Las hordas de las redes sociales son como los ejércitos de
alquiler de los que hablaba Maquiavelo. Conozco su fanatismo, su odio, su
brutalidad, así como su indigencia lexical y pésima ortografía. La agresión a
Érika de La Vega por expresar su simpatía por la opción del aspirante
demócrata, Joe Biden, da muestra de un escrutinio feroz y, muchas veces, de una
envidia indisimulada. Los venezolanos que aspiramos a un cambio y a una
recuperación física y espiritual del país, debemos hacer un esfuerzo enorme por
convocar la democracia en cada gesto.
-Me queda el alma mallugada por tanta violencia -confesó la
humorista y periodista Érika de La Vega, en el editorial que
escribió, en su página web, acerca de los ataques de que fue objeto luego de
hacer críticas al presidente de los Estados Unidos, y candidato a
la reelección, Donald Trump, y expresar su simpatía por la opción
del aspirante demócrata, Joe Biden.
No me asomé a la algazara de la jauría. No leí, pues, ni uno solo de los mensajes. Pero, créanme, los conozco muy bien. Conozco su fanatismo, su odio, su brutalidad, así como su indigencia lexical y pésima ortografía. Las hordas de las redes sociales son como los ejércitos de alquiler de los que hablaba Maquiavelo, milicias mercenarias prestas a atacar sin saber muy bien cuál es la causa que defienden o la que combaten.
En el caso de la agresión a Érika de
La Vega se combinan dos motivos. El más antiguo es la
tradicional falta de respeto que ha habido en Venezuela por
las figuras del entretenimiento, sobre todo si son mujeres, a quienes se puede
aplaudir, cómo no, pero al mismo tiempo que se hace mofa de ellas por alguna
característica física o de su ropa, por su edad, por estar “explotadas” o por
no estarlo, porque son incultas o porque lo son demasiado para el gusto de la
canalla, porque tienen éxito o porque han dejado de tenerlo… Desde luego, esta
es una manifestación del machismo, que incluye a las mujeres de todos los
oficios, pero no hay duda de que quienes tienen exposición audiovisual son
blanco de un escrutinio más feroz y, muchas
veces, de una envidia indisimulada. Es como si, por el hecho de mostrarse
en fotografías y en la pantalla, su cuerpo quedara
ofrecido para el desgarramiento. Lo cierto es que, mientras en otras
sociedades, los actores y comediantes gozan
de respeto como personajes de la cultura que
son, en Venezuela, país poco dado a premiar el éxito,
se les trata con irreverencia rayana en la ruindad.
A esto se superpone la actual realidad, degradada
por el chavismo en todos los aspectos de la vida nacional. Érika
de La Vega está residenciada desde hace casi una década en los Estados
Unidos, país democrático donde cualquiera expresa
sus preferencias políticas y de todo orden sin que eso le
acarree consecuencias negativas. Lo contrario de Venezuela, donde
las opiniones y perspectivas pueden ser
castigadas por el régimen y por sus retoños, las turbas de radicales de
todo signo.
“Las redes sociales son espejo de la depauperación del
país, que el chavismo se propuso con éxito”
Tan inciviles son los bots de la dictadura
como los “defensores” de ciertos liderazgos minoritarios de
la oposición, (quienes parecen pensar que, como son pocos, deben
redoblar sus esfuerzos furibundos). Terriblemente feroces son los convencidos
de que en cualquier momento Trump mandará una invasión,
una operación quirúrgica y quimérica, que no dañará a más
nadie sino a los verdugos de Venezuela (como diría Héctor Lavoe: “Y
va a llegar un demonio atómico y te va a limpiar”). Diversos voceros
estadounidenses han repetido en todos los tonos que eso no va a suceder, pero
si lo dice un venezolano, la caterva odiadora se encrespa. Y, si lo dice
una venezolana, bueno, se ve asaltada de un cardumen de
pirañas, como le ocurrió a de La Vega.
Las redes sociales son espejo de la
depauperación del país, que el chavismo se propuso con éxito. El arco va de la
condena de la libertad de expresión, que Chávez rubricó desde el
primer día con sus grotescas actitudes de gorila, a la actual alianza del poder
comunal con la delincuencia. Igual que en las calles de todas las ciudades y pueblos
de Venezuela, donde impera el modelo de pran, favorecido y protegido por el
Estado, en los espacios virtuales se escarmienta a quien se
perciba divergente. De lo que se trata es que no haya debate, de ahogar
el diálogo, la disidencia, la diversidad de percepciones.
Eso debe sancionarse de raíz.
Si, en las calles, las bandas organizadas (que
incluyen uniformados) controlan el tejido social, someten a
las comunidades mediante la regulación de la comida y el acceso a
ayudas, en las redes sociales se condena la autonomía de
criterio. El poder malandro de la tiranía encuentra réplica en Twitter,
donde el odiador vive una ilusión de poder al lanzarse sobre el otro con sus
ultrajes y amenazas.
Si en el país la noción de liderazgo se
sustituyó por la de cabecilla, en las redes cualquier manifestación de
discrepancia es atacada por los círculos bolivarianos virtuales. De lo que se
trata, en las calles y en las redes, es de dinamitar toda evocación de los
rituales democráticos, de los consensos. Que no haya polémica ni mucho menos
acuerdos, sino solo imposición, obediencia, linchamientos. Terror.
Chávez llegó maltratando. Acallando. Cayapeando. Veinte años
después, los venezolanos que aspiramos a un cambio y a una recuperación física
y espiritual del país, debemos hacer un esfuerzo enorme por
convocar la democracia en cada gesto. Debemos recordar cómo
era, cómo se ponía en práctica. Podemos empezar estableciendo la diferencia
entre autoridad y pranato.
Texto tomado de La Gran Aldea / Caracas
