Tomado de emisora
Costa del Sol
Pompeyo ―el Márquez nunca le hizo
falta― fue sin lugar a dudas un personaje mitológico. Fue, al lado de
Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba, uno de los titanes de
la política venezolana del siglo XX, artífice de los años de estabilidad democrática
y progreso económico entre 1958 y 1998.
Después de dirigir la resistencia de
su partido contra Marcos Pérez Jiménez e inmortalizar a Santos Yorme, se rebeló
contra la exclusión de su partido impuesta por el Pacto de Punto Fijo y apoyó
la lucha armada contra la democracia. En medio del contexto de la Guerra Fría,
quizás no había entendido el papel que le correspondía a la izquierda. Pero
corrigió su error y fue artífice de la llamada “rectificación”. Gracias a esa
decisión de abandonar la guerrilla, el proceso pacificador del país promovido
por el gobierno de Caldera fue posible.
Proceso de paz (auténtico) que
marchó de la mano con la renovación de la izquierda venezolana, iniciada en
1968 tras la invasión a Checoslovaquia, y la fundación del Movimiento al
Socialismo (MAS). Pompeyo, en aquel momento Secretario General del Partido
Comunista de Venezuela, fue determinante en la decisión de romper con la
ortodoxia impuesta desde Moscú. Le dio al socialismo un rostro criollo y
demostró que la izquierda venezolana también podía ser por hecho y derecho
parte de la democracia.
Asumió el liderazgo del MAS con
responsabilidad y lealtad hacia el sistema democrático. Bajo su dirección
convirtió a la izquierda en una fuerza fundamental para la estabilidad y
funcionamiento del sistema político, a la que se le confió la tarea de
gobernar. Con Pompeyo era fácil, era la mejor versión de la izquierda
venezolana, la democrática.
Pompeyo Márquez y Carlos Andrés Pérez. Imagen del
Archivo Fotografía Urbana
Cuando el nubarrón chavista apareció
en el horizonte, luchó con todas sus fuerzas contra la idea de atar el carro
del socialismo a la venezolana al carro de un teniente coronel golpista. Pudo
más, sin embargo, la ambición de quienes solo buscaban el poder por el poder
mismo. Cuando se concretó su derrota, se fue en silencio del partido que había
fundado junto con Teodoro Petkoff y otros tantos hombres buenos.
Pero no se rindió, fue un incansable
opositor al régimen chavista y fue un factor fundamental para cohesionar a las
fuerzas que se le oponen, fue un adalid de la unidad democrática. El pasado 20
de junio, a los 95 años, abandonó el mundo de los vivos. Quedan sus ideas y su
ejemplo de lucha por darle a Venezuela una democracia verdadera.
Su muerte, aunque ya no era un
político activo, deja un gran vacío, pues a pesar de su avanzada edad era una
referencia para la democracia y, en particular, para la izquierda.