Por Demian Paredes
En la Italia de 1943, ocupada por los alemanes, en plena
Guerra mundial, una joven estudiante universitaria veinteañera cruza en tranvía
la ciudad de Milán. Va y viene. Con disimulo: lleva medicinas, documentos,
comunicaciones, armas. Es parte de la red clandestina de la resistencia
partisana. “Durante dos o tres años no conocimos más que nuestro nombre
ficticio, rara vez sabíamos lo que aquel transitorio compañero había sido antes
y poníamos nuestras vidas en manos del otro, bastaba un error y se podía caer y
hacer que otros cayeran”. Así lo relata Rossana Rossanda en La muchacha
del siglo pasado (2005), su autobiografía.
Rossanda cuenta que no tenía contacto directo con la política, que los comentarios en torno a conceptos tales como rey, monarquía, Mussolini le llegaban difusos, poco claros, al igual que la imagen del “comunismo” recibida de la Guerra civil española: “vengadores de los pobres, violentos, temibles”. En la universidad comienza a conocer gente de todo el arco político –de derecha a izquierda–, y entonces, al borde del (auto) ofuscamiento por desconocimiento, le llega el rumor de que un profesor, el filósofo Antonio Banfi, “es comunista”. Decide encararlo y preguntarle directamente, y él, comprendiendo que es alguien que desea conocer, le hace una lista: anota en un papel y se lo da. Recuerda Rossanda: “‘Lea estos libros –me dijo– y vuelva cuando los haya leído’. Salí, salí corriendo hacia la estación del norte, en el tren abrí la hoja. En ella podía leerse: Harold Laski, La libertad en el Estado moderno y Harold Laski, La democracia en crisis; K. Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte, y K. Marx, Las luchas de clases en Francia desde 1848 a 1850. Un libro de De Ruggiero, creo. Lenin, El Estado y la revolución”.
La muchacha va a la biblioteca municipal y solicita los
libros. Están en un último cajón, sin etiqueta, según le informa un empleado.
Los encuentra todos: éxito total, incluso El capital. La muchacha
regresa con su tesoro en un tranvía –rodeada de agotados, grises proletarios– y
se enfrasca en las lecturas. Sin atender a nada más. Cuenta: “En casa estuve
leyendo toda la noche, un día, dos días. No fui a Milán”. Ahora, comprende: “Me
sentí enfervorecida, peñascos enteros a cuyo lado había pasado encontraban su
lugar, ya no podía hacer como si no estuvieran o como si fueran fatales”.
Compromiso. Militancia. Terminada la guerra, Rossanda
ingresa –como miles y miles– al Partido Comunista Italiano, “ganador” con la
URSS, Estados Unidos e Inglaterra de la guerra contra el fascismo. Emerge como
un partido de masas, de extensa influencia obrera, juvenil y popular. El “Giro
de Salerno”, la orientación del secretario general del PCI, Togliatti, lleva al
desarme de las milicias y a la reconstrucción económica y de un nuevo régimen
político, donde el PCI oscilará en una relación de “amor-odio” (electoral) con
el PSI, en rivalidad con la Democracia Cristiana. En esa organización milita
Rossanda durante 25 años.
El PCI, el partido más poderoso “de Occidente”, pudo
darse cierto “juego propio” ante los PC del mundo, habida cuenta de las
sucesivas crisis políticas de la URSS desde 1956. Aprovechando a Gramsci como
figura-ícono, “mártir del fascismo”, su accionar durante la resistencia y su
extensión y consolidación nacional, vía sindicatos y otras organizaciones, tuvo
una política cultural propia, en las antípodas del “realismo socialista” que
emanaba de Moscú. Lucio Magri en El sastre de Ulm (2009),
libro autobiográfico, recuerda el rol de Rossanda en los años 50: “dirigía la
Casa de cultura de Milán haciendo de esta un centro de debate con los sectores
más avanzados del mundo intelectual, sin esconder en absoluto su propensión a
dar prioridad a los temas de investigación científica o al nuevo pensamiento
marxista en el límite de la heterodoxia, como explícita alternativa respecto a
los filones clásicos de la política cultural comunista centrada en los
intelectuales tradicionales, el filón historicista, la producción
cinematográfica y las ‘bellas artes’”. Rossanda luego fue diputada, entre 1963
y 1968.
Una nueva crisis en el “campo socialista”, con la URSS
invadiendo Checoslovaquia, y el comienzo del llamado “largo 68 italiano”,
llevaron a que Rossanda, Magri y Luigi Pintor dieran vida a la revista Il
Manifesto. La crítica a la intervención militar de la Unión Soviética en
Checoslovaquia, y el planteo de la necesidad de un cambio de política en el
PCI: que se abra a escuchar a los movimientos estudiantiles en lucha, y a los
sectores obreros que comenzaban a despuntar en igual sentido (rumbo al “Otoño
caliente”), les valieron primero la “radiación” (suspensión en cargos y tareas)
y la posterior expulsión. El primer número de Il Manifesto vendió
–con dos reediciones– unas 50000 copias, constituyéndose en el reverdecer
sesentista-setentista del maoísmo y el trotskismo, del feminismo y el operaísmo,
entre Sartre, Althusser y Marcuse, en parte del amplísimo y variopinto fenómeno
conocido como “nueva izquierda”. La apuesta (fallida) de Il Manifesto –transformado
de revista a diario– fue intentar ser una “bisagra” entre lo heteróclito de los
nuevos movimientos y la ortodoxia comunista (estalinista). Finalmente no se dio
ninguna “renovación” en el PCI, y este se disolvió, en 1991, deviniendo, luego
de varios nombres, en Demócratas/Democráticos. (De esta defección surgirían con
más facilidad fenómenos aberrantes como Berlusconi y la Liga Norte.)
Con las contrarreformas de los 80, con el retroceso de
las luchas, la fragmentación y atomización social –aquellos “invisibles” del
libro de Nanni Balestrini: presos políticos, okupas–, y en los 90, todo se hizo
cuesta arriba. Desde entonces, Rossanda se mantuvo en el trabajo periodístico y
literario: es autora de una docena de títulos, entre los que se destacan El
año de los estudiantes y Brigadas rojas: Una historia italiana.
Independiente, opositora, crítica, heterodoxa, mantuvo constante diálogo con el
feminismo y los nuevos movimientos antagonistas juveniles. Se alejó de Il
Manifesto a fines de 2012 y volvió a escribir allí tras unos años. Fue
columnista para La Jornada de México. Desde 2008 integraba la
redacción del sitio de información alternativa “Sin Permiso”. Rossana Rossanda
murió el pasado 20 de septiembre a los 96 años.
Tomado de Pàgina 12
/ Argentina.
