no se
ha dado importancia. Saltó al estrellato al ganar el Goncourt con El orden del
día (2017), donde reconstruye escenas significativas de la ascensión al poder
de Hitler, como una reunión de los nazis con los empresarios alemanes. Entre
sus títulos, Conquistadors (2009, no traducida, sobre los españoles en el
imperio inca), La batalla de Occidente (2012, sobre la Primera Guerra Mundial),
Tristeza de la tierra (2014, sobre Buffalo Bill), 14 de julio (2016, sobre la
Revolución Francesa) o La guerra de los pobres (2019, sobre rebeliones
populares del siglo XVI y el teólogo Thomas Müntzer). Sus herramientas son el
análisis del lenguaje “y la velocidad; muestro siempre la historia al ralentí,
hay cosas que solo se ven a cámara lenta”.
Texto tomado de La Vanguardia / España.