Esta
semana recibió el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca. Una
sorpresa, dice, porque ni siquiera sabía que estaba nominada. Afirma que es un
reconocimiento a todos los poetas venezolanos porque “el cuerpo literario es
uno solo”. Tiene mucha confianza en las nuevas generaciones de autores quienes,
subraya, llevan el alma del país
Por Isaac González Mendoza
@Isaacgonzm
A las
7:00 am sonó el teléfono. Yolanda Pantin, cansada, se había acostado tarde el
día anterior, así que, para ella, que suele levantarse de madrugada, esa hora
ya es tarde. Era una llamada desde Granada para informarle que había ganado el Premio Internacional de Poesía Federico
García Lorca, uno de los reconocimientos más importantes de la poesía escrita
en español. Sorpresa.
“Fue un momento de gran conmoción”, cuenta por teléfono la poeta, todavía impactada por la noticia, y por la que desde entonces no ha dejado de recibir llamadas. “Yo no tenía la menor idea. Ese es un premio que se hace por nominación, y yo ni siquiera sabía que me habían nominado. Estaba al margen de eso. Fue tremendo”.
Pantin,
la segunda poeta venezolana que recibe el premio luego de Rafael Cadenas en
2015, está convencida de que este reconocimiento honra a toda la poesía
venezolana porque, explica, el cuerpo literario es uno solo: avanza unido. “Los
poetas de cualquier país siguen una tradición literaria. Esa tradición uno la
respeta y la recoge. Esas son las lecturas de uno en el tiempo, la lectura de
los poetas mayores, de mis contemporáneos, de otras generaciones, la lectura de
los poetas jóvenes. Uno no avanza solo. El reconocimiento es a esa tradición de
la poesía venezolana”.
Abrumada
todavía por la noticia y por los mensajes que ha recibido, siente, subrayando
que no quiere sonar pretenciosa, que el premio ha generado alegrías en el país
en medio de la crisis y la tragedia que se vive. “Es lo que he visto en las
redes, pero muy por encima porque no he tenido tiempo de detenerme. Creo que el
país se siente agradecido”, dice la poeta, que ya terminó un libro, aún sin
título, que cierra una trilogía conformada también por Bellas ficciones y Lo
que hace el tiempo.
—El
veredicto del jurado señala que su poesía retrata las “sinuosidades de la
condición humana” a través de una mirada “perturbadora y novedosa”. ¿Considera
que su poesía es perturbadora? ¿Qué opina del veredicto?
—No lo
he leído completo, solo los fragmentos que han salido en los periódicos, así
que sobre esas líneas no puedo opinar. Tendría que leerlo completo. Creo que el
veredicto hace hincapié en algo que he subrayado, y es que la poesía es
lenguaje y ese lenguaje está dentro y hay que sacarlo. Entonces en ese sentido
sigo siendo una exploradora, he explorado lenguaje, caminos, muchos caminos que
estaban dentro. Yo lo que he hecho es sacar lo que estaba dentro, los lenguajes
que estaban dentro. Luego coloca esa frase de la mirada perturbadora: bueno,
hay zonas en mi poesía que son más oscuras, creo que se refieren a eso. Digamos
que ese cuerpo ha evolucionado porque es uno solo, que va caminando. Mis
últimos libros tienen otro espíritu, son diferentes. Esa mirada en mis últimos
libros ya no está. Ya no aparecen fantasmas, lobos, murciélagos (se ríe), o sí
aparecen pero de otra manera.
—¿La
poesía va evolucionando?
—Se va
decantando todo. Porque, fíjate, mi último libro publicado, Lo que hace el
tiempo, cierra ese ciclo que comenzó con Casa o lobo. De alguna manera
cierra y abre otra cosa porque ese lobo de Casa o lobo si no está
en Bellas ficciones está en Lo que hace el tiempo. Esos dos
últimos libros son gemelos, no los diferencio. La casa es la misma, los padres
son los mismos, los hermanos son los mismos, el lobo es el mismo, el paisaje es
el mismo, la atmósfera es la misma, solo que más decantado, menos fracturado.
—¿Recuerda
cuándo fue la primera vez que leyó a García Lorca? ¿Qué encontró y encuentra
hoy en su poesía?
—García
Lorca fue un poeta que leí, como todos nosotros, en la juventud, la juventud
temprana. No sé por qué razón en mi casa se leía poesía. Recuerdo en algún
momento haber recitado siendo muy joven “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”. La
poesía de García Lorca es una obra muy rica. A mí me apasionaba mucho leer
teatro, no diferenciaba la lectura entre las obras de teatro y la poesía, y en
eso me marcó mucho el libro Yerma. Recuerdo un regalo bellísimo que
me hizo mi mamá estando muy joven, es un libro raro, son poemas y dibujos de
Lorca. Él tenía esa sensibilidad tan bella, ¿no? Ese libro lo tengo por ahí, es
uno de los más queridos.
—¿Qué
significa García Lorca para la poesía venezolana y para su obra?
—No sé
cómo serán las otras personas que escriben poesía, pero yo he sido una lectora
voraz, y a lo que me refiero con voraz es hacia el lenguaje. Siempre estoy
buscando lenguaje. Y ahí entró García Lorca, después entró, por ejemplo, Luis
Cernuda, a quien devoré con mucha pasión literaria. Asimismo con César Vallejo,
otra de mis lecturas apasionadas, Blanca Varela también. Era como comer
lenguaje, comer, devorar, buscar otro cuerpo del lenguaje, un poco vampírico
esto (se ríe). Pero así se va sedimentando dentro de uno el pozo de lectura,
que es de donde sale la voz interior. Todo lo que he escrito está lleno de
referencias literarias, algunas manifiestas y otras escondidas, pero siempre
las hay. En mis dos últimos libros, aunque todavía están, eso está más
tranquilo, me siento digamos en paz con ese mundo referencial.
—¿Y a
medida que ha pasado el tiempo cómo han evolucionado sus lecturas? Hay
escritores que de jóvenes quieren leer todo, pero luego la lectura se va
diluyendo y se hace más selectiva. Tal vez al principio leen novelas y luego
poesía, por ejemplo.
—Bueno,
yo, como todos los adolescentes, empecé leyendo novelas. Era una lectora voraz.
Realmente leía muchísimo. No sé cómo se instaló la poesía. Pero cuando se
instaló desocupó todo lo demás, prácticamente dejé de leer narrativa y ensayos
para leer únicamente poesía. Y en algún momento dentro de esa búsqueda de la
que hemos hablado, la del lenguaje, leí solamente mujeres poetas. Porque me
parecía que las mujeres poetas traían algo distinto. Sus experiencias tenían
que traducirse en un lenguaje diferente. Eso para mí fue una revelación
importante. Estuve leyendo muchísimo a escritoras latinoamericanas,
venezolanas, europeas, de otras lenguas, pero traducidas porque yo no domino
otra lengua.
—¿Mencionaría
a algunos de esos autores que la han acompañado?
—Bueno,
yo ahora no puedo leer tanto, no como antes. Prefiero quedarme con lo que está
dentro, con lo que se decantó dentro, eso no es bueno porque me pierdo de
muchas cosas, pero me pasó, es un hecho. Pero claro, cuando estaba en la
juventud, en la madurez temprana, mis lecturas de cabecera siempre las tenía a
la mano, aunque no abriera los libros, pero estaban ahí: César Vallejo, obra
poética completa, Luis Cernuda, la obra completa (La realidad y el deseo),
Blanca Varela, que fue para mí una revelación, muy importante para mí. Recuerdo
que una lectura que me marcó muchísimo fue la de Octavio Paz comenzando a
escribir. Son tantos, imagínate. Porque, como te digo, uno va devorando y
dejando a un lado, pero nunca dejé a Blanca, a Cernuda, a Vallejo. Y después,
más adelante, un amigo me dio a conocer una poeta fundamental para mí,
Elizabeth Bishop, a quien tengo cerca todavía porque me da alegría, gozo, vida,
sorpresa.
—¿Premios
de la importancia como este se esperan en algún momento? ¿Piensa el poeta
cuando escribe en que va a recibir reconocimientos así?
—No, no,
jamás en la vida. Sería una distracción. Nunca he pensado en eso. Lo primero
para mí, el pulso que me lleva a la escritura, es un mandato. Yo respondo nada
más a un mandato interior. Uno da mucho, ¿sabes? Esto es una entrega, y uno en
esa entrega da mucho. Si eso que uno entrega se devuelve bajo otras formas como
reconocimientos o lo que sea se agradece, pero lo que uno quiere es sacar de
dentro, sacar y sacar, bajo un mandato imperioso que no te deja hacer otra cosa
sino responder.
—Hace
cinco años Rafael Cadenas recibió también el Premio de Poesía Federico García
Lorca. ¿Cómo encuentra en este momento el reconocimiento de la poesía
venezolana internacionalmente? ¿Es más notable que en el siglo pasado? ¿Se
encuentra la poesía venezolana en un buen momento?
—Los
venezolanos siempre hemos estado volcados hacia dentro en relación con el
afuera, con los otros países. Hemos escrito como para nosotros. En ese
ensimismamiento estuvimos mucho tiempo, y ahora estamos en un momento increíble
porque estuvimos ensimismados en esa búsqueda interior y ahora podemos ofrecer
mucho. Eso me parece importante. Ese tiempo de encierro me parece importante
porque ahora podemos mostrar qué era lo que nos tenía ensimismados.
—¿Para
qué le ha servido la poesía en estos tiempos de dictadura y, luego, de
pandemia?
—Para
mantenerme firme.
—¿Qué es
la poesía hoy? ¿Sigue siendo la misma con todo esto de las redes sociales?
—Yo no
sé qué es la poesía ni hoy ni ayer. Bécquer decía: “¿Qué es poesía? Poesía eres
tú”. Pero de cierta manera las formas de manifestarse son otras, una poesía
fluye en las redes, están las imágenes, el flujo de las imágenes, pero yo me he
vuelto hacia un movimiento interior, buscando justamente algo que no se diluya,
porque todo se está diluyendo ahora, todo está cambiando, nada es como era.
Entonces prefiero afincarme en una poesía lírica, que se afinque en la luz, la
búsqueda de la luz, buscando el equilibrio. Eso no tiene nada que ver con lo
que está ocurriendo afuera, en las redes, ni en el chorro de imágenes, ni el
fracaso o no de la poesía personal.
—¿Lee a
los poetas venezolanos jóvenes? ¿Cómo encuentra a las nuevas
generaciones?
—No he
leído tanto porque no estoy leyendo mucho, no puedo. Pero los he escuchado y
leído en antologías, pero una cosa es leer antologías y otra cosa es leer
autores completos. Pienso que el cuerpo literario del que formo parte está
vivo. Tengo mucha confianza en esta nueva generación de poetas. Si la poesía
está muerta o está pasando por un mal momento quiere decir que nuestra alma
está muerta, y eso no es lo que siento. El alma de un país la llevan los
poetas, y eso lo están llevando ahorita los poetas jóvenes, puedes verlo con el
Premio Rafael Cadenas. Es algo extraordinario lo que está recogido ahí. El
jueves justamente tuve una reunión por Zoom con tres poetas jóvenes
venezolanos. Me gustó mucho porque celebré con ellos este premio. Lo recibí con
buen augurio. Estaba leyendo poesía en Zoom, intercambiando opiniones acerca de
la poesía justo ayer. Fue maravilloso.
—Usted
formó parte de Calicanto, de Tráfico, hablamos de generaciones ineludibles de
nuestra literatura. Ígor Barreto, Armando Rojas Guardia, Rafael Castillo
Zapata, por apenas mencionar algunos. ¿Para usted qué significa esa generación
hoy día?
—No sé
qué opino, pero fueron mis grandes amigos. Con ellos me formé, nos formamos
todos juntos. Armando fue mi maestro muy temprano, Ígor es mi hermano, Rafael
también, y a todos los he leído. ¡Qué suerte tuve de haber estado acompañada
por ellos! Porque, imagínate: Alberto (Márquez), Miguel (Márquez), Armando,
Rafael, Ígor, ¡por favor! Demasiado. Ese es Tráfico, pero esa generación de los
80 fue muy rica: mujeres poetas venezolanas como María Auxiliadora Álvarez,
¡por Dios!, Edda Armas, María Clara Salas, Patricia Guzmán, Maritza Jiménez,
Sonia González, Sonia Chocrón. Estuve muy estimulada. Fue un gran momento para
nosotros porque crecimos juntos en los años 80, luego viene la generación de
los 90, también muy rica, y la generación de los 2000, que es extraordinaria:
Adalber Salas, Alejandro Sebastiani, ¡por favor! ¡Esto no se acaba!
—“Venimos
de la noche y hacia la calle vamos”. ¿Queda algo hoy día del manifiesto del
grupo Tráfico? ¿Piensa en eso?
—No,
nunca. Nunca pienso en el manifiesto. Lo viví intensamente. Fue una rebelión.
Nosotros nos rebelamos, fue una rebelión de juventud. Más allá de eso no le doy
importancia. Tuvo un gran impacto y fue importante en su momento. Pero después
no he vuelto a pensar en eso.
—En su
obra siempre está presente Turmero, el pueblo donde creció. ¿Cómo lo encuentra
hoy día? ¿Para escribir poesía, es necesario el regreso a los orígenes?
—Sí, es
fundamental. Mis padres viven allá en Turmero. Turmero es la casa de mis
padres, no es otra cosa.
—¿A los
66 años de edad qué es la vida para Yolanda Pantin?
—Es muy
difícil de responder esa pregunta, imagínate: qué es la vida y qué es la
muerte. Prefiero ver la vida en la luz, esa es mi respuesta, la vida la veo en
la luz.
Tomado
de El Nacional / Caracas.
