REIKIAVIK,
Islandia — Fue un avistamiento de ballenas, pero no del tipo del que esperan
los visitantes. Un día de verano frente a la costa islandesa, en un mar calmo,
una tripulación de balleneros que remolcaba ballenas de aleta recién cazadas
pasó frente a una embarcación turística.
Los cruceros
de ballenas son populares en Islandia, justamente porque hay mucho que ver: los
rorcuales tienden a estar lejos de la costa, pero por lo general los rorcuales
minke, las ballenas jorobadas, los delfines, las marsopas y los frailecillos
son más fáciles de encontrar.
Aunque la
caza comercial de ballenas no tiene tanta popularidad entre los avistadores de
ballenas. Algunos no se quejan de ver ballenas muertas en sus vacaciones (como
hicieron aquellos turistas en 2015 y han hecho otros más desde entonces), “la
mayoría de las personas desprecia esta actividad”, comentó Sigurlaug
Sigurdardottir, guía de avistamientos de ballenas.
Con este dato
en mente, Kristjan Loftsson, el hombre que dirige la operación de la caza de
ballenas, tiene una sugerencia para los avistadores de ballenas que se crucen
con sus embarcaciones: “Simplemente díganles que miren hacia otro lado. Pueden
sencillamente darse la vuelta”.
Loftsson, de
75 años, es el último cazador comercial de rorcuales. Grupos ecologistas lo han
denunciado y algunos activistas radicales han hundido sus embarcaciones, pero
su negocio es legal en este lugar, pues Islandia no reconoce la suspensión
internacional de la caza comercial de ballenas.
Aunque en
esencia es un marginado a nivel internacional, en su país hay quienes lo
admiran. Incluso sus críticos más acérrimos lo respetan hasta cierto punto.
Robert Read,
jefe de operaciones de la sucursal inglesa del Sea Shepherd, un grupo
ambientalista que ha bloqueado y ha acosado a los buques balleneros en el mar,
describió a Loftsson como “un hombre bastante inteligente”.
“Si le
formulas una pregunta, por lo general te responderá, pero hará una pausa antes
de hablar”, dijo Read. “Eso es algo que no se ve a menudo”.
A Loftsson le
gusta decir que hay sangre de ballena corriendo por sus venas. Él y su hermana
son los accionistas mayoritarios de la empresa Hvalur, el negocio ballenero que
alguna vez dirigió su padre (hvalur, que se pronuncia [kava-lur] es la
palabra que designa a las ballenas en islandés).
Ambos pasaron
gran parte de los veranos de su niñez en la estación de la empresa ballenera.
Loftsson veía cómo remolcaban a las ballenas hacia la costa y las fileteaban a
mano. A los 13 años consiguió trabajo como ayudante en una embarcación, lavando
trastes y fregando los pisos.
Más tarde,
trabajó como mozo de cubierta. En 1974, cuando Loftsson tenía 31 años, su padre
murió y él se convirtió en el jefe de la empresa.
“¿Por qué
dejar de dedicarme a esto? No tiene nada de malo”.
KRISTJAN LOFTSSON
Actualmente,
Islandia y Noruega son los únicos países que permiten la caza comercial de
ballenas. Los cazadores japoneses operan conforme a un permiso de investigación
emitido por su propio gobierno, y hay caza de subsistencia aborigen en muchos países,
incluidos Estados Unidos, Canadá, Rusia y Groenlandia. En el mundo, los
rorcuales se encuentran en la
lista de especies en peligro de extinción de la Unión
Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por su sigla en
inglés).
La caza
comercial de esa especie incluso fue interrumpida en Islandia durante veinte
años, aunque algunas fueron cazadas gracias a permisos científicos. En 2006, el
gobierno permitió retomar la caza; al año siguiente, una evaluación de IUCN
descubrió que la población en el Atlántico norte no estaba amenazada. Según una
encuesta de 2015, había 40.000 ejemplares de rorcuales en la parte central del
Atlántico norte.
Hasta el
momento, el gobierno se ha mantenido firme y la caza cuenta con el apoyo de
Islandia. Solo un tercio de los islandeses eencuestados este año
expresaron algún nivel de desaprobación de esta actividad.
La ballena de
aleta es el segundo animal más grande sobre la Tierra, superada solo por la
ballena azul, que es más larga y más pesada. Científicos del Instituto de
Investigación Marina y de Agua Dulce de Islandia aseguran que mientras se
continúen respetando las cuotas, las ballenas de aleta seguirán siendo
numerosas en las aguas islandesas.
Para Loftsson
y quienes lo apoyan, la caza de ballenas no difiere mucho de la agricultura o
la pesca. “Si es sustentable, cazas”, dijo.
Sus
embarcaciones cazan con arpones que tienen explosivos en la punta; la carga
está diseñada para explotar dentro del cuerpo del animal. A veces, se requiere
de un segundo disparo. Después, la ballena muerta es asegurada al barco y
llevada a la estación ballenera, en un fiordo al norte de Reikiavik, donde la
filetean para obtener la carne. La mayor parte de la carne es enviada a Japón.
Este verano,
el Ministerio de Pesca de Islandia le dio a la empresa de Loftsson permiso para
cazar 238 ballenas de aleta. Y eso hace.
Un día de
finales de julio, casi a medianoche, los empleados remolcaron las ballenas
número 50 y 51 de la temporada hasta la estación ballenera bajo la luz del
ocaso veraniego.
Las montañas
escarpadas y grises se erigían imponentes a medida que el barco se
acercaba a la estación. Había un equipo de trabajadores esperando, alistándose
para destripar los cadáveres.
Mientras los
trabajadores preparaban el proceso, que tendría lugar afuera, uno de ellos
marcaba el ritmo con su herramienta de corte mientras el tema de la banda
sonora de Vaselina sonaba en los altavoces de la estación.
Cuando
sacaron a la primera ballena a la playa y el equipo comenzó a trabajar, el
vapor se elevó desde la estación y un olor a comida de gato colmó el aire
fresco.
Cuatro
miembros de Sea Shepherd se habían presentado para asegurarse de que el mundo
supiera lo que estaba ocurriendo. Armados con teléfonos inteligentes y cámaras,
transmitieron el evento desde una colina cubierta de hierba.
El grupo
tiene una larga historia con Loftsson.
Una noche en noviembre
de 1986, dos activistas abordaron dos de sus embarcaciones en el puerto de
Reikiavik y abrieron las válvulas de Kingston para dejar entrar el agua. Los
barcos se hundieron hasta la cabina del timonel.
Los
activistas huyeron en avión y nunca llegaron a los tribunales de Islandia. Sea
Shepherd se adjudicó la responsabilidad del ataque.
Los barcos
volvieron a ponerse a flote, pero no se han utilizado desde entonces. Dejarlos
en buen estado para volver a navegar requeriría un trabajo arduo, dijo Loftsson.
“No creo que vaya a realizarse jamás”.
No está claro
si la caza de ballenas es redituable. Loftsson afirmó que por lo general le iba
bien, aunque volver a comenzar con la actividad ballenera luego de la larga
pausa había sido oneroso. También describió los procedimientos de higiene de
los alimentos de Japón como un gran obstáculo. Se rehusó a mencionar cifras.
Loftsson
comentó que también ha tenido complicaciones para comercializar su producto,
pues las empresas transportistas se muestran reticentes a transportar carne de
ballena.
Uno de sus
proyectos consiste en desarrollar un polvo de ballena secado por congelamiento
que pueda espolvorearse sobre el cereal como suplemento de hierro. Describió su
idea como “superemocionante”, pero reconoció que el polvo podría ser difícil de
comercializar.
Ya sea que la
caza de ballenas sea redituable o no (la empresa ha conservado inversiones en
otros negocios como la pesca comercial tradicional), es evidente que Loftsson
es un hombre de negocios exitoso. Los registros públicos demuestran que le
estimaron, a grandes rasgos, unos 2,8 millones de dólares en impuestos en 2017,
los cual es un indicador de un alto nivel de ingresos en ese año.
También es
evidente que disfruta la vida.
Cuando va a
la estación ballenera, se instala en el refugio de la época de la Segunda
Guerra Mundial que dejaron las fuerzas aliadas. Es muy agradable cuando llueve
a cántaros, ya que pueden escucharse las gotas golpeando el techo de lámina
corrugada.
“Paso mucho
tiempo ahí”, dijo, refiriéndose a la estación, a pesar de que no hace más que
“ver cómo va todo, respirar aire fresco y cosas similares”.
Sin embargo,
al considerar los dolores de cabeza que le provoca su negocio, ¿será que el
aire fresco y el sonido de la lluvia valen la pena el desgaste? ¿No sería más
sencillo dedicarse a otra cosa?
“Claro,
puedes hacer lo que sea, pero ¿por qué dejar de dedicarme a esto?”, respondió. “No tiene nada de malo”.